martes, 24 de abril de 2012

El actor secundario Abdul


18 de abril

Al poco de llegar aquí conocí a Abdul, pero no ha sido hasta hace unos días que he pasado un tiempo con él. Fue el sábado, cuando Hamza y yo le llamamos para ir a tomar un café, el típico café libio de las nueve de la noche. Hamza le aprecia mucho, y ya me había dicho varias veces que tenía que quedar con él. Desde entonces nos hemos visto casi cada día, y es una de las personas más particulares que he conocido por aquí.



Tiene casi treinta años, es muy alto y corpulento, algo encorvado. Lleva el pelo casi al cero, y tiene una boca enorme que siempre lleva abierta, ya sea porque sonríe, o porque sí. Tiene expresión de buena gente, y un punto de bobalicón.

Habla por los codos. No se puede callar. En general, da la impresión de que se cayó en la marmita de cocaína cuando era un niño. Hamza dice que su madre le ata la almohada a la cara por las noches, para que la familia pueda dormir. Y no me extrañaría. Le encanta pasear, así que hemos paseado mucho, eso sí, sin salir del centro, que a los tripolitanos de centro, salvo a Hamza, les da alergia salir de su zona. Mientras caminamos me cuenta mil sandeces, me enseña canciones, me enseña árabe e italiano, me pregunta cómo se dice esto o lo otro en castellano. Cada vez que me ve me dice ¿qué tal, amigos? Aún no he tenido valor de corregirle, me hace demasiada gracia.

Por lo visto está prometido; me enseñó una foto de su novia, parecía algo más joven que él. Cuando tenga trabajo, porque ahora está en paro, podrá comprar una casa, muebles y oro, que son las cosas que el novio pone de dote para la novia. Ya habrá una entrada de las bodas en Libia cuando me entere mejor, es un tema de mucha miga.

El otro día, Abdul se presentó con dos heridas en la cabeza, en las sienes; parecían dos rozaduras, pero eran extrañamente circulares. Le pregunté que qué le había pasado, y me dijo que se lo había hecho él con un vaso, para regenerar la sangre. Vamos, una sangría. Me dijo que es muy sano, y que si quería me lo hacía. Le dije que me lo pensaría.

Allá donde vamos, le cuenta a todo el mundo quién soy. No pillo mucho de árabe, pero ya sé distinguir algunas palabras. Desde que le conozco tengo la sensación de que hasta los gatos saben cómo me llamo y dónde trabajo. Hamza se troncha cuando se lo cuento, “I told you Abdul very good speaking too much!”  

Hoy hemos quedado para ver el fútbol; para ello me ha llevado a una tienda de tuberías (sí, de verdad), un cuartillo de cinco por dos repleto de tubos, codos y abrazaderas, y de sacos de café (he preguntado por ellos, pero no me han querido dar una respuesta satisfactoria). El caso es que había cuatro o cinco libios dispuestos a ver el partido en la tienda, así que me han sentado con ellos, han traído latas de pepsi y almendras, y ahí que nos hemos puesto.

Es curioso cómo son los grupos de amigos aquí. Aún no sé cómo se forman, pero van desde los treinta hasta los sesenta años. No sé si la gente se hace amiga en la calle, en la casa… en el colegio desde luego no, a no ser que sean grupos mixtos de alumnos y maestros.

Volviendo a esta noche, a los diez minutos de partido Abdul me ha dicho que se tenía que ir, que en seguida volvía. El “en seguida” era genuinamente libio, porque una hora me he pasado en la tienda, con la caterva de libios hablando de mí como si no estuviera, algo a lo que ya estoy acostumbrado, la verdad. También he estado hablando con ellos, es un alivio ver que mis ratos sueltos de darle al diccionario de árabe se van notando, ya soy capaz de decir que quiero manzanas y cosas así. No es muy útil en una conversación normal, pero se ríen mucho cuando me preguntan que dónde trabajo y les contesto que me gusta el té verde.

Al final Abdul volvió, se acabó el partido y nos marchamos. Me han invitado a volver cuando quiera.

El otro día tuve una charla muy buena con él. Me preguntó que si me quería casar, y le dije que sí, que algún día. ¿Con una libia? No, creo que más bien una española, pero quién sabe. ¿Y tienes una casa en España? ¿Una casa de mi propiedad? No, no tengo. ¿Y cómo te vas a casar sin tener casa? Bueno, compraríamos una, o alquilaríamos. Me miró durante unos segundo con cara de no te vas a casar jamás, amigos.

Luego quiso saber si tenía novia, y yo, pues no. ¿Pero no has tenido nunca? Y yo, sí, sí he tenido. ¿Y has tenido sexo con ella? No es una pregunta extraña; aquí, donde son normales las bodas organizadas por la familia y los noviazgos en los que los novios apenas se ven hasta el casamiento, en definitiva el sistema tradicional que hasta no hace tanto teníamos en España, la mayoría de los solteros y solteras son vírgenes. Bueno, le contesto que sí, que sí ha habido sexo. ¿Y tienes un hijo con ella? Eso ya me chocó más: pues no, no tengo un hijo con ella. Se quedó pensando un rato; ¿y por qué teníais sexo? Bueno, pues porque es divertido, bonito, y porque es lo que hacen las parejas. ¿Pero no queríais tener hijos? No, la verdad es que no, no en ese momento. ¿Y por qué teníais sexo?

Y así nos tiramos un buen rato. Al final no llegamos a ninguna conclusión.

Cuando viene a casa es como cuando vienen niños, luego tengo que revisar a ver qué ha trastocado. Llega y lo inspecciona todo, enciende mi ordenador y revisa todas las carpetas, no entiende nada, pero por si acaso sigue. Pone toda la música que puede, y la escucha a golpes, adelantando la canción de minuto en minuto. Coge mi móvil español, que se ha convertido en mi despertador oficial, y lee en voz alta los nombres de todos los contactos. Varias veces. Esto me inquieta un poco. Abre los armarios, me cambia las cosas de sitio en el frigorífico, abre y cierra los grifos… si se supone que las sangrías revitalizan, está claro que funcionan.

Cuando se aburre y se hace tarde, se va a casa para que su madre no se preocupe. Me ha prometido que probaré el cuscús de su madre, pero no en su casa, porque los libios no invitan a casi nadie a sus casas para no molestar a las mujeres, sino en la mía con un taper.

Cada vez que se ha ido le he acompañado a la puerta, y me deja con muy buen sabor de boca y una sonrisa, porque siempre se despide igual: ¡adiós amigos!

5 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Sebastián, ¿seguro que no tienes hijos?, muy buena!!!

      La Parda Anónima

      Eliminar
  2. Me ha encantado, sobre todo "porque es divertido y bonito" jajajaja buenisimo. Se te extraña amigo, y un montón.
    Katxiri

    ResponderEliminar
  3. En fin, que puedo decir. Ich lieb dich auch, wir sehen uns bald wieder, bestimmt!

    ResponderEliminar