21 de abril
Hamza
vendió su vespa hace poco; era vieja, y demasiado pequeña para su gusto. Sin
embargo, dice que un verano sin moto no es verano, así que hace unos días se
pasó por un taller canijo y rodeado de aguas fecales que tenemos por el barrio,
y pidió que le sacaran la moto más gorda que tuvieran. Efectivamente, contaban
con un monstruo de 750 c.c., que Hamza se apresuró a adquirir. Ayer me llevó a
casa en su nueva maravilla, a la fuerza. Fueron los cinco minutos más
terroríficos desde que vivo aquí, y recordad que todas las noches hay disparos
y hogueras.
El taller
está entre mi calle y el mar, y no hay más que pasar por dos avenidas grandes
para llegar a mi casa. Después de un rato de pelea, accedí a probar la nueva
montura; viendo que estábamos cerca y que había muchos coches, con lo que no
era posible acelerar, pensé que no pasaría nada. Por si acaso, le
dije a Hamza: “if I die, my mother will find you and kill you”.
Mi primera
inquietud surgió al notar que, así como Hamza conduce coches de maravilla, las
motos las ha cogido menos. No tenía miedo de caer, pero tampoco me
tranquilizaba comprobar que la línea recta se le da bastante mal. Después,
claro, vino el tráfico. No había prestado atención al hecho comprobado de que
en Libia, si tu moto no puede avanzar por tu carril, coges el carril contrario,
y además le pitas a los coches que vienen en dirección opuesta para que se
aparten.
También nos
metíamos entre los coches para adelantar, calle de varios carriles, puedes
avanzar por entre los coches que van en tu dirección. Yo eso lo he hecho muchas
veces con la bici, pero claro, mis bicis han sido siempre tan anchas como una
regla de colegio, manillar incluido; Hamza y yo cabalgábamos una vaca lechera
con ruedas, que ocupaba poco menos que un Smart, y con lo juntos que conducen
todos aquí, yo iba contándome los pies y las rodillas por si me había dejado
alguno por el camino, y comprobando que no se me había metido el retrovisor de
algún camión por una oreja.
En un
momento dado y para mi desconsuelo, la calle se despejó, y nos vimos con unos
veinte metros libres frente a nosotros; al mismo tiempo que yo me persignaba, a
Hamza le brillaban los ojos de contento, o eso me pareció cuando me dijo: “now
I show you the real power of the moto”. Y sí, si tenía power. Envejecí
varios años en los seis segundos que duró el acelerón, y di gracias al loctite
con el que me había pegado al asiento al subirme, si no, ahora estaría en el
asfalto de la calle Omar Mahtur, como una liebre atropellada cualquiera.
Por fin llegamos
a casa. Besé ceremoniosamente el suelo de mi calle en plan Woytila, y me
despedí de Hamza.
Hoy le he
vuelto a ver. Está muy contento, después de dejarme se fue a una autovía
solitaria, y descubrió que el trasto coge los ciento ochenta kilómetros por
hora sin problemas. Dice que tengo que probarlo, que no me preocupe, que con él
voy a perder el miedo a las motos. Yo llevo un rato buscando algún pasaje del
Corán que prohíba llevar a los gentiles en tu misma cabalgadura, si alguien se
entera de algo, por favor que me lo diga.
Lorenzo, este amigo tuyo no te conviene... Dile que más cocina y menos moto, pero mucho me temo que el rollo "maestro-joven padawan" le va a llevar lejos.
ResponderEliminarHéctor
Un consejo (aparte de comentar que como todos, me he enamorado de tus aventuras), dile a Hamza que te enseñe a llevar la vaca lechera tú y pasa del pánico al éxtasis.
ResponderEliminarCreo que voy a mirar vuelos...
Consejos contradictorios me dais... me lo pensare, aunque lo de conducir la vaca lo veo dificil, no quiero que mi madre se preocupe todavia mas...
ResponderEliminarEn cuanto a vuelos, encantado, ya se sabe.