18 de abril
Al poco de
llegar aquí conocí a Abdul, pero no ha sido hasta hace unos días que he pasado
un tiempo con él. Fue el sábado, cuando Hamza y yo le llamamos para ir a tomar
un café, el típico café libio de las nueve de la noche. Hamza le aprecia mucho,
y ya me había dicho varias veces que tenía que quedar con él. Desde entonces
nos hemos visto casi cada día, y es una de las personas más particulares que he
conocido por aquí.
Tiene casi
treinta años, es muy alto y corpulento, algo encorvado. Lleva el pelo casi al
cero, y tiene una boca enorme que siempre lleva abierta, ya sea porque sonríe,
o porque sí. Tiene expresión de buena gente, y un punto de bobalicón.
Habla por
los codos. No se puede callar. En general, da la impresión de que se cayó en la
marmita de cocaína cuando era un niño. Hamza dice que su madre le ata la
almohada a la cara por las noches, para que la familia pueda dormir. Y no me
extrañaría. Le encanta pasear, así que hemos paseado mucho, eso sí, sin salir
del centro, que a los tripolitanos de centro, salvo a Hamza, les da alergia
salir de su zona. Mientras caminamos me cuenta mil sandeces, me enseña
canciones, me enseña árabe e italiano, me pregunta cómo se dice esto o lo otro
en castellano. Cada vez que me ve me dice ¿qué tal, amigos? Aún no he
tenido valor de corregirle, me hace demasiada gracia.
Por lo
visto está prometido; me enseñó una foto de su novia, parecía algo más joven
que él. Cuando tenga trabajo, porque ahora está en paro, podrá comprar una
casa, muebles y oro, que son las cosas que el novio pone de dote para la novia.
Ya habrá una entrada de las bodas en Libia cuando me entere mejor, es un tema
de mucha miga.
El otro
día, Abdul se presentó con dos heridas en la cabeza, en las sienes; parecían
dos rozaduras, pero eran extrañamente circulares. Le pregunté que qué le había
pasado, y me dijo que se lo había hecho él con un vaso, para regenerar la
sangre. Vamos, una sangría. Me dijo que es muy sano, y que si quería me lo
hacía. Le dije que me lo pensaría.
Allá donde
vamos, le cuenta a todo el mundo quién soy. No pillo mucho de árabe, pero ya sé
distinguir algunas palabras. Desde que le conozco tengo la sensación de que
hasta los gatos saben cómo me llamo y dónde trabajo. Hamza se troncha
cuando se lo cuento, “I told you Abdul very good speaking too much!”
Hoy hemos
quedado para ver el fútbol; para ello me ha llevado a una tienda de tuberías
(sí, de verdad), un cuartillo de cinco por dos repleto de tubos, codos y
abrazaderas, y de sacos de café (he preguntado por ellos, pero no me han
querido dar una respuesta satisfactoria). El caso es que había cuatro o cinco
libios dispuestos a ver el partido en la tienda, así que me han sentado con
ellos, han traído latas de pepsi y almendras, y ahí que nos hemos puesto.
Es curioso
cómo son los grupos de amigos aquí. Aún no sé cómo se forman, pero van desde
los treinta hasta los sesenta años. No sé si la gente se hace amiga en la
calle, en la casa… en el colegio desde luego no, a no ser que sean grupos
mixtos de alumnos y maestros.
Volviendo a
esta noche, a los diez minutos de partido Abdul me ha dicho que se tenía que
ir, que en seguida volvía. El “en seguida” era genuinamente libio, porque una
hora me he pasado en la tienda, con la caterva de libios hablando de mí como si
no estuviera, algo a lo que ya estoy acostumbrado, la verdad. También he estado
hablando con ellos, es un alivio ver que mis ratos sueltos de darle al
diccionario de árabe se van notando, ya soy capaz de decir que quiero manzanas
y cosas así. No es muy útil en una conversación normal, pero se ríen mucho
cuando me preguntan que dónde trabajo y les contesto que me gusta el té verde.
Al final
Abdul volvió, se acabó el partido y nos marchamos. Me han invitado a volver
cuando quiera.
El otro día
tuve una charla muy buena con él. Me preguntó que si me quería casar, y le dije
que sí, que algún día. ¿Con una libia? No, creo que más bien una española, pero
quién sabe. ¿Y tienes una casa en España? ¿Una casa de mi propiedad? No, no
tengo. ¿Y cómo te vas a casar sin tener casa? Bueno, compraríamos una, o
alquilaríamos. Me miró durante unos segundo con cara de no te vas a casar
jamás, amigos.
Luego quiso
saber si tenía novia, y yo, pues no. ¿Pero no has tenido nunca? Y yo, sí, sí he
tenido. ¿Y has tenido sexo con ella? No es una pregunta extraña; aquí, donde
son normales las bodas organizadas por la familia y los noviazgos en los que
los novios apenas se ven hasta el casamiento, en definitiva el sistema
tradicional que hasta no hace tanto teníamos en España, la mayoría de los
solteros y solteras son vírgenes. Bueno, le contesto que sí, que sí ha habido
sexo. ¿Y tienes un hijo con ella? Eso ya me chocó más: pues no, no tengo un
hijo con ella. Se quedó pensando un rato; ¿y por qué teníais sexo? Bueno, pues
porque es divertido, bonito, y porque es lo que hacen las parejas. ¿Pero no
queríais tener hijos? No, la verdad es que no, no en ese momento. ¿Y por qué
teníais sexo?
Y así nos
tiramos un buen rato. Al final no llegamos a ninguna conclusión.
Cuando
viene a casa es como cuando vienen niños, luego tengo que revisar a ver qué ha
trastocado. Llega y lo inspecciona todo, enciende mi ordenador y revisa todas
las carpetas, no entiende nada, pero por si acaso sigue. Pone toda la música
que puede, y la escucha a golpes, adelantando la canción de minuto en minuto.
Coge mi móvil español, que se ha convertido en mi despertador oficial, y lee en
voz alta los nombres de todos los contactos. Varias veces. Esto me inquieta un
poco. Abre los armarios, me cambia las cosas de sitio en el frigorífico, abre y
cierra los grifos… si se supone que las sangrías revitalizan, está claro que
funcionan.
Cuando se
aburre y se hace tarde, se va a casa para que su madre no se preocupe. Me ha
prometido que probaré el cuscús de su madre, pero no en su casa, porque los
libios no invitan a casi nadie a sus casas para no molestar a las mujeres, sino
en la mía con un taper.
Cada vez
que se ha ido le he acompañado a la puerta, y me deja con muy buen sabor de
boca y una sonrisa, porque siempre se despide igual: ¡adiós amigos!
Esta entrada es buenísima...
ResponderEliminarMerci Madame
EliminarSebastián, ¿seguro que no tienes hijos?, muy buena!!!
EliminarLa Parda Anónima
Me ha encantado, sobre todo "porque es divertido y bonito" jajajaja buenisimo. Se te extraña amigo, y un montón.
ResponderEliminarKatxiri
En fin, que puedo decir. Ich lieb dich auch, wir sehen uns bald wieder, bestimmt!
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