Haced una cosa: ahora que estamos en
primavera, prestad atención a las parejas que veáis por la calle. Seguramente
os crucéis con novios que van de la mano, o se besan mientras el semáforo
cambia de rojo a verde, o directamente retozan por algún césped en medio de un
lote descomunal. Dependiendo del lugar en que viváis, estas escenas serán más o
menos habituales, pero en cualquier caso no serán nada del otro mundo.
En Libia no son nada del otro mundo; son de
otra dimensión.
Ayer mismo estaba en la universidad, y fui
hasta la cafetería de derecho para tomarme un café y una chocolatina. Como
hacía bueno, decidí sentarme a la sombra de un olivo para disfrutar a tope de
mi cappuccino corto de café.
La Universidad de Trípoli fue construida en
campos de labor, y aún sobreviven varios olivares que datan de la ocupación
italiana. Estaba yo fumando y bebiendo café, cuando me di cuenta de que todos
los olivos estaban ocupados, y todos por parejas. Nadie a solas (salvo yo),
ningún grupo, todo parejas chico-chica, claramente novios o similar, tonteando,
mirándose a los ojos, hasta dándose la mano de vez en cuando.
Los olivares no son el único punto de
encuentro para las parejas: toda la universidad lo es, ya que se trata del
único lugar donde los chicos y las chicas pueden relacionarse fuera del ámbito
familiar. De hecho, no son pocos los jóvenes que, sin ser estudiantes, se
acercan a la universidad para airear la feromona (me refiero a jóvenes hombres,
se entiende, las mujeres no tienen permiso para tomar semejante iniciativa).
Encontrar un lugar donde hablar con el novio
o la novia no es fácil, es todo un arte: el sitio ha de ser lo suficientemente
discreto como para dar una falsa sensación de intimidad, y lo suficientemente
expuesto como para que nadie te llame la atención. Si alguien te descubre en un
rincón apartado de todas las miradas, lo mínimo que te puede pasar es que te
regañen a gritos y te pongan en evidencia delante de todo el campus.
Por supuesto, estas normas valen para todos,
para las parejas y para los que no son pareja. De hecho, últimamente lo estoy viviendo
en primera persona, y es que por fin tengo una amiga libia.
Conocí a Manal hace muchos meses, pero
nuestra amistad quedó en una comilona y un café playero con su grupo de amigos;
sin embargo, hace poco retomamos el contacto, y desde entonces nos hemos visto
un montón de veces.
Manal tiene casi treinta años, es
inteligente, divertida, y una mujer de armas tomar. Aparte de eso es
licenciada, no lleva velo y está hasta las narices de Libia. Dice que ya le ha
dado suficientes años a un país que no le ha dado nada a ella, y toda su
ilusión se basa en el deseo de marcharse a Europa o a América. Es por eso que
le estoy enseñando español, a la par que ella me enseña árabe.
De hecho, no sé si solo quiere ser mi amiga
por el idioma, pero en fin, quedamos, charlamos, aprendemos y nos reímos. Es
una chica muy maja, y una curiosa mezcla de aperturismo total y cerrazón libia,
una dicotomía que se da bastante en la juventud de aquí (sirva como ejemplo el
comentario de mi amigo Karím: estoy muy a favor de la libertad, pero ir en
bikini a la playa no es libertad porque ofende a la tradición).
Me desvío del tema, estaba hablando de las
parejas clandestinas. Manal y yo no somos pareja, pero obviamente todo el que
nos ve piensa que sí, y aunque no lo piense, las normas son las que son y, como
hombre y mujer que somos, no nos queda otra que amoldarnos. Así, cuando
quedamos en la universidad para nuestra sesión de idiomas, buscamos un rincón
lo suficientemente expuesto, y ya con la bendición de la sociedad libia, nos
damos al aprendizaje.
Hace poco nos tomamos un café en el Havana,
un bar que hay cerca de mi casa y en el que ponen salsa y reguetón (destino…). Estuvimos
casi tres horas en el bar y, pese a ser sendos fumadores, no nos echamos ni un
pito, ella porque las mujeres no pueden fumar en público, y yo por solidaridad
(tranquilos, en cuanto tengamos más confianza se me pasará). Al salir del bar la
acompañé al coche, y me invitó a fumar un cigarro dentro
Fue como fumarse un porro frente al
cuartel de la guardia civil.
Daba igual que fueran las tres de la tarde y
que estuviéramos en el centro de Trípoli, éramos un hombre y una mujer no
casados y solos dentro de un coche, para más inri ella fumaba. Cualquiera
podría habernos llamado la atención, cualquiera, y en caso de pasar la
policía, la milicia o algún barbudo, aún podríamos haber tenido algún problema
más serio.
Las fuerzas de seguridad sui generis de que
gozamos aquí, como si no tuvieran bastante con extremistas, gadafistas,
contrabandistas y el resto de istas, dedican buena parte de su tiempo y
del dinero libio a controlar que la juventud no retoce por parques, jardines,
playas o coches. Ya conté en otra entrada cómo un policía nos explicaba a Hamza
y a mí que andaba buscando a dos adolescentes (era de noche y estábamos en un
parque). Se comunicaba con otros policías por el walki, parecía que estuvieran
persiguiendo a criminales.
La otra noche pusieron Romeo y Julieta en la
tele, y estuve dándole vueltas al asunto de las parejas, al amor vivido como
riesgo, como desafío, como acto prohibido. Si por ejemplo Manal y yo nos
hiciéramos novios, el mal menor sería que su familia la repudiara por motivos
religiosos, ya que las mujeres musulmanas no pueden emparejarse con otros
credos (los hombres sí, claro).
Sin embargo, no hace falta irse al conflicto
religioso o al choque de culturas, ya que dos libios que decidan ir de la mano
por la calle pueden correr peor suerte. Parece que exagero, pero por aquí es
así: en la misma Trípoli, en mi mismo barrio, se cuentan historias que van
desde el repudio hasta el asesinato, la muerte como expiación de la deshonra.
Debo añadir que no todo el monte es cerrazón y desdicha,
como bien dice el refrán castellano que acabo de malograr. La juventud libia también
flirtea, se enamora y se casa con la persona que le da la gana, solo que ateniéndose
a normas distintas a las nuestras. Pronto colgaré una entrada mostrando la cara
amable del hormoneo libiano.
No obstante, yo, de momento, he decidido que
no voy a pedirle salir a Manal ni a ninguna otra moza de por aquí.
De momento.
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