sábado, 7 de abril de 2012

Maqueando el piso I


4 de abril (tras firmar el contrato de alquiler)

Con las llaves en el bolsillo y la mochila bien aligerada de dinares, corro al encuentro de Mohamed. Mohamed es taxista, y suele trabajar para mi empresa. Es un hombre delgado de unos treinta años, muuuuy tranquilo. Siempre tiene aire de ir hasta arriba de hachís, pero ni sus ojos ni su olor delatan que así sea, más bien creo que la calma le viene de fábrica.

Nos subimos al coche dispuestos a la mayor compra de mi vida: mesa, sillas, armario, lavadora, frigorífico, dos camas y una cocina. Veremos.



Antes de nada, explicaros que aquí las tiendas se organizan por gremios; no es nada extraño, en España era así hace algunos siglos, de ahí las calles que se llaman cuchillería, carneceros o tejería, eran las calles que alojaban a dichos gremios. Aquí eso no ha cambiado, si ves una sastrería, te darás cuenta de que toda la calle está llena de sastres, y lo mismo con los curtidores o los caldereros; lo gracioso es que a esta costumbre ancestral se suman los nuevos oficios, o los nuevos productos, y así, de repente hay una calle de tiendas de móviles, otra para informática, incluso una manzana entera solo para coches.

Os podéis imaginar, pues, que esperan muchos viajes en el taxi de Mohamed, yendo de una zona de venta a otra. Así es.

Primero vamos a la zona de segunda mano, tres o cuatro calles llenas de tiendas, repletas a su vez de muebles y electrodomésticos de todo tipo. Lo más llamativo que veo es una jaula blanca y redonda, de unos dos metros de diámetro, supongo que para meter águilas o un harén de periquitos. Por lo demás, entramos y preguntamos en unas veinte tiendas.

La mayor compra la hacemos en la un local que es un pasillo de seis o siete metros de profundidad, hasta arriba de trastos. Al fondo un sofá en el que se sienta el dueño, Amin, un hombre ya mayor, calvo y con una larguísima barba gris. Habla muy bien inglés, y chapurrea portugués (lo que convierte mi día en el mayor caos lingüístico desde que estoy aquí, seis idiomas distintos en danza, y encima yo pensando en español). Es tranquilo y habla en voz baja, hace chistes y suelta comentarios profundos, por ejemplo: “tu nombre te hace ser quien eres”.

Mesa, sillas y armario apalabrados, son las dos, quedamos a las cinco para recogerlo todo. Subimos al taxi y vamos a la zona de los electrodomésticos sin estrenar. Los viajes en Trípoli son largos, pues aunque las comunicaciones son buenas, están bastante mal trazadas, con lo que suele haber atascos; Mohamed y yo nos preguntamos cosas de vez en cuando, o nos contamos algo, pero con muchas limitaciones, así que se puede decir que mis viajes en su taxi son mares de silencio, salpicados por las islas de su pobre inglés y mi más pobre árabe. Hoy decide poner música, así que llegamos a destino al ritmo de Mr Saxo Beat.

No voy a aburriros con todo el proceso, solo decir que tras ver millones de aparatos de cocina y similar, y de regatear mucho, me hice con todo salvo la cocina, que no hubo manera. Se imponía ya buscar transporte.

Esto funciona así: te das un paseo por la carretera, y vas parando furgonetas hasta que una de ellas es de un transportista, o de alguien que no lo es, pero que tiene tiempo libre y ganas de ganarse unos dinares. Cuando encuentras a alguien, le dices lo que quieres llevar y adónde, convienes en un precio, y a llevar las cosas. En mi caso, nos hicimos con los servicios de un policía, que por cierto sí se dedica al transporte cuando no está de servicio.

Pero claro, si son muchas cosas y vives en un tercero sin ascensor, como yo, necesitas brazos además de furgoneta; en ese caso vas con tu transportista a la zona de mozos de carga, una avenida enorme donde se sienta un pequeño ejército de jóvenes negros, esperando a que alguien los contrate. Allí que fuimos, y se nos unieron dos chicos de Níger, quizás veinticinco años, delgados como un fideo y fibrosos hasta decir basta.

Los precios me llamaron la atención: el conductor de la furgoneta cobraba cuarenta dinares, que son veinticinco euros, y su labor era conducir; si agregamos que la gasolina en Libia cuesta algo así como un cuarto de dinar, le queda un beneficio de, no sé, treinta y nueve dinares. Los dos porteadores, en cambio, iban a cobrar treinta dinares, quince cada uno, cerca de nueve euros, pero subiendo frigorífico, lavadora, muebles y demás a un tercer piso. Al final tuvimos problemas con ellos, y no sin razón, porque cuando vieron todo lo que había que subir y hasta dónde, les pareció que iban a cobrar poco, lo cual era cierto. Al final cobraron más, pero no porque Mohamed o el policía les dieran la razón, de hecho les dijeron que estaban faltando a su palabra y cosas así. Cuando sepa más habrá que hablar de la relación entre libios y negros, y del hecho de que Libia no está en África.

Unas cinco horas después de comenzar, en el día más caluroso desde que estoy aquí, habíamos acabado de subir las cosas al piso y nos despedíamos hasta mañana para buscar la cocina. Hasta las narices pero contento, me compré una Bibsi y me la tomé en las escaleras de la oficina central de correos mientras le contaba las novedades a mi señora madre.

1 comentario:

  1. Arsenio, la tele Philips...
    http://www.youtube.com/watch?v=46gz97j0hog

    La Parda Anónima

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