Ayer me bajé a una cafetería que hay al lado del piso de mi jefa para
ver el Barça-Milán. Es una cafetería como la mayoría de por aquí, un cuartito
de, quizá, tres por dos metros, con una barra, un refrigerador lleno de latas de
refresco y un par de taburetes; la gente pide y se sale a la puerta con su
café. En este local en concreto tienen una tele bastante grande orientada a la
calle, y siempre emiten los partidos.
Es gracioso hablar de fútbol con los libios. Aquí nunca han tenido
buenos equipos, como por ejemplo los de Egipto, que tiene una liga potente
dentro de lo que cabe, y ahora por no tener no tienen ninguno, cosas de la
guerra. A lo que voy, como aquí no encuentran un equipo al que aficionarse,
pues se buscan uno europeo, generalmente español o italiano, y son seguidores
acérrimos. Voy a ilustrarlo narrando el partido de hoy.
Llego al bar, hay unas cincuenta personas en la puerta, todos con un
café o un té en la mano. Muchos llevan la camiseta del barça o del milán, otros
no. Mientras el locutor árabe canta las alineaciones, hacen comentarios entre
ellos, no sé qué dicen, pero distingo algunas palabras: Iniesta, Messi,
Ibrahimovic… empieza el partido.
Si alguien lo vio, empezó con varias ocasiones bastante claras para
ambos equipos; pues allí donde yo estaba parecíamos la familia Pons i Sardà, la
familia Ferreti Pozzato, y en medio yo: manos a la cabeza, gritos, lamentos,
jaleos y risas. Es genial además que les encanta sencillamente el fútbol
bonito, ves a uno con la equipación completa del milán, de pronto Xavi hace una
de las suyas, y el “rossonero” en cuestión se pone tan contento y le aplaude.
A los pocos minutos de empezar el partido llamaron a la oración;
rápidamente, los camareros le quitaron el volumen a la tele; y durante un largo
minuto solo se oyó el canto del almuédano, hasta que le pitaron un penalti a
Messi y se rompió el hechizo. La mitad de los presentes se marcha a la
mezquita, algunos rápido, otros con pereza, mientras la otra mitad se pone a
discutir si se ha tirado o no.
A mí, esto del fútbol me viene muy bien para iniciar conversaciones.
Una vez que suelto mi “ana isbani” para decir que soy español, hay varias
respuestas posibles:
1ª ¡España, Messi!
2ª ¡España, Barchelona! (así lo dicen)
3ª ¡España, Real Madrid!
4ª ¡España, buon giorno! (qué le vamos a hacer)
Después de esto, cualquier cosa. También ayer pero por la tarde, fui a
comprarme un sacapuntas, y uno de los tenderos (en las tiendas siempre hay más
de un dependiente, y nunca sabes si trabaja allí, si es un primo…), después de
decirme EspañaMessi, me apostó una Bibsi (así se dice Pepsi, más o menos) a que
ganaba el Milán, que es su equipo. Así que me toca ir para allá a que salde su
deuda.
Si les pregunto por el fútbol libio, me suelen nombrar a Al-Saadi
Gadafi, uno de los ocho hijos del difunto dictador, que soñaba con jugar en
Europa; por lo visto se compró un equipo de fútbol de aquí, del que era el
capitán y a ratos el entrenador. Hace unos años militó en varios equipos
italianos, pero lo más llamativo que consiguió fue que le sancionaran por
dopaje… ¡antes de debutar! Por lo demás, poco.
El partido, en fin, acabó tres a uno para el barça. El chico con el
que lo vi, al que había conocido viendo el partido de ida en el mismo lugar, se
quedó un poco triste porque él iba con el Milán, pero por lo demás bien,
recogimos rapidito, que de momento a partir de las diez en la calle solo quedan
los chicos malos, y a otra cosa.
Y para los que se lo estén preguntando, la respuesta es sí: la cañita
y su correspondiente tapa se echan en falta.
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