martes, 24 de abril de 2012

Not born to be wild


21 de abril

Hamza vendió su vespa hace poco; era vieja, y demasiado pequeña para su gusto. Sin embargo, dice que un verano sin moto no es verano, así que hace unos días se pasó por un taller canijo y rodeado de aguas fecales que tenemos por el barrio, y pidió que le sacaran la moto más gorda que tuvieran. Efectivamente, contaban con un monstruo de 750 c.c., que Hamza se apresuró a adquirir. Ayer me llevó a casa en su nueva maravilla, a la fuerza. Fueron los cinco minutos más terroríficos desde que vivo aquí, y recordad que todas las noches hay disparos y hogueras.



El taller está entre mi calle y el mar, y no hay más que pasar por dos avenidas grandes para llegar a mi casa. Después de un rato de pelea, accedí a probar la nueva montura; viendo que estábamos cerca y que había muchos coches, con lo que no era posible acelerar, pensé que no pasaría nada. Por si acaso, le dije a Hamza: “if I die, my mother will find you and kill you”.

Mi primera inquietud surgió al notar que, así como Hamza conduce coches de maravilla, las motos las ha cogido menos. No tenía miedo de caer, pero tampoco me tranquilizaba comprobar que la línea recta se le da bastante mal. Después, claro, vino el tráfico. No había prestado atención al hecho comprobado de que en Libia, si tu moto no puede avanzar por tu carril, coges el carril contrario, y además le pitas a los coches que vienen en dirección opuesta para que se aparten.

También nos metíamos entre los coches para adelantar, calle de varios carriles, puedes avanzar por entre los coches que van en tu dirección. Yo eso lo he hecho muchas veces con la bici, pero claro, mis bicis han sido siempre tan anchas como una regla de colegio, manillar incluido; Hamza y yo cabalgábamos una vaca lechera con ruedas, que ocupaba poco menos que un Smart, y con lo juntos que conducen todos aquí, yo iba contándome los pies y las rodillas por si me había dejado alguno por el camino, y comprobando que no se me había metido el retrovisor de algún camión por una oreja.

En un momento dado y para mi desconsuelo, la calle se despejó, y nos vimos con unos veinte metros libres frente a nosotros; al mismo tiempo que yo me persignaba, a Hamza le brillaban los ojos de contento, o eso me pareció cuando me dijo: “now I show you the real power of the moto”. Y sí, si tenía power. Envejecí varios años en los seis segundos que duró el acelerón, y di gracias al loctite con el que me había pegado al asiento al subirme, si no, ahora estaría en el asfalto de la calle Omar Mahtur, como una liebre atropellada cualquiera.

Por fin llegamos a casa. Besé ceremoniosamente el suelo de mi calle en plan Woytila, y me despedí de Hamza.

Hoy le he vuelto a ver. Está muy contento, después de dejarme se fue a una autovía solitaria, y descubrió que el trasto coge los ciento ochenta kilómetros por hora sin problemas. Dice que tengo que probarlo, que no me preocupe, que con él voy a perder el miedo a las motos. Yo llevo un rato buscando algún pasaje del Corán que prohíba llevar a los gentiles en tu misma cabalgadura, si alguien se entera de algo, por favor que me lo diga.

3 comentarios:

  1. Lorenzo, este amigo tuyo no te conviene... Dile que más cocina y menos moto, pero mucho me temo que el rollo "maestro-joven padawan" le va a llevar lejos.

    Héctor

    ResponderEliminar
  2. Un consejo (aparte de comentar que como todos, me he enamorado de tus aventuras), dile a Hamza que te enseñe a llevar la vaca lechera tú y pasa del pánico al éxtasis.
    Creo que voy a mirar vuelos...

    ResponderEliminar
  3. Consejos contradictorios me dais... me lo pensare, aunque lo de conducir la vaca lo veo dificil, no quiero que mi madre se preocupe todavia mas...
    En cuanto a vuelos, encantado, ya se sabe.

    ResponderEliminar