Hay una cosa de Trípoli que no
logro comprender: generalizando, los libios de la ciudad son majos, abiertos y
serviciales; sin embargo, basta con ponerlos a trabajar cara al público para
que, por medio de alguna misteriosa mutación metabólico-exotérmica, se
metamorfoseen en los seres más bordes del universo. Una de las frases más
comunes entre los extranjeros viene a ser algo así: "¡si es que parece que
tenga que darle las gracias por comprarle algo!", y en esta ocasión no me
parece un comentario fuera de lugar, sino una buena descripción.
A los hechos me remito.