Los libios, e imagino que los
árabes en general, se saludan mogollón. Se saludan muchísimo. Se saludan de
manera inverosímil, tanto, que seguramente no os creáis algunas partes de esta
entrada.
En los saludos libios, lo
importante no es qué se dice, sino cómo y cuántas veces se
dice. Vamos a ver.
Como ya sabréis, el saludo
típico árabe es la paz sea contigo, a lo que se responde y contigo
sea la paz. Bueno, en realidad, lo que se dice es la paz sea con
vosotros, utilizando el plural para que la expresión sea más respetuosa.
Hasta ahí, bien. Lo interesante
llega después, cuando uno empieza a preguntar qué tal. Lo suyo es
preguntar varias veces, utilizando tantas expresiones como sea posible. En
general, es uno el que pregunta, y el otro simplemente da las gracias todo el
rato. Un ejemplo aproximado:
-
¿Qué tal?
-
Bien, gracias.
-
¿Cómo estás?
-
Que Dios te bendiga (esto también significa
gracias).
-
¿Qué marcha me llevas?
-
Muchas gracias.
-
¿Qué onda?
-
Que Dios te bendiga – aquí pasamos a la familia:
-
¿Qué tal la familia?
-
Que Dios te bendiga.
-
¿Qué tal tus padres?
-
bien, gracias – etc.
Llegados a cierto punto, el
saludador A deja de hacer preguntas, y comienza a responder las del saludador
B, que ha tomado a su vez la iniciativa. Se sigue el esquema reflejado arriba.
Aunque esta forma de saludarse es prácticamente siempre igual, varian mucho la velocidad y el tono empleados durante el ritual: cuanto mejor es la relación que
te une al saludador de turno, más alto hablarás y más sonreirás, hasta ahí
nada que no hagamos igual en España; sin embargo, cuando te saludas con alguien
que no te cae demasiado bien, pero con quien no puedes evitar hablar (familiar,
compañero de trabajo), la cosa cambia.
En España cruzaríamos un breve
saludo, o lo alargaríamos con poco entusiasmo y una mayor o menor sonrisa
forzada; en Libia no puedes comportarte así, en Libia debes dedicar
varias docenas de frases a cualquier saludo, pero también es verdad que ninguna
norma de etiqueta te obliga a recrearte en ello. Así, a menudo se ven largos
saludos llenos de buenas palabras, donde los ojos revelan pocas o ningunas
ganas de saludarse, o también rapidísimos saludos en los que ninguno de los
hablantes espera a que el otro acabe de hablar, porque ninguno quiere pasar
mucho tiempo con el otro, algo así:
-
¿Qué t—
-
¡Que Dios te b—
-
¿Cómo est—
-
¡Muchas gr—
-
¿Y la fam—
-
¡Dios t—
-
¿Cóm—
-
¡Gr—
Etcétera. Uno también saluda
así cuando lleva prisa, y nadie se ofende.
Pasando a saludos específicos, creo que los más llamativos son los que se realizan dentro de una casa.
Para empezar, al entrar a una
casa siempre hay que saludar. ¿Cómo decís? ¿Que eso es de lo más normal? Ya,
bueno, os pongo un ejemplo.
Hace tiempo, un amigo del que os he hablado alguna vez se empeñó en regalarme una televisión rota. Sus
insondables y sutiles motivos exceden esta entrada y mi propio entendimiento,
así que no voy a detenerme en ellos.
El caso es que él, otro amigo y
yo nos acercamos a su casa, esperamos a que rescatara la televisión (digo
rescatar porque tardó casi una hora en encontrarla) y la cargamos en el coche.
Era un mamotreto considerable, no pudimos cerrar el maletero, y el espectáculo
que dimos al llegar a mi calle fue notorio, pero ese
tampoco es el tema.
Mis dos amigos se negaron a
dejarme cargar con el trasto, así que subieron con él los tres pisos y, cuando
les abrí la puerta, se quedaron en el felpudo, expectantes; al principio no
comprendí, pero rápidamente caí en la cuenta: no podían entrar a mi casa
hasta que no les invitara, así que les solté la expresión de rigor (tafad-dl,
algo así como por favor), y al entrar me respondieron con el mítico as-salam
aleikum.
Dos datos se desprenden de
esto: uno, da igual que el libio te conozca, da igual que sea tu amigo, da
igual que esté yendo a tu casa para hacerte un favor y cargado como un burro; si se trata de su primera visita, no entrará hasta que no le invites de manera explícita en la misma puerta. Luego ya se toma confianza, pero al principio es así.
Dos, y mi favorito: ese as-salam
aleikum. Llevábamos tres horas juntos, habíamos comido pizza y dado vueltas
por la ciudad en coche, pero aun así me saludaron otra vez. Es lo que hay, al entrar a una
casa, hay que saludar.
En clase lo veo también, porque
es igualmente tradicional saludar al pasar no ya a una casa, sino a un cuarto donde hay gente. De
nuevo me diréis que eso es así en todas partes, y de nuevo os llevo la
contraria.
Al principio de la clase, como
es natural, todos saludamos; sin embargo, al volver a entrar después de la
pausa, cuando ya llevamos juntos hora y media de gramática alemana (y nos queda
otra hora y media, mis alumnos son más duros que los duros de Franco), la
muchachada vuelve a saludar, vuelve a desear la paz. Es superior a ellos, está
en el disco duro, y da igual que tenga sentido o no, hay que hacerlo y ya está. De hecho, si un solo alumno ha salido dos minutos para hablar por teléfono, suele saludar (sí, otra vez) al entrar de nuevo.
