miércoles, 23 de abril de 2014

Salúdame, salúdame muuuuuchooooo



Los libios, e imagino que los árabes en general, se saludan mogollón. Se saludan muchísimo. Se saludan de manera inverosímil, tanto, que seguramente no os creáis algunas partes de esta entrada.

En los saludos libios, lo importante no es qué se dice, sino cómo y cuántas veces se dice. Vamos a ver.

Como ya sabréis, el saludo típico árabe es la paz sea contigo, a lo que se responde y contigo sea la paz. Bueno, en realidad, lo que se dice es la paz sea con vosotros, utilizando el plural para que la expresión sea más respetuosa.

Hasta ahí, bien. Lo interesante llega después, cuando uno empieza a preguntar qué tal. Lo suyo es preguntar varias veces, utilizando tantas expresiones como sea posible. En general, es uno el que pregunta, y el otro simplemente da las gracias todo el rato. Un ejemplo aproximado:

-      ¿Qué tal?
-      Bien, gracias.
-      ¿Cómo estás?
-      Que Dios te bendiga (esto también significa gracias).
-      ¿Qué marcha me llevas?
-      Muchas gracias.
-      ¿Qué onda?
-      Que Dios te bendiga – aquí pasamos a la familia:
-      ¿Qué tal la familia?
-      Que Dios te bendiga.
-      ¿Qué tal tus padres?
-      bien, gracias – etc.

Llegados a cierto punto, el saludador A deja de hacer preguntas, y comienza a responder las del saludador B, que ha tomado a su vez la iniciativa. Se sigue el esquema reflejado arriba.

Aunque esta forma de saludarse es prácticamente siempre igual, varian mucho la velocidad y el tono empleados durante el ritual: cuanto mejor es la relación que te une al saludador de turno, más alto hablarás y más sonreirás, hasta ahí nada que no hagamos igual en España; sin embargo, cuando te saludas con alguien que no te cae demasiado bien, pero con quien no puedes evitar hablar (familiar, compañero de trabajo), la cosa cambia.

En España cruzaríamos un breve saludo, o lo alargaríamos con poco entusiasmo y una mayor o menor sonrisa forzada; en Libia no puedes comportarte así, en Libia debes dedicar varias docenas de frases a cualquier saludo, pero también es verdad que ninguna norma de etiqueta te obliga a recrearte en ello. Así, a menudo se ven largos saludos llenos de buenas palabras, donde los ojos revelan pocas o ningunas ganas de saludarse, o también rapidísimos saludos en los que ninguno de los hablantes espera a que el otro acabe de hablar, porque ninguno quiere pasar mucho tiempo con el otro, algo así:

-      ¿Qué t—
-      ¡Que Dios te b—
-      ¿Cómo est—
-      ¡Muchas gr—
-      ¿Y la fam—
-      ¡Dios t—
-      ¿Cóm—
-      ¡Gr—

Etcétera. Uno también saluda así cuando lleva prisa, y nadie se ofende.

Pasando a saludos específicos, creo que los más llamativos son los que se realizan dentro de una casa.

Para empezar, al entrar a una casa siempre hay que saludar. ¿Cómo decís? ¿Que eso es de lo más normal? Ya, bueno, os pongo un ejemplo.

Hace tiempo, un amigo del que os he hablado alguna vez se empeñó en regalarme una televisión rota. Sus insondables y sutiles motivos exceden esta entrada y mi propio entendimiento, así que no voy a detenerme en ellos.

El caso es que él, otro amigo y yo nos acercamos a su casa, esperamos a que rescatara la televisión (digo rescatar porque tardó casi una hora en encontrarla) y la cargamos en el coche. Era un mamotreto considerable, no pudimos cerrar el maletero, y el espectáculo que dimos al llegar a mi calle fue notorio, pero ese tampoco es el tema.

Mis dos amigos se negaron a dejarme cargar con el trasto, así que subieron con él los tres pisos y, cuando les abrí la puerta, se quedaron en el felpudo, expectantes; al principio no comprendí, pero rápidamente caí en la cuenta: no podían entrar a mi casa hasta que no les invitara, así que les solté la expresión de rigor (tafad-dl, algo así como por favor), y al entrar me respondieron con el mítico as-salam aleikum.

Dos datos se desprenden de esto: uno, da igual que el libio te conozca, da igual que sea tu amigo, da igual que esté yendo a tu casa para hacerte un favor y cargado como un burro; si se trata de su primera visita, no entrará hasta que no le invites de manera explícita en la misma puerta. Luego ya se toma confianza, pero al principio es así.

Dos, y mi favorito: ese as-salam aleikum. Llevábamos tres horas juntos, habíamos comido pizza y dado vueltas por la ciudad en coche, pero aun así me saludaron otra vez. Es lo que hay, al entrar a una casa, hay que saludar.

En clase lo veo también, porque es igualmente tradicional saludar al pasar no ya a una casa, sino a un cuarto donde hay gente. De nuevo me diréis que eso es así en todas partes, y de nuevo os llevo la contraria.

