Cuarenta y cuatro
grados. La máxima que hemos tenido hasta ahora. De noche, la mínima oscila en
torno a los veinticinco. El viento parece haberse olvidado de dónde queda
Trípoli y, cuando se acuerda, viene del desierto, con el aliento oliendo a fuego,
o bien del mar, pegajoso y cansino, y sudamos como caballos. Cuando me fui a
España, tenía la esperanza de que septiembre sería un poco más fresquito, pero
no. El verano libio es largo, y se las trae.
En verano, Trípoli
se llena de aparatos de aire acondicionado, estas máquinas que se instalan en
la pared y se accionan con un mando a distancia. Se venden en muchas tiendas
que, normalmente, se dedicarían a otra cosa, es como durante los Sanfermines de
Pamplona, cuando puedes ver a gente tomando cañas en un local con el cartel “Carnicería
Iñaki”.
Estos aparatos son un
arma de doble filo: estás a dieciséis grados en un sitio cerrado, echando vaho
al respirar y abrochándote el botón de arriba de la camisa, y de pronto sales a
la calle y te encuentras en el horno pirolítico de Arguiñano. De hecho, he
visto más resfriados entre junio y septiembre que cuando llegué, y eso que
íbamos todavía con jersey.
Los climatizadores
tienen otra característica, y es que sueltan agua al funcionar. En España esto
no me ha llamado nunca la atención, a veces te percatas de que un tubo suelta
gotitas en un cubo, pero en general ni lo ves; aquí, en cambio, las calles se
han llenado de improvisados canalones, cada dos metros hay un charco, y cuando
caminas por la calle te van cayendo ocasionales gotas de agua (o eso quieres
creer). Esta inocente tortura malaya es menos desagradable que el ¡agua va!
de nuestras ciudades medievales, pero tiene un toque reminiscente que no me
gusta nada.
Luego está el
sudor. Cuando sopla el viento desde el mar, automáticamente brillamos todos
como bombillas, y no paramos de sudar. Entras sudando a la ducha, sales sudando
de ella, sudas en el taxi, en la bulmina directamente goteas. Será buenísimo
para los poros, pero llega un momento en que es pesado estar pegajoso y/o
resbaladizo. Cuando sopla el viento del desierto lo llevo mejor, sube la
temperatura varios grados más, pero el calor seco de Trípoli es algo así como
el calor manchego a lo bestia, así que tengo cierta costumbre.
Markus encontró la
solución rápidamente, andaba bastante desesperado, ya que tolera muy mal el
calor, y suda de una forma totalmente exagerada. Un día llegó a casa con un
ventilador, y su vida cambió. Se convirtió en su mascota, iba por la casa con
el ventilador a cuestas, por la noche lo ponía junto a la cama a la máxima
potencia, creo de hecho que alguna vez han dormido abrazados. Además,
ventilador en alemán se dice ventilator, y se pronuncia igual que se
escribe, pero con el tono que pone el doblador de el director Skinner cuando anuncia
¡rastreador! en la tele, así que me parto cada vez que Markus lo
menciona.
Poco después
compramos otro ventilador para mí. La verdad, mi calidad de vida ha mejorado
mucho también. Ahora que Markus se ha ido, tengo los dos en mi cuarto. Es el fucking
heaven.
Otra delicia
veraniega es el agua del grifo. En España, en verano, abres el grifo y el agua
sale caliente, pasan unos segundos y sale algo más fresca; en Trípoli, abres el
grifo y el agua sale más o menos a la temperatura corporal, pasan unos segundos
y sale caliente, caliente de verdad, a veces hasta quema. Mi padre, mediante
una sutil tortura psicológica, me acostumbró a terminar cada ducha con un
remojón de agua helada, porque es muy sano y tal. La cosa ha terminado por
gustarme, lo suelo hacer, pero aquí es imposible, me ducho con agua caliente
aunque solo abra el grifo del agua fría.
En realidad, esto
es así porque, en mi edificio, el depósito del agua está en el tejado, de modo
que le da el sol todo el día. La gente que tiene el depósito en el subsuelo
disfruta de agua fresca todo el año, pero claro: cada dos por tres tenemos
cortes de luz en la ciudad, y sin luz no hay bomba que suba el agua hasta las
casas, así que no puedo quejarme, no todo el mundo puede darse una
reconfortante ducha de agua caliente a oscuras, cosa que yo sí.
Si me paro a
pensarlo, creo que lo que más calor me da son las mujeres. Y no, no lo digo
porque arda la calle al sol de poniente y haya tribus ocultas cerca del río,
no; lo digo porque las mujeres van por la calle en julio igual que van en
noviembre: pañuelo en la cabeza, pantalón largo, manga larga y gabardina. Maria
Valquiria dice que muchas, bajo la gabardina, no llevan más que el sujetador,
pero me da igual, es verlas y darme el soponcio.
Pese a todo, aquí
no hace mucho calor. Hace un tiempo hablaba con Hamza sobre la peregrinación a
La Meca, y me explicaba algo así como que peregrinar durante el verano te da
más puntos que hacerlo en cualquier otro momento del año; yo, inocente, le
pregunté el motivo: hombre Lorenzo, es que Arabia Saudí no es como aquí, en
Arabia Saudí hace un calor insoportable!
Quieres vivir del aire, quieres salir de aquí. Hace falta valor!
ResponderEliminar¡Imagina a los legionarios con su coraza a cuestas! El ser humano es sadomaso. Qué locura.
ResponderEliminarAqui se lo iban a pasar pipa desfilando frente al sultan!
ResponderEliminarUffffffff eso es mucho no????
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