El caso más brutal del
saludo-al-entrar-a-un-cuarto lo viví el invierno pasado, cuando un alumno me
invitó a cenar a su casa. Fue mi primera y única vez en un piso compartido
libio: allí vivían mi alumno, dos hermanos suyos y un primo.
La noche era razonablemente cálida, así que propuse que cenáramos en la enorme terraza llena de plantas que tenían, pero se negaron, y me explicaron también que nunca la usaban: es que en el piso de arriba
viven mujeres casadas, y si salimos a cenar fuera podrían vernos, o nosotros a
ellas, y si los maridos no están en casa, imagínate…
Ya, yo tampoco sé si lo entiendo muy bien. El caso es que cenamos dentro.
Volviendo a los saludos: la cocina y el salón estaban
divididos por una media pared, una especie de barra americana. Sin embargo,
cada vez que uno “entraba” al salón desde la cocina, deseaba la paz a los demás. ¡Pero si te
estoy viendo! ¡Si ni te has ido! ¡No hay ni pared, en realidad ni has salido ni
has vuelto a entrar!
Lo mismo daba, si paso al salón
y veo gente, yo saludo. Y otra vez. Y otra. Y otra. Esa noche se saludó como si no hubiera un mañana, imaginad a cinco personas entrando y saliendo de una habitación y diciendo cada vez as-salam aaleikum, y el resto contestando wa aaleikum as-salam. Me faltó poco para hacerme bola en la alfombra, balancearme hacia delante y hacia atrás y murmurar repetidamente yaoshevistoyaoshevistoyaoshevisto.
Es, en fin, una tradición que puede
parecer ridícula, pero a mí ha llegado a gustarme. Nosotros, para saludarnos,
necesitamos habernos despedido antes, ellos no. Es de un absurdo muy simpático,
muy sociable, muy de bienvenida.
Cambiando un poco de tema: saludar con nombres de familiares.
Cambiando un poco de tema: saludar con nombres de familiares.
En el pueblo de mis padres,
todo el mundo se llamaba hermano o hermana. Ibas a la panadería y
decías hermano Julián, deme dos barras y un pan, y tan contentos.
Esa costumbre, como tantas
otras, se ha perdido, pero aquí no sólo se mantiene, sino que la han
desarrollado hasta el extremo.
Lo de hermano y hermana se
utiliza también por aquí, es así como llamas a desconocidos que tengan más o menos
tu edad, y suena jui y ujti, respectivamente. Si le quieres dar
más énfasis al apelativo, más cariño, en vez de decir jui (hermano mío)
dirás juna (hermano nuestro).
Si te diriges a alguien mayor
que tú, cambiarás a aamu o aama, tío paterno o tía paterna. Es lo
normal cuando, por ejemplo, entras a una tienda: tío, ¿cuánto cuestan los
altramuces?
En Zintan, al sur de
Trípoli, se utiliza más jali y jalati, tío materno mío y tía
materna mía. No sé, igual en otras ciudades se dicen primo, sobrino o
nieto, ya me enteraré.
Por último, si te encuentras
con alguien notablemente mayor que tú, pasas a bui y umi, padre
mío y madre mía. En el caso de las mujeres, puedes decir
directamente mama, pero no es corriente usar el correspondiente
apelativo con los hombres, que sería baba (en árabe no existe la letra p).
Ellos, por su parte, te llamarán wildi, hijo mío, algo que sí se
hace en España.
Si os soy sincero, todo esto,
una vez le has cogido el punto, es genial, es una sensación muy agradable. En
Libia, no sólo puedes hablar con quien te dé la gana (teniendo precaución al
hacerlo con jovencitas), sino que además, instantáneamente, te transformas en
el hermano, hijo o sobrino de un desconocido. Vale, no lo eres; lo sabes tú, lo
sabe él (o ella), los griegos lo sabían y los cartagineses lo sabían, pero no deja de ser una
bonita mentira.
En fin, os dejo por hoy. Que la paz sea con vosotros.
Hasta luego.
Nos leemos.
Buenas tardes.
A cuidarse.
Hala pues.
Agur.
Chao.
Etc.
Eso de saludarse al cruzar los ambientes de una misma casa me suena a película de los hermanos Marx.
ResponderEliminarEs verdad! Igual ese es el futuro puntazo de la cinematografía libia (cuando Libia tenga cinematografía, claro).
EliminarSiempre he pensado que en aquí nos saludamos poco...desde hoy voy a dar besos a todas la chavalitas al verlas y al despedirme ;)
ResponderEliminarLa Parda Afectiva
Di que sí, Parda, pero también tienes que saludarlas al volver de pedir otra caña, o del baño, o de salir a hablar por teléfono, o de agacharte a recoger la cucharilla que se te ha caído bajo la mesa, o...
Eliminarciao pescau
ResponderEliminaral salume ala i kum
y muchos otros mas como
pues
hala pues,
pues ya
ya pues
puesss
hala a cascala (y gracias por la hospitalidad)
Uoooooooooooooooooooo!!!! Surprise, surprise!! Desde luego, contigo no puedo tener secretos, un placer tenerte en casa!
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