Al principio de la clase, como es natural, todos saludamos; sin embargo, al volver a entrar después de la pausa, cuando ya llevamos juntos hora y media de gramática alemana (y nos queda otra hora y media, mis alumnos son más duros que los duros de Franco), la muchachada vuelve a saludar, vuelve a desear la paz. Es superior a ellos, está en el disco duro, y da igual que tenga sentido o no, hay que hacerlo y ya está. De hecho, si un solo alumno ha salido dos minutos para hablar por teléfono, suele saludar (sí, otra vez) al entrar de nuevo.

El caso más brutal del saludo-al-entrar-a-un-cuarto lo viví el invierno pasado, cuando un alumno me invitó a cenar a su casa. Fue mi primera y única vez en un piso compartido libio: allí vivían mi alumno, dos hermanos suyos y un primo. 

La noche era razonablemente cálida, así que propuse que cenáramos en la enorme terraza llena de plantas que tenían, pero se negaron, y me explicaron también que nunca la usaban: es que en el piso de arriba viven mujeres casadas, y si salimos a cenar fuera podrían vernos, o nosotros a ellas, y si los maridos no están en casa, imagínate…

Ya, yo tampoco sé si lo entiendo muy bien. El caso es que cenamos dentro.

Volviendo a los saludos: la cocina y el salón estaban divididos por una media pared, una especie de barra americana. Sin embargo, cada vez que uno “entraba” al salón desde la cocina, deseaba la paz a los demás. ¡Pero si te estoy viendo! ¡Si ni te has ido! ¡No hay ni pared, en realidad ni has salido ni has vuelto a entrar!

Lo mismo daba, si paso al salón y veo gente, yo saludo. Y otra vez. Y otra. Y otra. Esa noche se saludó como si no hubiera un mañana, imaginad a cinco personas entrando y saliendo de una habitación y diciendo cada vez as-salam aaleikum, y el resto contestando wa aaleikum as-salam. Me faltó poco para hacerme bola en la alfombra, balancearme hacia delante y hacia atrás y murmurar repetidamente yaoshevistoyaoshevistoyaoshevisto.

Es, en fin, una tradición que puede parecer ridícula, pero a mí ha llegado a gustarme. Nosotros, para saludarnos, necesitamos habernos despedido antes, ellos no. Es de un absurdo muy simpático, muy sociable, muy de bienvenida.

Cambiando un poco de tema: saludar con nombres de familiares.

En el pueblo de mis padres, todo el mundo se llamaba hermano o hermana. Ibas a la panadería y decías hermano Julián, deme dos barras y un pan, y tan contentos.

Esa costumbre, como tantas otras, se ha perdido, pero aquí no sólo se mantiene, sino que la han desarrollado hasta el extremo.

Lo de hermano y hermana se utiliza también por aquí, es así como llamas a desconocidos que tengan más o menos tu edad, y suena jui y ujti, respectivamente. Si le quieres dar más énfasis al apelativo, más cariño, en vez de decir jui (hermano mío) dirás juna (hermano nuestro).

Si te diriges a alguien mayor que tú, cambiarás a aamu o aama, tío paterno o tía paterna. Es lo normal cuando, por ejemplo, entras a una tienda: tío, ¿cuánto cuestan los altramuces?

En Zintan, al sur de Trípoli, se utiliza más jali y jalati, tío materno mío y tía materna mía. No sé, igual en otras ciudades se dicen primo, sobrino o nieto, ya me enteraré.

Por último, si te encuentras con alguien notablemente mayor que tú, pasas a bui y umi, padre mío y madre mía. En el caso de las mujeres, puedes decir directamente mama, pero no es corriente usar el correspondiente apelativo con los hombres, que sería baba (en árabe no existe la letra p). Ellos, por su parte, te llamarán wildi, hijo mío, algo que sí se hace en España.

Si os soy sincero, todo esto, una vez le has cogido el punto, es genial, es una sensación muy agradable. En Libia, no sólo puedes hablar con quien te dé la gana (teniendo precaución al hacerlo con jovencitas), sino que además, instantáneamente, te transformas en el hermano, hijo o sobrino de un desconocido. Vale, no lo eres; lo sabes tú, lo sabe él (o ella), los griegos lo sabían y los cartagineses lo sabían, pero no deja de ser una bonita mentira.

En fin, os dejo por hoy. Que la paz sea con vosotros.

Hasta luego.

Nos leemos.

Buenas tardes.

A cuidarse.

Hala pues.

Agur.

Chao.

Etc.

6 comentarios:

  1. Eso de saludarse al cruzar los ambientes de una misma casa me suena a película de los hermanos Marx.

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    1. Es verdad! Igual ese es el futuro puntazo de la cinematografía libia (cuando Libia tenga cinematografía, claro).

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  2. Siempre he pensado que en aquí nos saludamos poco...desde hoy voy a dar besos a todas la chavalitas al verlas y al despedirme ;)

    La Parda Afectiva

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    1. Di que sí, Parda, pero también tienes que saludarlas al volver de pedir otra caña, o del baño, o de salir a hablar por teléfono, o de agacharte a recoger la cucharilla que se te ha caído bajo la mesa, o...

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  3. ciao pescau
    al salume ala i kum

    y muchos otros mas como
    pues
    hala pues,
    pues ya
    ya pues
    puesss

    hala a cascala (y gracias por la hospitalidad)

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    1. Uoooooooooooooooooooo!!!! Surprise, surprise!! Desde luego, contigo no puedo tener secretos, un placer tenerte en casa!

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