lunes, 11 de junio de 2012

Este pueblo es una ruina


2 de junio

Libia, como tantos países del Mediterráneo, tiene una historia larguísima; de hecho, su nombre es uno de los más antiguos que quedan, usado ya por los griegos y, después, por los romanos. Al parecer procede de sus primeros pobladores conocidos, la tribu de los Libu, tras los cuales han vivido aquí fenicios, griegos, cartagineses, romanos, bizantinos, vándalos, árabes, turcos, españoles e italianos, citando de cabeza.

A una hora en coche, dirección Túnez, se halla la pequeña ciudad de Sabratah, fundada por los italianos hace casi cien años en el emplazamiento de la Sabratah original, próspera ciudad Fenicia primero y romana después. Bueno, pues Maria Valquiria propuso hacer una visita turística, y ayer estuvimos allí. Fue un viaje de lo más guiri, así que hice todas las fotos que pude con mi querido Samsung Galaxy, lo cual no fue nada fácil, ya que cuando aprieta el sol no se distingue nada en la pantalla, así que tengo que fotografiar de oído. No he quedado muy contento con el resultado, espero que os gusten.


A la una nos encontramos en el puesto de verdura de mi calle, embadurnados en protector solar y en ganas de abandonar Trípoli. A los quince minutos de trayecto temimos ver truncado nuestro viaje, pues un coche de bomberos bloqueaba el acceso a la autovía que habíamos tomado. Estuvimos un buen rato allí, sin saber lo que ocurría, hasta que vimos cómo los bomberos daban manguerazos al asfalto, creemos que para limpiar manchas de escurridizo aceite. Cuando acabaron, continuamos la marcha.

El oeste de Trípoli es una bonita zona de playa y monte bajo, pinos, higueras, chumberas y hasta algunos alcornoques, por supuesto palmeras. A ambos lados de la autovía se ven grandes contenedores de barco y enormes bloques de piedra, vestigios de las barricadas que montaban los vecinos y los ejércitos durante la guerra del año pasado. En las zonas más desérticas, la gente hacía las barricadas directamente con arena.

Pasamos un par de controles y un par de ruinas de bombardeos, a la media hora estábamos en Zaauia. Zaauia es un rescoldo de resistencia gadafista, es decir, allí siguen en guerra; es extraño vivir a media hora de un lugar donde se están matando cada día, donde hay imitaciones de trincheras, donde improvisadas tropas avanzan y retroceden según ganan o pierden calles, y no enterarse de nada. Atravesamos Zaauia por una larga avenida, y vi que en todas, todas las fachadas, hay agujeros de bala, balcones derruidos, cristales rotos.

Poco más allá de Zaauia hay que tomar el desvío que, siguiendo ya la costa, lleva hasta Sabratah. Después de admirar los distintos azules del mar bajo el sol de mediodía, llegamos al yacimiento arqueológico, y, ya fuera del coche, me quedé con la boca abierta:

Boy scouts.

Boy scouts libios, una tropa de más o menos cien, pintando murales, cantando y tocando el tambor. No era lo que me esperaba, la verdad.

Dejamos atrás a los exploradores, y comenzamos la visita: la primera parte de la excavación muestra un túmulo funerario fenicio, y bastantes casas romanas. La vegetación crece bastante salvaje, con lo que más parece un pueblo abandonado en los años sesenta, que un pueblo de más de dos mil años desenterrado a principios del diecinueve. Para avanzar, te ves obligado a subirte por las pareces de las casas, obviamente sin tejados, y bueno, al principio lo haces con reparo, al fin y al cabo estás pisando algo muy antiguo y muy valioso, pero como suele decirse: a tó se hace uno. Al rato estaba yo ya triscando cual joven cabra, dando botes de pared en pared para llegar a la siguiente calle.

La calle de la almazara, todo cerrado porque era viernes

Después de atravesar un foro llegas al muro bizantino, una construcción bastante más moderna. Cuando lo atraviesas, alcanzas la Sabratah puramente romana, sin Bizancios ni Fenicias, y tras ella, el mar.

