martes, 14 de enero de 2014

En la casa del conejo



En un agujero en el suelo vivía un hobbit. No un agujero húmedo, sucio, desagradable, lleno de restos de gusanos y olor a cieno, ni tampoco un agujero seco, vacío y polvoriento, sin un lugar para sentarse o comer: era un agujero-hobbit, y eso implica comodidad.

El Hobbit, J.R.R. Tolkien


Bueno, la verdad es que las casas-cueva de la Sierra de Nafusa nunca fueron habitadas por hobbits; además, sí que están muy polvorientas, al menos ahora que nadie vive en ellas… sin embargo, en Yefren visitamos una casa cueva digna del mismísimo Bilbo Bolsón.
Yefren es una pequeña pero populosa ciudad, edificada en lo alto de una breve meseta. Como tantos pueblos de Nafusa, me recuerda a los pueblos manchegos edificados en cerros (aunque aquí no hay molinos de viento).

Arriba, la ciudad nueva; abajo, el wadi o río estacional; en medio, la ciudad vieja (ganaría con un encalado, sí).


Habiendo ya visitado otras partes de Nafusa durante la mañana, nuestro primer objetivo era almorzar, y lo haríamos en lo que los libios llaman hosh al-hofr, casa en el agujero.

Las gentes de Nafusa, como tantos manchegos, granadinos o capadocios, solían vivir en cuevas, siempre y cuando las condiciones del terreno les permitieran excavarlas con facilidad. Empleando ingeniosos métodos de iluminación y ventilación, conseguían que tan primitivos hogares fueran no sólo habitables, sino incluso confortables: cocina, dormitorios, cuadra, todo tenía cabida en el hosh al-hofr, y de haberles dado tiempo, habrían ideado la manera de hacer un garaje.

Sin embargo, los sucesivos planes de reurbanización que impulsaron el rey Idris primero, y Gadafi después, llenaron de casas modernas los pueblos de Nafusa, así como otros muchos pueblos de adobe al estilo de Ghat o Ghadames. Sus habitantes, ante la perspectiva de tener agua corriente y luz eléctrica, no se lo pensaron dos veces.

En lugares como Ghadames, que es un enclave precioso y cuenta con la publicidad de haber sido declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad, la ciudad vieja ha sido restaurada y conservada, y se ha mantenido así viva, aunque haga ya muchos años que sus pobladores la abandonaron; la belleza de los pueblos de Nafusa, sin embargo, es menos pintoresca y llamativa, así que ha atraído menos turistas, menos dinero, y menos planes de restauración. Todas las mdun qdimat de Nafusa, sus cascos antiguos, son meras ciudades fantasmas:

Una mezquita en Termisa.


¿Dónde empieza la calle, dónde acaba la casa?

O en esta vista de Yefren, ¿qué es suelo y qué es edificio?


¿Todas las ciudades viejas de de Nafusa son ciudades fantasma? ¡No! Una casa-cueva de Yefren, poblada por irreductibles bereberes, resiste ahora y siempre al abandono.

La Casa Eslyien ha sido restaurada y enfocada al turismo por los descendientes de sus primitivos moradores, que se remontan (según el dueño) a cuatrocientos años atrás. Si bien es cierto que el lugar desprende cierto tufillo a artificio, se agradece poder visitar una casa tradicional de Nafusa tal como debió ser, sencilla, pero sorprendentemente cómoda e inteligentemente diseñada. En el enlace tenéis mejores fotos si os interesa, así que me ahorro poneros yo alguna.

Esta casa sería el escenario de nuestro almuerzo, así que nos sentamos a esperar su llegada. Nos entretuvimos admirando la radio del año catapún, la ducha (¡una ducha en plena cueva!), el fregadero de piedra... en un momento dado, Salah, nuestro guía, nos ofreció un pequeño aperitivo que había recogido en el mismo jardín de la casa: ¿pero esto no son aceitunas?, pregunté yo; Salah respondió afirmativamente y se metió una en la boca, así que le imitamos.

