martes, 7 de mayo de 2013

Saliendo de Málaga



Tras meses de deliberaciones, varios ministerios sitiados y una manifestación “masiva”, el domingo 4 de mayo se votó la ley que, quién sabe, puede dar un vuelco a la evolución democrática de la nueva Libia.

El resultado, como era de esperar, no ha dejado satisfecho a nadie.


Si os acordáis, la Ley de Aislamiento Político (PIL sus siglas en inglés) prohíbe la ocupación de cargos públicos a todos aquellos que ya los ocuparon durante el régimen de Gadafi. En este saco caben antiguos embajadores, ministros, guardia personal del dictador, y un largo etcétera que os ahorro.

Creo poder decir que la mayor parte del pueblo libio está a favor de la ley; después de 42 años de dictadura, lo último que le apetece a la gente es ver a los peces gordos del régimen montados en un coche oficial. De hecho, muchos apoyan la actitud de las milicias, que llevan dos semanas amenazando al gobierno a punta de pistola.

Hay también, sin embargo, un buen número de personas contrarias a la ley, entre otros Mahmud Djibril (el Primer Ministro que debió ser y no fue), y un activista que me encontré ayer en este artículo de El País.

Los contrarios a la ley basan su postura en el riesgo de fracturar Libia, de entrar en una peligrosa dinámica de castigos, represalias y marginación; al fin y al cabo, no son pocos los que trabajaron para el régimen porque no les quedaba otra. Además, Libia no anda sobrada de personas capaces de dedicarse a la vida política, a la gestión y a la diplomacia, y, para bien o para mal, muchas de las personas que sí lo están se forjaron trabajando para la dictadura.

Otro organismo contrario a la ley, por poner un ejemplo relevante, es Human Rights Watch, que en este artículo expone por qué la PIL no es el mejor paso legislativo a dar, diciendo básicamente que los criterios de marginación son poco concretos, y que una buena parte del país podría quedar injustamente alejada de las instituciones. Que la idea es comprensible, pero que esta ley no es la mejor manera de llevarla a efecto.

Sea como fuere, el domingo dicha ley se votó.


Yo casi esperaba que la rechazaran. Habría sido un buen golpe por parte del Congreso General Nacional: ¿así que amenazando? Pues mira, pensaba votar que sí, pero ahora pillo y voto que no.

Nada de eso, la ley fue aprobada por abrumadora mayoría. Os la resumo un poco para que veáis las consecuencias que va a tener:

-         Todo el que haya trabajado para el régimen queda inhabilitado durante 10 años, también los que se pasaron a la oposición durante el primer mes de la revuelta, que era el límite anterior. Así, personajes como el Presidente del Congreso (por llamarlo de alguna manera) Mohamed Magarief, o mi amigo el Grand Mufti Sadiq Gheriany, van a tener que apuntarse al INEM libio a la voz de ya.

-         No todos los que trabajaron dentro del régimen quedan fuera de juego, hay diversos baremos: los que fueron embajadores serán inhabilitados, pero sus asistentes no (y así se salva, por ejemplo, el Primer Ministro Ali Zeidan).

-         Si quieres acceder a un cargo público de relevancia tendrás que responder un cuestionario, y si te pillan en un reniego, podrás ir a la cárcel.

-         Se crea un nuevo organismo dedicado a investigar el pasado de aquellos que opten a la vida pública: antes teníamos la Comisión de Integridad, y ahora tendremos la Autoridad de Implementación de Posiciones Políticas Estándar (¡toma ya!). Este punto provocó mucha controversia, ya que algunos diputados se negaban a perder la Comisión de Integridad. Ver al presidente del congreso suplente explicar que se quita una comisión para sustituirla por otra igual, pero de distinto nombre, debió ser algo así:



En fin, que ya tenemos ley. Algunos revolucionarios se alegran mucho (500 personas protestaron contra las milicias, 3000 celebraron la aprobación de la ley en la calle), otros dudan si se ha hecho lo correcto y, sobre todo, si se ha hecho de la manera más adecuada.

El problema no es ya si ha sido buena idea inhabilitar a todo el que tuvo algo que ver con el régimen. Tampoco la caza de brujas que puede darse en cuanto la ley entre en vigor, dentro de un mes. Tampoco lo que HRW, la ONU o los medios internacionales vayan a decir sobre cómo se hacen las cosas por aquí.

El problema, la bomba que lleva meses amenazando, haciendo amagos, y que quizás acabar de estallar en la cara del pueblo libio, es la milicia.

Hace seis meses que la PIL se puso sobre la mesa. La milicia sitia varios ministerios, y en una semana la ley se aprueba. El pueblo lo celebra, abajo los gadafistas.

Al día siguiente, la milicia dice que quiere la dimisión de Ali Zeidan, el primer ministro. El pueblo se sorprende.

Dos días después de la Gloriosa Intervención Legislativa (WYD sus siglas en castúo), la milicia vuelve a sitiar los ministerios. Piden insistentemente la dimisión de Ali Zeidan, y nadie sabe lo que pedirán después.

Es lo que pasa cuando se hace caso a los que argumentan ayudados por pistolas: ahora que se les ha dado lo que querían, quieren más, y lo quieren con la misma facilidad e inmediatez, sin importar que sea lo mejor para alguien, sin importar que así, por la fuerza, no se hacen las cosas, ni siquiera las cosas buenas. Y es posible que hasta no sepan qué es lo que quieren, pero es que al fin y al cabo eso da igual. El prestigio y el poder ya lo cataron durante la revolución, y ahora han comprobado con qué facilidad pueden hacer que las cosas cambien a su capricho, basta con aparcar frente a algún ministerio y decir no usaremos las armas, solo las sacamos para que nos escuchen.

Hoy ha sido sin duda el día que más discusión política he visto y vivido desde que ando por aquí, más que durante las elecciones, más que durante el ataque a Beni Walid (un capítulo ominoso que ya contaré algún día). Mis alumnos están preocupados, si bien la mayoría preocupados al estilo Libio: todo está fatal, pero todo saldrá bien si Dios quiere. Vamos a tomarnos un café.

La pelota, de nuevo, está en el tejado del congreso, debilitado por los últimos acontecimientos, y sobre todo en el tejado del gobierno, con Ali Zeidan a la cabeza. 

El problema es que ahora no se trata de inhabilitar a los derrotados, sino de tapar la Caja de Pandora que son los victoriosos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario