Tras meses de deliberaciones, varios ministerios sitiados y una manifestación “masiva”, el domingo 4 de mayo se votó
la ley que, quién sabe, puede dar un vuelco a la evolución democrática de la
nueva Libia.
El resultado, como era de esperar, no ha
dejado satisfecho a nadie.
Si os acordáis, la Ley de Aislamiento Político
(PIL sus siglas en inglés) prohíbe la ocupación de cargos públicos a todos
aquellos que ya los ocuparon durante el régimen de Gadafi. En este saco caben
antiguos embajadores, ministros, guardia personal del dictador, y un largo etcétera
que os ahorro.
Creo poder decir que la mayor parte del
pueblo libio está a favor de la ley; después de 42 años de dictadura, lo último
que le apetece a la gente es ver a los peces gordos del régimen montados en un
coche oficial. De hecho, muchos apoyan la actitud de las milicias, que llevan
dos semanas amenazando al gobierno a punta de pistola.
Hay también, sin embargo, un buen número de
personas contrarias a la ley, entre otros Mahmud Djibril (el Primer Ministro
que debió ser y no fue), y un activista que me encontré ayer en este artículo de El País.
Los contrarios a la ley basan su postura en
el riesgo de fracturar Libia, de entrar en una peligrosa dinámica de castigos,
represalias y marginación; al fin y al cabo, no son pocos los que trabajaron
para el régimen porque no les quedaba otra. Además, Libia no anda sobrada de personas
capaces de dedicarse a la vida política, a la gestión y a la diplomacia, y,
para bien o para mal, muchas de las personas que sí lo están se forjaron
trabajando para la dictadura.
Otro organismo contrario a la ley, por poner
un ejemplo relevante, es Human Rights Watch, que en este artículo expone
por qué la PIL no es el mejor paso legislativo a dar, diciendo básicamente que
los criterios de marginación son poco concretos, y que una buena parte del país
podría quedar injustamente alejada de las instituciones. Que la idea es
comprensible, pero que esta ley no es la mejor manera de llevarla a efecto.
Sea como fuere, el domingo dicha ley se votó.
Y se aprobó.
Yo casi esperaba que la rechazaran. Habría
sido un buen golpe por parte del Congreso General Nacional: ¿así que
amenazando? Pues mira, pensaba votar que sí, pero ahora pillo y voto que no.
Nada de eso, la ley fue aprobada por
abrumadora mayoría. Os la resumo un poco para que veáis las consecuencias que
va a tener:
-
Todo
el que haya trabajado para el régimen queda inhabilitado durante 10 años,
también los que se pasaron a la oposición durante el primer mes de la revuelta,
que era el límite anterior. Así, personajes como el Presidente del Congreso
(por llamarlo de alguna manera) Mohamed Magarief, o mi amigo el Grand Mufti
Sadiq Gheriany, van a tener que apuntarse al INEM libio a la voz de ya.
-
No
todos los que trabajaron dentro del régimen quedan fuera de juego, hay diversos
baremos: los que fueron embajadores serán inhabilitados, pero sus asistentes no
(y así se salva, por ejemplo, el Primer Ministro Ali Zeidan).
-
Si
quieres acceder a un cargo público de relevancia tendrás que responder un
cuestionario, y si te pillan en un reniego, podrás ir a la cárcel.
-
Se
crea un nuevo organismo dedicado a investigar el pasado de aquellos que opten a
la vida pública: antes teníamos la Comisión de Integridad, y ahora
tendremos la Autoridad de Implementación de Posiciones Políticas Estándar
(¡toma ya!). Este punto provocó mucha controversia, ya que algunos diputados se
negaban a perder la Comisión de Integridad. Ver al presidente del congreso
suplente explicar que se quita una comisión para sustituirla por otra igual,
pero de distinto nombre, debió ser algo así:
En fin, que ya tenemos ley. Algunos
revolucionarios se alegran mucho (500 personas protestaron contra las milicias,
3000 celebraron la aprobación de la ley en la calle), otros dudan si se
ha hecho lo correcto y, sobre todo, si se ha hecho de la manera más adecuada.
El problema no es ya si ha sido buena idea
inhabilitar a todo el que tuvo algo que ver con el régimen. Tampoco la caza de
brujas que puede darse en cuanto la ley entre en vigor, dentro de un mes. Tampoco
lo que HRW, la ONU o los medios internacionales vayan a decir sobre cómo se
hacen las cosas por aquí.
El problema, la bomba que lleva meses
amenazando, haciendo amagos, y que quizás acabar de estallar en la cara del
pueblo libio, es la milicia.
Hace seis meses que la PIL se puso sobre la
mesa. La milicia sitia varios ministerios, y en una semana la ley se aprueba. El
pueblo lo celebra, abajo los gadafistas.
Al día siguiente, la milicia dice que quiere
la dimisión de Ali Zeidan, el primer ministro. El pueblo se sorprende.
Dos días después de la Gloriosa Intervención
Legislativa (WYD sus siglas en castúo), la milicia vuelve a sitiar los
ministerios. Piden insistentemente la dimisión de Ali Zeidan, y nadie sabe lo
que pedirán después.
Es lo que pasa cuando se hace caso a los que
argumentan ayudados por pistolas: ahora que se les ha dado lo que querían,
quieren más, y lo quieren con la misma facilidad e inmediatez, sin importar que
sea lo mejor para alguien, sin importar que así, por la fuerza, no se hacen las
cosas, ni siquiera las cosas buenas. Y es posible que hasta no sepan qué es lo
que quieren, pero es que al fin y al cabo eso da igual. El prestigio y el poder
ya lo cataron durante la revolución, y ahora han comprobado con qué facilidad
pueden hacer que las cosas cambien a su capricho, basta con aparcar frente a
algún ministerio y decir no usaremos las armas, solo las sacamos para que
nos escuchen.
Hoy ha sido sin duda el día que más discusión
política he visto y vivido desde que ando por aquí, más que durante las
elecciones, más que durante el ataque a Beni Walid (un capítulo ominoso que ya
contaré algún día). Mis alumnos están preocupados, si bien la mayoría preocupados
al estilo Libio: todo está fatal, pero todo saldrá bien si Dios quiere. Vamos
a tomarnos un café.
La pelota, de nuevo, está en el tejado del
congreso, debilitado por los últimos acontecimientos, y sobre todo
en el tejado del gobierno, con Ali Zeidan a la cabeza.
El problema es que ahora no
se trata de inhabilitar a los derrotados, sino de tapar la Caja de Pandora que
son los victoriosos.
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