Todo empezó hace algunas semanas, sentados
los amigos junto a la tienda de Abu, en la Calle Blanca. Uno de ellos, Ahmed,
me preguntó si conocía baila.
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¿Baila?
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Baila
– me quedé muy
confuso; la palabra baila designa en árabe al síndrome de down, y en
castellano ya sabéis.
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¿Qué
quieres decir?
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Baila,
la comida española, arroz con marisco.
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¡Paella!
– acabáramos - ¡claro
que la conozco, y bien buena que está!
-
¿Y
sabes cocinarla?
-
Hombre,
pues…
-
No
se hable más; el viernes que viene nos vamos a mi granja y nos comemos una
paella.
Ya estaba liada. Lógicamente, no podía
negarle tan pequeña cosa a mis amigos de aquí, los mismos que me llevan de
paseo aunque apenas hablo, que me ayudan cuando lo necesito, y que le dan color
a la rutina diaria; sin embargo, he hecho tan solo tres paellas en mi vida, y
las tres con los ingredientes adecuados, sin presión mediática y con una
paellera…
Como no podía ser de otra forma, me declaré
entusiasmado por la idea, y rápidamente me puse a buscar una receta sencilla en
internet.