¿Habéis comido alguna vez aceitunas directamente del árbol? No lo hagáis si no queréis, son más amargas que las medidas económicas de la troika, y en cuanto Salah se dio la vuelta, los tres europeos salimos disparados a la puerta para escupir las aceitunas, y para que el aire fresco nos rescatara del inminente desmayo.

El almuerzo llegó finalmente, y fue exquisito, compuesto básicamente por ftat. Ya os hablé de esta deliciosa comida amazigh en otra ocasión: pan ácimo horneado a la manera tradicional, humedecido y cocinado después en una salsa especial, servido con garbanzos, carne, cebolla... tan simple y sabroso como tantas otras comidas de pobres (véase paella, migas o gachas).

Tras dar buena cuenta del almuerzo, nos tumbamos a echar una pequeña siesta, mientras Salah nos contaba historias del Corán (suspiro). Una vez recuperados, nos dirigimos a otro de los platos fuertes de la visita: la Sinagoga de Yefren.

En Libia han vivido multitud de judíos, principalmente (según creo) en las montañas de Nafusa y en Trípoli, lugares ambos que conservan sinagogas. Al parecer, parte de los judíos abandonaron el país durante o tras la Segunda Guerra Mundial, y el resto se marchó durante los sesenta o los setenta (no lo tengo muy claro), expulsados por Gadafi.

Todos, absolutamente todo los árabes libios con los que he tratado el tema, afirman que los judíos libios eran gente normal. Muchos de mis conocidos, Hamza entre ellos, cuentan a menudo que antes vivían muchos judíos en Libia, y suelen apostillar la misma coletilla: mi abuelo tenía muchos amigos judíos, y dice que eran como nosotros. Eso sí, cuando la conversación deriva hacia Israel, su opinión suele dar un giro bastante dramático.

La Sinagoga de Yefren, como toda la ciudad vieja, se halla en un estado ruinoso, pero se mantiene la estructura, el tejado, parte de la pintura y algunos relieves de escayola con palabras en hebreo, así como formas de manos, pies y brazos. Os hice algunas fotos:


¿Alguien me puede decir lo que pone?





Esta foto quedó maja, ¿no?


Tras visitar la sinagoga, nos dirigimos al antiguo barrio judío, donde conocimos a un señor muy interesante, Issa. Issa Es la versión árabe del nombre Jesús, quien, como sabréis, es un profeta reverenciado por los musulmanes: sale varias veces en el Corán, supuestamente nació de una virgen, María (en árabe Mariam), y los libios me suelen decir que, ya que ellos creen en Jesús, los cristianos deberían creer en Mahoma. Eso sí, lo de que Jesús era el hijo de Dios y tal, mentira cochina.

Bien, estaba Salah indicándonos qué casas (o lo que quedaba de ellas) habían sido habitadas por judíos, cuando un señor que pasaba por allí, ataviado con una manta marrón, nos hizo una pregunta que, en Libia, te deja sin saber muy bien qué responder:

-      Are you interested in Jewish people? 
-      Eh… yes. 
-      Come with me.

Issa tendrá unos sesenta años, y aunque no conserva muchos recuerdos de los judíos de Yefren, que se fueron relativamente pronto a Trípoli, cuenta que su abuelo era muy amigo de uno de ellos (cómo no). Nos estuvo instruyendo durante mucho rato:

-      En esa casa vivía un judío llamado Daud. En esa otra, Dagran. En esa otra, Yosef -.  Llegados a este punto, Salah, nuestro guía, intervino: 
-      ¿Cuándo llegaron los judíos a Libia? 
-      Bueno, hay dos teorías: la primera dice que siempre han estado aquí, llegaron incluso antes que los árabes; la segunda dice que vinieron tras la gran guerra, esa en la que los alemanes intentaron matar a todos los judíos y los árabes, en 1940. 
-      ¿Antes o después de Cristo? -. Ante esta pregunta, Salah miró a Issa como si lo viera por primera vez, con una mezcla de estupor e irritación. 
-      Después.

