No dudo que
vivir cerca del desierto tiene su encanto, y el día que esté en un todo terreno
subiendo y bajando dunas, me alegraré mucho de tenerlo al lado; hoy, sin
embargo, puedo asegurar que estoy hasta el moño de la arena, y llevo menos de
un mes en el piso.
Las
primeras tormentas de arena me impresionaron mucho y fueron toda una
experiencia. Ahora puedo decir, que en cuanto se levanta un poco de aire la
ciudad se llena de arena, con lo cual he pasado del “oooohhhh” al “maldita
sea mi suerte”. Además, ayer me contó un conocido que no he visto ninguna
tormenta de arena, que he visto borrasquillas, por así decir, así que no me
quiero imaginar lo que me espera, tendré que comprarme unas gafas de bucear
para ir al trabajo.
La arena en
sí no me molesta, me pongo las gafas de sol y no se me mete en los ojos; el
problema es en casa, porque parece que vivo en La Malvarrosa, cada vez que se
me ocurre abrir la ventana, no han pasado veinte minutos y pequeños senderos
marrones aparecen en el cuarto. Es como vivir con setenta perros y veinte
señores alopécicos en una tienda de aspiradores que funcionan al revés. Cuando
camino, me sigue una banda sonora de pan tostado cada vez que piso, a no ser
que cierre todas las ventanas. Esto tampoco sirve de mucho, porque la puerta
del balcón deja una rendija de un par de centímetros a la altura del suelo, así
que la arena entra de todos modos hasta que me decida a tomar medidas.
Mi cuarto luciendo una preciosa y natural moqueta |
Si se me
ocurre fregar, dada la pseudofregona que tengo y la ingente cantidad de agua
que reparte por el suelo, se me presentan dos opciones: o bien dejo todas las
ventanas cerradas, lo que, con el calor que empieza a hacer, podría convertir
mi cuarto y el resto de la casa en la agradable y mohosa celda de El Conde de
Montecristo, o bien las abro para ventilar y que el suelo se seque mejor, pero
entonces dejo que entre toda la arena de Trípoli, la cual, al posarse sobre el
suelo mojado, convierte el embaldosado en un delicioso crocant.
De momento
me estoy inclinando por esta opción de suelo rebozado, diciéndome que el viaje
al desierto hará que merezca la pena, y que es un anticipo del kilo de
croquetas de jamón que me pienso comer en cuanto pise suelo patrio, regado con
un par de docenas de cañas fresquitas.
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