martes, 24 de abril de 2012

De noche mandan las pistolas


12 de abril

Cae la noche sobre Trípoli: farolas que emiten una luz exagerada, hombres fregando la parcela de acera que ocupa su tienda, y disparos. Los disparos son a la noche de Trípoli lo que los ladridos, los camiones de la basura y las motos son a la de España: aparecen cada noche. Aparecen cada noche y molestan, o asustan, o ni siquiera los oyes porque te has acostumbrado.


Hace unas noches hubo redada, una de tantas. Durante la guerra del año pasado, Gadafi liberó a muchos presos a cambio de que combatieran por él, y algunos de ellos, ahora, retoman el negocio que la cárcel les obligó a cerrar. Anoche, digo, hubo redada, la policía pilló a Shabita, delincuente a varios niveles. El hombre había formado una banda después de la guerra, había ocupado un edificio del gobierno (sí, del gobierno), y lo había llenado de muebles, armas y dinero. Se dedicaba básicamente al chantaje, dame dinero y no te destrozo el local, págame el impuesto y no te vacío la tienda. Anoche la policía le rodeó, hoy duerme en prisión, y el edificio ocupado está demolido.

Otras noches sólo se oyen disparos sueltos, la gente se divierte tirando al aire, sobre todo los más jóvenes. Disparan también sus pistolas sin munición, giran el cargador de sus revólveres, llevan una pistola que quizás no funcione, pero que es grande y se ve bien marcada en el bolsillo del vaquero.

Uno ve lo unidas que están las naciones unidas cuando ve sus pistolas. En eso están de acuerdo. En Libia, un país lleno de gente maravillosa, de la clase de gente que se divierte charlando apoyada en un coche y contando mentiras que hacen reír, en un país que podría comprar Europa con la riqueza natural que tiene, y que lo que necesita es paz, se ven pistolas con mil pasaportes: italianas, estadounidenses, brasileñas, belgas, francesas, rusas… es la gala de Miss Universo, es la gala de Miss Muerte.

La otra noche vi mis primeros disparos, protagonizados por un chico de unos veinticinco y por el policía loco de mi calle. Va de aquí para allá todo el día con el coche, suele ir bebido de boja, el aguardiente de aquí (cervecita y vino no importan, pero alcohol casero sí que hacen). Se para con los vecinos y conversa, a nadie le cae bien, pero como es policía, le toleran respetuosa y prudentemente. Por lo que veo y oigo, es bastante mala gente.

Estaba de cháchara con algunos vecinos, apoyado en un bar de nuestra calle. Con varios de ellos había estado yo la noche anterior en el mismo lugar, con la diferencia de que yo básicamente escucho y no me entero de nada. Uno de ellos, uno de los que no conozco, sacó la pistola y dijo algo supuestamente gracioso, disparando seguidamente al aire; entonces el policía alzó su ametralladora y le encañonó: “¡guarda el arma! ¡Guarda el alma o te hago esto en la boca!”, tras decir lo cual apuntó al cielo y disparó cinco o seis veces. Yo estaba a cinco metros, sentado con Hamza en su coche.

Así son la mayoría de los disparos nocturnos, chistes, locos, aburrimiento, fiesta… no sé en qué quedó todo, Hamza me dijo go go go go, cerró el coche y me llevó a la puerta de casa: “may be trouble”, y nos despedimos hasta mañana.

No muere gente, sin embargo. No sé cómo lo consiguen, hay noches en que, por lógica, por la cantidad de disparos que se oyen, debería morir alguien, pero casi nunca pasa. Mientras escribo oigo disparos de ametralladora, quizás a un kilómetro, pero mañana no habrá muertos. Quizá los hay y no nos lo cuentan, quizá piensan que no hay que inquietar a la gente, que oigan los disparos y crean que no pasa nada.

Libia viendo la luz al final del cañón, acunada por los disparos, más tierra quemada en la cuenta de los de siempre.

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