jueves, 27 de septiembre de 2012

44


Cuarenta y cuatro grados. La máxima que hemos tenido hasta ahora. De noche, la mínima oscila en torno a los veinticinco. El viento parece haberse olvidado de dónde queda Trípoli y, cuando se acuerda, viene del desierto, con el aliento oliendo a fuego, o bien del mar, pegajoso y cansino, y sudamos como caballos. Cuando me fui a España, tenía la esperanza de que septiembre sería un poco más fresquito, pero no. El verano libio es largo, y se las trae.
  

En verano, Trípoli se llena de aparatos de aire acondicionado, estas máquinas que se instalan en la pared y se accionan con un mando a distancia. Se venden en muchas tiendas que, normalmente, se dedicarían a otra cosa, es como durante los Sanfermines de Pamplona, cuando puedes ver a gente tomando cañas en un local con el cartel “Carnicería Iñaki”.

Estos aparatos son un arma de doble filo: estás a dieciséis grados en un sitio cerrado, echando vaho al respirar y abrochándote el botón de arriba de la camisa, y de pronto sales a la calle y te encuentras en el horno pirolítico de Arguiñano. De hecho, he visto más resfriados entre junio y septiembre que cuando llegué, y eso que íbamos todavía con jersey.

Los climatizadores tienen otra característica, y es que sueltan agua al funcionar. En España esto no me ha llamado nunca la atención, a veces te percatas de que un tubo suelta gotitas en un cubo, pero en general ni lo ves; aquí, en cambio, las calles se han llenado de improvisados canalones, cada dos metros hay un charco, y cuando caminas por la calle te van cayendo ocasionales gotas de agua (o eso quieres creer). Esta inocente tortura malaya es menos desagradable que el ¡agua va! de nuestras ciudades medievales, pero tiene un toque reminiscente que no me gusta nada.

Luego está el sudor. Cuando sopla el viento desde el mar, automáticamente brillamos todos como bombillas, y no paramos de sudar. Entras sudando a la ducha, sales sudando de ella, sudas en el taxi, en la bulmina directamente goteas. Será buenísimo para los poros, pero llega un momento en que es pesado estar pegajoso y/o resbaladizo. Cuando sopla el viento del desierto lo llevo mejor, sube la temperatura varios grados más, pero el calor seco de Trípoli es algo así como el calor manchego a lo bestia, así que tengo cierta costumbre.

Markus encontró la solución rápidamente, andaba bastante desesperado, ya que tolera muy mal el calor, y suda de una forma totalmente exagerada. Un día llegó a casa con un ventilador, y su vida cambió. Se convirtió en su mascota, iba por la casa con el ventilador a cuestas, por la noche lo ponía junto a la cama a la máxima potencia, creo de hecho que alguna vez han dormido abrazados. Además, ventilador en alemán se dice ventilator, y se pronuncia igual que se escribe, pero con el tono que pone el doblador de el director Skinner cuando anuncia ¡rastreador! en la tele, así que me parto cada vez que Markus lo menciona.

Poco después compramos otro ventilador para mí. La verdad, mi calidad de vida ha mejorado mucho también. Ahora que Markus se ha ido, tengo los dos en mi cuarto. Es el fucking heaven.

Otra delicia veraniega es el agua del grifo. En España, en verano, abres el grifo y el agua sale caliente, pasan unos segundos y sale algo más fresca; en Trípoli, abres el grifo y el agua sale más o menos a la temperatura corporal, pasan unos segundos y sale caliente, caliente de verdad, a veces hasta quema. Mi padre, mediante una sutil tortura psicológica, me acostumbró a terminar cada ducha con un remojón de agua helada, porque es muy sano y tal. La cosa ha terminado por gustarme, lo suelo hacer, pero aquí es imposible, me ducho con agua caliente aunque solo abra el grifo del agua fría.

En realidad, esto es así porque, en mi edificio, el depósito del agua está en el tejado, de modo que le da el sol todo el día. La gente que tiene el depósito en el subsuelo disfruta de agua fresca todo el año, pero claro: cada dos por tres tenemos cortes de luz en la ciudad, y sin luz no hay bomba que suba el agua hasta las casas, así que no puedo quejarme, no todo el mundo puede darse una reconfortante ducha de agua caliente a oscuras, cosa que yo sí.

Si me paro a pensarlo, creo que lo que más calor me da son las mujeres. Y no, no lo digo porque arda la calle al sol de poniente y haya tribus ocultas cerca del río, no; lo digo porque las mujeres van por la calle en julio igual que van en noviembre: pañuelo en la cabeza, pantalón largo, manga larga y gabardina. Maria Valquiria dice que muchas, bajo la gabardina, no llevan más que el sujetador, pero me da igual, es verlas y darme el soponcio.

Pese a todo, aquí no hace mucho calor. Hace un tiempo hablaba con Hamza sobre la peregrinación a La Meca, y me explicaba algo así como que peregrinar durante el verano te da más puntos que hacerlo en cualquier otro momento del año; yo, inocente, le pregunté el motivo: hombre Lorenzo, es que Arabia Saudí no es como aquí, en Arabia Saudí hace un calor insoportable!

4 comentarios:

  1. Quieres vivir del aire, quieres salir de aquí. Hace falta valor!

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  2. ¡Imagina a los legionarios con su coraza a cuestas! El ser humano es sadomaso. Qué locura.

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  3. Aqui se lo iban a pasar pipa desfilando frente al sultan!

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