martes, 24 de abril de 2012

Harto de barrer


No dudo que vivir cerca del desierto tiene su encanto, y el día que esté en un todo terreno subiendo y bajando dunas, me alegraré mucho de tenerlo al lado; hoy, sin embargo, puedo asegurar que estoy hasta el moño de la arena, y llevo menos de un mes en el piso.


Las primeras tormentas de arena me impresionaron mucho y fueron toda una experiencia. Ahora puedo decir, que en cuanto se levanta un poco de aire la ciudad se llena de arena, con lo cual he pasado del “oooohhhh” al “maldita sea mi suerte”. Además, ayer me contó un conocido que no he visto ninguna tormenta de arena, que he visto borrasquillas, por así decir, así que no me quiero imaginar lo que me espera, tendré que comprarme unas gafas de bucear para ir al trabajo.

La arena en sí no me molesta, me pongo las gafas de sol y no se me mete en los ojos; el problema es en casa, porque parece que vivo en La Malvarrosa, cada vez que se me ocurre abrir la ventana, no han pasado veinte minutos y pequeños senderos marrones aparecen en el cuarto. Es como vivir con setenta perros y veinte señores alopécicos en una tienda de aspiradores que funcionan al revés. Cuando camino, me sigue una banda sonora de pan tostado cada vez que piso, a no ser que cierre todas las ventanas. Esto tampoco sirve de mucho, porque la puerta del balcón deja una rendija de un par de centímetros a la altura del suelo, así que la arena entra de todos modos hasta que me decida a tomar medidas.


Mi cuarto luciendo una preciosa y natural moqueta

Si se me ocurre fregar, dada la pseudofregona que tengo y la ingente cantidad de agua que reparte por el suelo, se me presentan dos opciones: o bien dejo todas las ventanas cerradas, lo que, con el calor que empieza a hacer, podría convertir mi cuarto y el resto de la casa en la agradable y mohosa celda de El Conde de Montecristo, o bien las abro para ventilar y que el suelo se seque mejor, pero entonces dejo que entre toda la arena de Trípoli, la cual, al posarse sobre el suelo mojado, convierte el embaldosado en un delicioso crocant.

De momento me estoy inclinando por esta opción de suelo rebozado, diciéndome que el viaje al desierto hará que merezca la pena, y que es un anticipo del kilo de croquetas de jamón que me pienso comer en cuanto pise suelo patrio, regado con un par de docenas de cañas fresquitas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario