21 de Julio
Llegó el ramadán.
Como buen libioide, he decidido intentar cumplirlo a rajatabla, intención en la
que, por suerte, Markus me acompaña. Voy a explicaros primero a grandes rasgos
en qué consiste esta hermosa tradición.
El ramadán dura un
mes lunar; en general, el calendario musulmán se rige por la luna, y no por el
sol, lo cual hace imposible, por ejemplo, que los eventos tengan días fijos. Es
algo así como la semana santa, que también se rige por la luna, de modo que a
veces cae en marzo, a veces en abril. Antiguamente, los árabes tenían un mes
comodín, el mes intercalar, y cada cierto número de años lo intercalaban (de
ahí el nombre) entre los demás meses, de modo que las fechas se reorganizaban
un poco cada equis tiempo; Mahoma prohibió el mes intercalar, así que pasa un
montón de tiempo hasta que algún evento cae en una fecha repetida.
Debido a este
sistema, el ramadán empieza cada año unos diez días antes que el anterior, es
decir: este año ha comenzado en 20 de julio, el año pasado empezó en torno al
30, el año que viene empezará en torno al diez.
No se sabe con
certeza qué día comienza el ramadán, no hasta la noche inmediatamente anterior;
si se ve el hilo de la luna, ayunarás al día siguiente, si no, al otro.
No me queda muy claro en qué consiste el hilo de la luna, lo que me ha
parecido entender es que así se llama al perfil de la luna nueva, y claro, en
términos astronómicos puedes predecir cuándo tendremos luna nueva, pero al
parecer no se puede hacer lo mismo en términos religiosos.
El ramadán impone
ayuno durante el día: ni comer (esto es llevadero), ni beber (esto, en julio,
es bastante peor), ni fumar (esto a algunos les da igual, a mí no tanto), ni fornicar
(esto va a ser lo más difícil, voy a tener que esperar a la noche para darme a
mis habituales orgías). En el Corán se dice: comenzarás el ayuno cuando
puedas distinguir un hilo blanco de un hilo negro, es decir, cuando la luz
del sol empiece a notarse. Aquí, el ayuno empieza con la llamada a la primera
oración, a eso de las cuatro y media de la mañana, y acaba con la cuarta, en
torno a las ocho de la tarde. No sé si hay muchos musulmanes en el norte de
Europa, si los hay, lo deben pasar fatal, porque por allí el sol estival no
acaba de ponerse casi nunca, según he oído.
El ramadán, aunque
os suene extraño, es parecidísimo a la navidad; la gente, para empezar, está animadísima,
tiene ganas de ramadán. El consumismo se dispara, todo el mundo va por la calle
con bolsas llenas de comida, incluso alguna carretilla he visto. Se compra
vajilla nueva, se cambian muebles, se pone la casa bonita, se hacen regalos… ya
estoy viendo el día en que la globalización llegue del todo a Libia: “Ramadán
en El Corte Inglés, que el ayuno forzoso te resulte estiloso”.
Al igual que en
navidad, la idea original del ramadán está totalmente desvirtuada; la fiesta,
en principio, se instituyó para que el creyente pensara en los pobres, para
permitirle realizar un ejercicio de introspección y autoconocimiento, y como un
sacrificio grato a los ojos de Dios; sin embargo, se ha convertido en una
fiesta meramente consumista, y llena de “trucos”, por ejemplo: como hay que
abstenerse de todo durante el día, vivimos de noche. Yo mismo escribo esto a
las cuatro de la mañana. El libio medio se despierta a las cuatro y desayuna
(dátiles para mantener alto el azúcar, leche para atenuar la sed), a las cuatro
y media va a la mezquita (si es mujer, reza en casa); tras esto, a la cama lo
que el cuerpo aguante. En un momento dado vuelve a la vida, sale a la calle, ve
la tele… deja pasar el tiempo, pasa sed, echa de menos el cigarrillo. A eso de
las cuatro, las mujeres van a la cocina a meterse una mega sesión de trabajo. A
las ocho un par de dátiles, la oración, y festín: en ramadán, cada casa es
un restaurante, refrán libio.
¿Cómo puede el
libio medio hacer esto? Porque claro, no he mencionado el ir al trabajo, os
habrá llamado la atención… nada más fácil: las tiendas cierran, y las empresas
(hospitales incluidos) hacen turnos especiales y rebajan jornadas, de modo que
nadie tenga que ir a menudo a trabajar. Cierran también los restaurantes y los
bares, obviamente, pero que nadie se preocupe: queda la noche, que es cuando
empieza la actividad.
Hoy, primer día de
ayuno, nos hemos dado un paseo nocturno por el barrio, y Trípoli la nuit
tenía la misma pinta que Trípoli la journée: tiendas abiertas, bares
hasta arriba, gente con comida por todos lados, hasta hemos encontrado una
terraza muy mona en un patio de la ciudad vieja. Uno puede comprarse unos
pantalones a las diez, ver móviles a las once, cortarse el pelo a medianoche y
recenar a la una, sin problema.
¿Es difícil ayunar?
Si uno sabe cómo, parece que no tanto. No sé. Ya os iré contando, entretanto ramadan karim!
No hay comentarios:
Publicar un comentario