domingo, 1 de abril de 2012

La granja



22 de marzo

Como muchos ya sabréis, en los países árabes el viernes es como nuestro domingo; esto, aparte de implicar que las tiendas cierran, las calles se vacían, y la gente come paella en casa de los padres (bueno, algo parecido), convierte los jueves noche de aquí en los sábados noche de allí: muchísima gente por la calle, cafés llenos, restaurantes llenos, operación salida hacia los pueblos… un despiporre.

Hoy es jueves, ayer apalabré mi primer piso (je, je, je, amarga risa) y me pasé el día de compras con Hamza; como recordaréis, una de mis adquisiciones fue un supermóvil con acceso a internet, pues bien, a eso de las siete mi nuevo amigo me llama y me dice que vaya a su calle con el teléfono, que me tiene que enseñar cómo funciona. Encantado ante la perspectiva de ver seres humanos fuera del trabajo, vuelo hacia allá.





Allí Hamza me presenta a Sofiam, un joven libio que habla perfecto italiano y que es el primero que me intenta explicar la situación política actual, aunque sin mucho éxito; aquí la gente está tan acostumbrada a no tener que ver con lo que dice el gobierno, que les cuesta interesarse. Después me enseña cómo activar el internet de mi móvil y cómo conectarlo a un ordenador (la verdad es que es la conexión más rápida que he visto por aquí), y me suelta una de sus frases favoritas: “now we need to drink coffee”.

Pues nada, al coche (esta vez dejamos el BMW y cogemos el Honda) y en dirección al café. La calle está imposible de coches, yo voy en silencio alucinando con cómo conducen, y Hamza no para de hablar por teléfono. Poco a poco, la calle se despeja, al salir del centro de la ciudad, que es donde ambos vivimos. Nos incorporamos a… ¿la autovía? Empiezo a intrigarme. Cuando veo que cada vez hay menos farolas, me decido a preguntarle: “Hamza, ¿dónde vamos a tomar el café?”, a lo que me responde muy feliz: “Ah, no, no hay café, vamos a cenar a la granja de unos amigos”.

Como veis, mi opinión es tenida muy en cuenta en este país. Pero me encanta el cambio de plan.

El viaje es medio largo, porque tenemos que parar a comprar zanahorias en un puesto que aparece en mitad de la nada, como si fuera una gasolinera, y porque no encontramos el camino que lleva a la granja, lo que nos obliga a cambiar de sentido varias veces (saltándonos la mediana en autovía y haciendo la ele en carretera, lo normal aquí). Al final vemos unos faros parpadeantes, señales que mandan los amigos de Hamza; hemos llegado.

Más que granja es una casa de campo rodeada de terreno amurallado. Está preciosa, este invierno ha llovido mucho y el norte de Libia está verde como nadie recuerda, y lleno de flores. Los presentes son seis, aparte de nosotros dos, y cuando llegamos están asando algo en una barbacoa. Llega el momento de las presentaciones:

Después de saludarme todos, me dicen que me siente. Como están todos de pie, digo que no hace falta, así que me obligan. Una vez sentado en el porche de la casa, al fresco, cerca de la barbacoa, me traen una mesa baja, una fuente de fruta, un plato con la carne que ya está hecha, un vaso, un litro de seven up y una caja de palillos. Uno no está acostumbrado a esto, no me apetece ponerme a comer así, yo solo, pero me miran y me dicen cosas que no entiendo (solo uno habla inglés). Al final Hamza se hace cargo y se sienta a mi lado, me dice que empecemos, que es lo normal, y nos ponemos a comer.

Ahora dudo si no se estaría aprovechando de la situación, el otro día me dijo que le encantaría tener un restaurante para poder estar comiendo todo el día.

La carne, que es de cordero, está riquísima, y una vez puestos, ya no me corto y voy cogiendo. En estas estoy cuando el encargado de la barbacoa, el que habla inglés, me deja un trozo de carne marrón claro en el plato, y me dice: “this very good; you take the first piece”. Miro a Hamza con cara de pero-qué-invento-es-esto y me saca de dudas: “the eggs of the sheep”.

Pues sí, criadillas de cordero. No las había probado nunca, no me había planteado que un cordero tendría semejantes atributos, la cosa era como una pelota de tenis. El caso es que arranqué un trozo, y se abrió la veda, todos se abalanzaron a coger el suyo, ya que aquí es una delicatessen, y de hecho estaba buenísimo.

A partir de ahí, ya es un no parar de carne recién asada, cordero, pollo, cordero, pollo. Habían dispuesto dos fuentes con tomate, cebolla, ajo, menta, perejil, aceite y otras cosas, y ahí habían puesto la carne para que cogiera sabor, luego la sacaban y la asaban. Entre trozo y trozo le damos al palillo, fumamos y charlamos, y descubro que varios de ellos hablan más inglés del que querían admitir, y que yo mismo empiezo a entender palabras sueltas en árabe. En fin, así pasa un rato…

…hasta que llega la hora de las cartas. Pasamos dentro, al típico salón con alfombra enorme y cojines, donde nos sentamos/tumbamos todos descalzos, y sacan las barajas. En Libia adoran las cartas, un vicio barato y divertido. El caso es que jugamos a un juego muy parecido a la escoba, pero lo mejor no es eso, lo mejor es que lo llaman… ¡escoba! No sé si será herencia italiana o qué, pero así es.

A las dos decidimos irnos, yo porque no quiero que mi jefa se despierte y vea que no estoy y crea que me han matado, y Hamza porque tiene turno de noche en el trabajo. De hecho entraba a las doce. Todos insisten en que me quede a dormir, que aprenda otro juego, pero educadamente les digo que mejor otro día. Y nos vamos.

Por el camino nos paran dos controles; el segundo es más o menos oficial, milicias, pero el primero, muy cerca de la granja, es de vecinos de la zona; la cosa es que aquí todo está muy tranquilo, pero claro, el gobierno es provisional y débil, hay algunos insurgentes en el sur, las fronteras están abiertas, la gente no se fía, y como aquí el que quiere encuentra armas de todo tipo con mucha facilidad, pues los vecinos se arman, se organizan, y por las noches controlan a ver quién pasa por su casa. En ambos controles nos entretienen muy poco rato, y pasamos sin más.

Por el camino, Hamza me ofrece conducir; es tentador, no hay nadie en la autovía, pero… pasará mucho hasta que me atreva a coger un coche por aquí. Me mantuve de copiloto, y entré a Trípoli saboreando el gusto de mi primera noche de fiesta libia. 

4 comentarios:

  1. Que guyay, por cierto,muy chulo tu blog, esta siendo la lectura perfecta mientras..... me siento en el baño.... Besotes y disfrutalo Kike

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    1. Gracias por el poético piropo, espero ayudarte a ser regular, como si un José Coronado o una Carmen Machi, pero en versión moruna.

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  2. Me alegro de que por fin hayas tenido un poco de "accion". Sigue bien y cuídate mucho.
    Un beso de Katxiri :-P

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