martes, 24 de abril de 2012

Karlos Hamziñano


17 de abril

Hoy Hamza me propuso hacer cena libia en mi casa. Planazo, como podéis imaginar, así que nos fuimos a hacer la compra al mercado, y luego a cocinar. Un poco por cambiar, y un poco en honor a Amavis, a la que le gusta comer a dos carrillos, haremos una entrada a modo de receta.




Necesitaremos estos ingredientes para dos personas. Recordad que Hamza sueña con la idea de tener un restaurante para comérselo él solito:

-         Un pollo espiezao. Es recomendable comprarlo en una carnicería de mercado recién salida de Saw VII, con cabezas de oveja con dientes y ojos incluidos, patas colgando de ganchos, pulmones en el expositor y bien de hígados, todo cerquita de algún montón de basura lleno de moscas. Si no tenéis esto a mano, cualquier aséptica y aburrida carnicería española os puede valer.
-         Una cebolla.
-         Tres patatas.
-         Cinco cucharadas soperas de tomate triturado.
-         Tres dientes de ajo.
-         Tres pimientos verdes picantes.
-         Una cucharada de pimentón. Aquí no hay dulce y picante, hay picante e importado del infierno, así que usad picante, a poder ser invocado en un pentáculo.
-         Una cucharadita de curry.
-         Cuatro puñaos de guisantes frescos, o de garbanzos cocidos (valen los de bote).
-         Un manojo de ha’bac (en castellano albahaca, mola ¿verdad?)
-         Medio kilo de macarrones de los gordos y cortos.
-         Sal al gusto (que no sea al gusto de Hamza, u os quedaréis como Bob Esponja después de tomar el sol).

Hamza no me dejó hacer casi nada, solo me obligó a estar muy atento para aprender y hacerlo luego yo. Incluso le prohibió hablar a Abdul, que también se vino, para que no me distrajese. El proceso es más o menos así:

Se corta la cebolla fina y se pone a freir en una olla con bastante aceite. Cuando la cebolla está lazy (ya, yo tampoco sé si entiendo del todo el concepto), se añade el tomate triturado, la sal, el pimentón y el curry. Se sofríe un rato, y se añade el pollo en trozos grandes, tal cual salen del horrible antro donde los hemos comprado. Cuando el tomate está negro (o la mente extraña de Hamza le dice que así es), añadimos un vaso de agua. Es recomendable que sea agua del grifo libio, rica en cloro y metales pesados merced a las cañerías decimonónicas que nos gastamos aquí. Si no tenéis dicha delicatessen, la del grifo normal vale.

Cuando el agua ha cuajado con la salsa, se añaden los guisantes y las patatas, peladas y enteras. Se añade otro vaso de agua. Cada vez que cuaje un poco la salsa, añadimos más agua, hasta que llenamos como la mitad de la olla. Dejamos cocer a fuego medio unos veinte minutos.

Mientras, podemos hacer la ensalada: un buen manojo de rúcola, un poquito de romero fresco y un poco de albahaca, media cebolla, un par de tomates duros, medio pimiento picante verde (todo cortado muy fino), aceite de oliva, sal y unas gotas de limón. Esta ensalada es triunfo seguro en verano.

Cuando han pasado los veinte minutos (quizá sean menos, pero no paraban de llamar por teléfono a Hamza y se despistaba. Por cierto, que estaba empeñado en dejar el móvil donde se secaban los platos, supongo que es water resistant), añadimos el medio kilo de macarrones y otros dos vasos de agua, caliente a poder ser. No importa lo que proteste el español incrédulo que tengáis al lado, debe ser medio kilo.

La pasta cuece el tiempo que ponga en el paquete, o el que os dé la gana. En Libia, la pasta al dente no triunfa, les gusta más bien blandenga. Cuando esté hecha, veremos que el caldo ha desaparecido casi del todo, entre lo que los macarrones han chupado y la evaporación; añadimos el manojo de albahaca cortado fino, los ajos aplastados entre dos cucharas, más sal (siempre según Hamza), y los pimientos picantes enteros. Se ponen al final para que estén algo cocidos pero crujientes.

Preferiblemente serviremos en tallín; no hace falta, pero queda muy aparente. En Libia se come del plato central, dicen que eso es baraka, algo así como santificado, y dicen también que comiendo así, con muy poco, quedan saciados cien.

Aquí vendría una foto del plato, pero teníamos tanta hambre que se nos olvidó hacerla.

Nos acabamos hasta el último guisante. Estaba de vicio. Abdul sigue mal del estómago pese a las sangrías que se hace, así que solo comió ensalada y el pedazo de carne que le tocaba. Para mí, lo mejor que he comido desde que estoy aquí, sencillo, picantón y contundente.

De postre, macedonia: una manzana, un plátano, dos melocotones, un kiwi, almendras con su piel y un buen chorro de zumo de melocotón. Después del medio kilo de pasta, para dos es demasiado, pero como desayuno es estupendo. Mientras nos comíamos el postre estalló la primera tormenta de verano del año: rayos, truenos y gotas gordas, just like home.

Y lo mejor de todo: la cocina hecha un asco, amigos llamando al timbre de la puerta, se nos han olvidado las almendras, baja a ver si Abdulsaid aún no ha cerrado la tienda… así están buenas hasta las pizzas del Domino’s. ¡Buen provecho!

4 comentarios:

  1. impara bene che la prossima volta che vieni in Italia ligamos chicas con comida libiana!!!!

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  2. Jajajaja, eso tengo q probarlo! Aunq sin el rico añadido de las tuberías corroídas seguro q no es lo mismo...

    Qué ganas entran d hacerte una visita!!

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  3. jaja, eres mas que bienvenida, ya lo sabes.

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