La verdad, caminar por foros, basílicas y termas, entre columnas que parecen antiguas como el mundo y a la vez modernas, flanquear vallas que protegen mosaicos, y todo ello en un marco azul rabioso como es el mediterráneo, bueno, no hace falta que os diga que es estupendo. Sabratah es toda una ciudad, no es un teatro o un templo, es una ciudad entera, casas, calles, bodegas y un montón de edificios públicos. Pasear por Sabratah es pasear por un pueblo, un pueblo muerto y a la vez muy vivo, casi siente uno que está violando la intimidad de los que allí vivieron, imposibilitados por la muerte, incapaces de echarnos de sus casas.





La visita terminó en el teatro (se puede continuar siguiendo el mar hasta el templo de Isis y el puerto, pero mis acompañantes se asoman ya a la tercera edad, y solicitaron dejarlo para la siguiente visita). El teatro se conserva admirablemente bien, incluso se pueden ver bastantes frisos con motivos teatrales. Por las puertas de acceso de los actores se vislumbra el mar, sería maravilloso ver actuaciones, conciertos allí. Quizás un día.



Gracioso ver las reacciones ante esta estampa





Cuando acabó la guerra, mucha gente se juntó a celebrarlo en el teatro; he visto fotos del momento, y es curioso ver cómo una multitud de árabes celebran algo en su teatro romano, como pasan los siglos y cambian las caras, las culturas, las razas, provocando mezclas curiosas en todo el mundo: catedrales-mezquitas, pagodas con versos del Corán, anfiteatros convertidos en cuadras, dioses egipcios convertidos en souvenirs turcos…

Grafitti arabesco en el teatro romano

Después de un buen rato de teatro cogimos el coche, nos mojamos los pies en una playa cercana y volvimos a Trípoli, donde fui a la playa nuevamente, esta vez con Markus. Por el camino vimos una furgoneta de helados, como en las películas americanas (daddy, the ice-truck is coming!), algo que yo nunca había visto. Llevaba música, La Cucaracha a todo trapo.

Ya en la playa, yo quería sentarme en la arena, pero Markus se empeñó en que nos sentáramos en una de las mesas con sombrilla que abundan allí. Accedí con ciertas reservas, pensando en las paellas para guiris que venden en las playas españolas. Efectivamente, al irnos nos cobraron un precio abusivo, que a duras penas pude rebajar con mi paupérrimo árabe y mi triste habilidad para el regateo.

Pero había merecido la pena. La playa que nos pilla cerca de casa (media hora a pie) está orientada exactamente hacia el oeste, y ese viernes nos despedimos del sol cara a cara. El atardecer puso punto y seguido a mi primera auténtica salida de Trípoli.

8 comentarios:

  1. Que chulada!! Cuando se lo enseñe a gema lo va a flipar, me alegro mucho q aparte de trabajar hagad un poco el guiri q de vez en cuando viene bien.
    Besos y cuidate

    Enrique

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  2. las fotos estan de escandalo, muy bonitas, sobre todo las que sale el mar al fondo.

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  3. Se agradece echar una cana al aire, si. Y bonito el sitio ya es, la verdad es que los romanos sabian donde y como montaban las ciudades, eso esta claro...
    A ver si podemos ir juntos a ver Leptis Magna, que esta al este y dicen que es la mas chula!

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  4. Que lugar tan espectacular! Me alegro que pudieras disfrutar de un autentico día guiri!
    Un beso
    Katxiri

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  5. Las fotos están geniales, q visita más maja...

    Las funciones en el teatro romano de Mérida (en el festival de teatro clásico) son brutales... asíq sí, estaría muy bien que aprovecharan que tienen uno allí estupendamente conservado por lo que se ve en tus fotos

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  6. A ver si hay suerte, seria la bomba. Lo unico que se ha hecho alli ultimamente es celebrar el final de la guerra, tambien debio ser llamativo...

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  7. Las fotos son fantásticas. Creo que en África es donde mejor podemos apreciar lo que queda de Roma. Pero tu crónica lo mejora todo considerablemente. Saludos y besos.

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  8. ¡Elisa! Eres más que bienvenida al blog!

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