Las explicaciones de Issa siguieron durante un rato: los judíos se dedicaban al pastoreo y la agricultura, vestían como los árabes, comían como los árabes, y todo era alegría y buena convivencia hasta que los echaron. Issa resumió la relación entre los judíos y los árabes de Yefren con una frase que me encantó: vivíamos en democracia.

Tras enseñarnos su casa, en cuyo suelo había brotado sal durante el invierno (¿?), Issa nos llevó a lo que dimos en llamar su balcón, un privilegiado mirador situado en las ruinas de una almazara:


Issa en su casa invadida por la sal.



Las vistas del balcón de Issa.


Después de enseñarnos las virtudes terapéuticas de una planta que, una vez mordisqueada y pegada a las sienes, alivia el dolor de cabeza, Issa nos llevó a su casa de la ciudad nueva, donde nos preparó café árabe (un dulzón brebaje lleno de cinamomo y posos), y nos estuvo enseñando su colección de billetes: desde una lira turca que, según él, data del siglo XV, hasta liras italianas, pesetas españolas, dólares americanos, dinares turcos, dracmas griegos, marcos alemanes, y pa'angas del Reino de Tonga, cuya existencia yo desconocía. 

Cuando, antes de despedirnos, nos escribió su número de teléfono y su nombre, soltó un divertido soliloquio:

-      Eso es, me llamo Issa. ¡Como Jesús! ¡Como Jesucristo! No, Cristo no. ¡Jesús!
 
Al irnos, Issa nos regaló todavía un ejemplo de las infinitas contradicciones libias: él, que disfruta las vistas de su "balcón" tanto como para ir allí siempre que pasa por Yefren, tanto como para mostrarlas orgulloso a los primeros guiris que pasan, está construyendo un muro al lado de su casa... un muro que tapa las vistas, también preciosas, a la ciudad vieja y la llanura que se extiende más allá. Salah quiso persuadirle:

-      Este muro deberías tirarlo. Podrías poner aquí unas mesas y unas sillas, un pequeño café, y los turistas, que algún día han de volver a Libia, se sentarían aquí a disfrutar de las vistas, hasta harías dinero. 
-      Eh… no. Voy a terminar el muro y a pintarlo de blanco, va a ser un muro muy bonito.

Un poco patidifusos con la respuesta de Issa, nos despedimos y nos marchamos dirección Trípoli, donde llegamos tras haber preguntado tres o cuatro veces el camino. Ya allí, le contamos a Salah que planeábamos visitar las ruinas romanas de Leptis Magna dos días después, viernes.

-      ¿En serio? ¡Yo he sido muchos años guía en Leptis Magna! ¡Y vivo allí, en Khums! Si queréis, vengo a buscaros, os enseño todo, preparamos la comida en una casa que tengo a la orilla del mar, y luego os traigo a Trípoli, todo por 100 dinares… pero eso sí, no se lo digáis a mi jefe.

En efecto, a su jefe no le gustaría saber que su guía turístico le sisa los clientes para sacarse más beneficio... pero como de todos modos no pensábamos contratar los servicios de la empresa turística para visitar Leptis Magna, sino que el plan era ir por nuestra cuenta, decidimos que nuestra implicación moral era mínima y aceptamos la fraudulenta oferta de Salah.

Dos días después estábamos en Leptis Magna.

7 comentarios:

  1. La tercera entrega se está haciendo esperar. Cómo te gusta hacernos sufrir!!!! :)
    M.

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    1. Me está costando un poco, sí. Por cierto, qué tal la nueva imagen? Molesta la lectura?

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    2. Es verdad que te haces de rogar, hermoso. Me gusta el arenal pero sí que dificulta un poco, a ver si lo puedes mejorar. Y ponte a la tarea. Besetes.

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  2. Para mi el blog ha mejorado con la "nueva imagen". Y aunque empeore, yo lo seguiré leyendo.
    M.

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