viernes, 3 de mayo de 2013

Lo estamos pidiendo pofavó



Hace un tiempo os hablé de la Ley de Aislamiento Político. Hasta hoy solo es un proyecto que plantea, sencillamente, sacar de las instituciones a todo aquel que tuviera algún cargo de responsabilidad en el régimen de Gadafi.

Como os podéis imaginar, ni todo el mundo tiene claro que eso sea una buena idea, ni es fácil establecer unos límites: ¿qué se define como responsabilidad? ¿Hay que repudiar a aquellos que, bajo amenazas, tuvieron que pasar por el aro y colaborar con el régimen? ¿Cómo se demuestra que hubo tales amenazas?

La medida es de por sí delicada, pero en Libia no basta con tener una complicación, lo que motiva a la gente es vérselas con una madeja bien enmarañada. O al menos así lo ven las milicias, protagonistas (otra vez) de la actualidad política libia.


La Ley de Aislamiento Político (PIL son sus siglas en inglés, supongo que en España la llamaríamos La Pili) entró al candelero allá por diciembre, y pronto se vio claro que no sería una medida fácil de instaurar; al comentado hecho de que resulta difícil dictaminar quién fue malo maloso, y quién no tuvo más remedio que trabajar para Gadafi, se le suma la cifra 4500, el número de diputados/congresistas/alcaldes/llámelo x que se verían afectados por la ley.

Echar de sus cargos (en la mayoría, electos) a 4500 hombres y mujeres así, por la patilla, no solo puede parecer discutible, sino que montaría un buen sarao en las instituciones. Si os acordáis, la mayor parte de los representantes políticos fue elegida entre particulares, ciudadanos sin militancia en partido alguno. ¿Qué hacemos con los puestos que dejen vacíos? ¿Nuevas elecciones? ¿Ponemos al que quedó por detrás? ¿Ponemos a alguien que no se llevó ni un solo voto en su momento?

Enfocando la problemática de la PIL desde otro punto de vista, vayamos a lo que me ha llevado a escribir: las milicias.

Para las milicias, es inaceptable que los esbirros de Gadafi (sic) participen en la nueva Libia libre, no quieren Fragas Iribarnes en la democracia, por darle un símil español. Algunos analistas dicen, sin embargo, que lo que las milicias buscan no es más que crear vacantes en las instituciones, vacantes que después podrían ocupar ellas mismas. Yo me abstengo de opinar, y voy al lío.

Hace unos diez días, las milicias de Souq’al-Joumaa, Tajoura y Misrata (barrio y ciudad dormitorio de Trípoli las primeras, ciudad a un par de horas al este la otra) tomaron al asalto el Ministerio de Asuntos Exteriores. Lo rodearon, encerraron al ministro dentro, y anunciaron que nadie entraría ni saldría hasta que la PIL fuera aprobada por el congreso.

Uno de los primeros afectados por esta iniciativa fue, cómo no, Hamza, que necesitaba un sello en su pasaporte para no sé qué viaje que quiere hacer. Llegó, le prohibieron la entrada, amenazó con bloquear a los bloqueadores (de hecho llegó a aparcar su coche delante de una furgoneta con material anti-aéreo), y ante semejante muestra de cabezonería le dejaron pasar.

Volviendo a lo serio, la respuesta de Ali Zeidan, el presidente “electo”, no se hizo esperar: el Gobierno no cederá a las presiones interesadas; cumpliremos nuestro trabajo según lo prometido al pueblo libio, aunque nos juguemos el cuello y el alma.

Las milicias captaron el mensaje, y decidieron probar de un modo menos impopular, manifestándose (sin armas) frente al Congreso. Entre otras performances, colocaron 40 ataúdes frente al edificio, simbolizando los 40 años de dictadura gadafista.

Sorprendentemente, esto no supuso una aprobación inmediata de la PIL, así que los manifestantes, espoleados por la llegada de la milicia de Zawyia (al oeste de Trípoli, os nombré la ciudad aquí), se dejaron de tonterías y decidieron asediar más ministerios: hasta hoy llevan Justicia y Electricidad.

Por otro lado, el pueblo también acabó reaccionando. Hace cuatro días, siete personas se manifestaron en la rotonda de Plaza Argelia, al lado de mi casa. Se habían tapado la boca con cinta aislante, y portaban carteles en los que pedían el cese de actividad de las milicias y su reinserción en la policía y el ejército (o en sus p---- casas), así como la retirada total de las armas que siguen en manos de particulares. Al cabo de unas horas, las siete personas ya eran treinta.

Ese número no ha aumentado mucho en los días siguientes, pero siempre hay alguien en la rotonda. Ayer vi allí a Shoukri, un alumno mío, y cuando le pregunté el motivo de su protesta me dijo que estaban contra las armas y a favor de que el Gobierno apruebe la PIL cuanto antes


En serio, a veces no sé si soy tonto, si se ríen de mí o qué pasa.

Para hoy viernes hay prevista una multitudinaria manifestación contra las presiones milicianas, que comenzará aquí, en Plaza Argelia, después del rezo del mediodía. A ver qué sale.

Las milicias parecen haber reaccionado a este movimiento, y de nuevo quieren mejorar su imagen pública. Hoy he leído una pequeña entrevista, en la que un miliciano explicaba que no pretenden usar las armas con las que asedian los ministerios, sino que las están utilizando como forma de llamar la atención. El mismo miliciano nos deja una perla de democracia y sentido común:

“…es el único modo de hacer que la gente nos escuche. Pero los que estamos aquí somos guerreros de la libertad, somos buena gente. Si aprueban la ley nos iremos a nuestras casas…”


Señor Miliciano faitin for frídom




Si las noticias no mienten, cientos de personas viajan ahora mismo hacia Trípoli, dispuestas a protestar contra la forma en que las milicias plantean sus exigencias. Repito, veremos lo que pasa.

Está previsto que la PIL se vote el domingo.



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