viernes, 24 de mayo de 2013

Clandestino



Haced una cosa: ahora que estamos en primavera, prestad atención a las parejas que veáis por la calle. Seguramente os crucéis con novios que van de la mano, o se besan mientras el semáforo cambia de rojo a verde, o directamente retozan por algún césped en medio de un lote descomunal. Dependiendo del lugar en que viváis, estas escenas serán más o menos habituales, pero en cualquier caso no serán nada del otro mundo.

En Libia no son nada del otro mundo; son de otra dimensión.


Ayer mismo estaba en la universidad, y fui hasta la cafetería de derecho para tomarme un café y una chocolatina. Como hacía bueno, decidí sentarme a la sombra de un olivo para disfrutar a tope de mi cappuccino corto de café.

La Universidad de Trípoli fue construida en campos de labor, y aún sobreviven varios olivares que datan de la ocupación italiana. Estaba yo fumando y bebiendo café, cuando me di cuenta de que todos los olivos estaban ocupados, y todos por parejas. Nadie a solas (salvo yo), ningún grupo, todo parejas chico-chica, claramente novios o similar, tonteando, mirándose a los ojos, hasta dándose la mano de vez en cuando.

Los olivares no son el único punto de encuentro para las parejas: toda la universidad lo es, ya que se trata del único lugar donde los chicos y las chicas pueden relacionarse fuera del ámbito familiar. De hecho, no son pocos los jóvenes que, sin ser estudiantes, se acercan a la universidad para airear la feromona (me refiero a jóvenes hombres, se entiende, las mujeres no tienen permiso para tomar semejante iniciativa).

Encontrar un lugar donde hablar con el novio o la novia no es fácil, es todo un arte: el sitio ha de ser lo suficientemente discreto como para dar una falsa sensación de intimidad, y lo suficientemente expuesto como para que nadie te llame la atención. Si alguien te descubre en un rincón apartado de todas las miradas, lo mínimo que te puede pasar es que te regañen a gritos y te pongan en evidencia delante de todo el campus.

Por supuesto, estas normas valen para todos, para las parejas y para los que no son pareja. De hecho, últimamente lo estoy viviendo en primera persona, y es que por fin tengo una amiga libia.

Conocí a Manal hace muchos meses, pero nuestra amistad quedó en una comilona y un café playero con su grupo de amigos; sin embargo, hace poco retomamos el contacto, y desde entonces nos hemos visto un montón de veces.

Manal tiene casi treinta años, es inteligente, divertida, y una mujer de armas tomar. Aparte de eso es licenciada, no lleva velo y está hasta las narices de Libia. Dice que ya le ha dado suficientes años a un país que no le ha dado nada a ella, y toda su ilusión se basa en el deseo de marcharse a Europa o a América. Es por eso que le estoy enseñando español, a la par que ella me enseña árabe.

De hecho, no sé si solo quiere ser mi amiga por el idioma, pero en fin, quedamos, charlamos, aprendemos y nos reímos. Es una chica muy maja, y una curiosa mezcla de aperturismo total y cerrazón libia, una dicotomía que se da bastante en la juventud de aquí (sirva como ejemplo el comentario de mi amigo Karím: estoy muy a favor de la libertad, pero ir en bikini a la playa no es libertad porque ofende a la tradición).

Me desvío del tema, estaba hablando de las parejas clandestinas. Manal y yo no somos pareja, pero obviamente todo el que nos ve piensa que sí, y aunque no lo piense, las normas son las que son y, como hombre y mujer que somos, no nos queda otra que amoldarnos. Así, cuando quedamos en la universidad para nuestra sesión de idiomas, buscamos un rincón lo suficientemente expuesto, y ya con la bendición de la sociedad libia, nos damos al aprendizaje.

Hace poco nos tomamos un café en el Havana, un bar que hay cerca de mi casa y en el que ponen salsa y reguetón (destino…). Estuvimos casi tres horas en el bar y, pese a ser sendos fumadores, no nos echamos ni un pito, ella porque las mujeres no pueden fumar en público, y yo por solidaridad (tranquilos, en cuanto tengamos más confianza se me pasará). Al salir del bar la acompañé al coche, y me invitó a fumar un cigarro dentro

Fue como fumarse un porro frente al cuartel de la guardia civil.

Daba igual que fueran las tres de la tarde y que estuviéramos en el centro de Trípoli, éramos un hombre y una mujer no casados y solos dentro de un coche, para más inri ella fumaba. Cualquiera podría habernos llamado la atención, cualquiera, y en caso de pasar la policía, la milicia o algún barbudo, aún podríamos haber tenido algún problema más serio.

Las fuerzas de seguridad sui generis de que gozamos aquí, como si no tuvieran bastante con extremistas, gadafistas, contrabandistas y el resto de istas, dedican buena parte de su tiempo y del dinero libio a controlar que la juventud no retoce por parques, jardines, playas o coches. Ya conté en otra entrada cómo un policía nos explicaba a Hamza y a mí que andaba buscando a dos adolescentes (era de noche y estábamos en un parque). Se comunicaba con otros policías por el walki, parecía que estuvieran persiguiendo a criminales.

La otra noche pusieron Romeo y Julieta en la tele, y estuve dándole vueltas al asunto de las parejas, al amor vivido como riesgo, como desafío, como acto prohibido. Si por ejemplo Manal y yo nos hiciéramos novios, el mal menor sería que su familia la repudiara por motivos religiosos, ya que las mujeres musulmanas no pueden emparejarse con otros credos (los hombres sí, claro).

Sin embargo, no hace falta irse al conflicto religioso o al choque de culturas, ya que dos libios que decidan ir de la mano por la calle pueden correr peor suerte. Parece que exagero, pero por aquí es así: en la misma Trípoli, en mi mismo barrio, se cuentan historias que van desde el repudio hasta el asesinato, la muerte como expiación de la deshonra.

Debo añadir que no todo el monte es cerrazón y desdicha, como bien dice el refrán castellano que acabo de malograr. La juventud libia también flirtea, se enamora y se casa con la persona que le da la gana, solo que ateniéndose a normas distintas a las nuestras. Pronto colgaré una entrada mostrando la cara amable del hormoneo libiano.

No obstante, yo, de momento, he decidido que no voy a pedirle salir a Manal ni a ninguna otra moza de por aquí.

De momento.

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