sábado, 8 de septiembre de 2012

Ramadán


21 de Julio

Llegó el ramadán. Como buen libioide, he decidido intentar cumplirlo a rajatabla, intención en la que, por suerte, Markus me acompaña. Voy a explicaros primero a grandes rasgos en qué consiste esta hermosa tradición.


El ramadán dura un mes lunar; en general, el calendario musulmán se rige por la luna, y no por el sol, lo cual hace imposible, por ejemplo, que los eventos tengan días fijos. Es algo así como la semana santa, que también se rige por la luna, de modo que a veces cae en marzo, a veces en abril. Antiguamente, los árabes tenían un mes comodín, el mes intercalar, y cada cierto número de años lo intercalaban (de ahí el nombre) entre los demás meses, de modo que las fechas se reorganizaban un poco cada equis tiempo; Mahoma prohibió el mes intercalar, así que pasa un montón de tiempo hasta que algún evento cae en una fecha repetida.

Debido a este sistema, el ramadán empieza cada año unos diez días antes que el anterior, es decir: este año ha comenzado en 20 de julio, el año pasado empezó en torno al 30, el año que viene empezará en torno al diez.

No se sabe con certeza qué día comienza el ramadán, no hasta la noche inmediatamente anterior; si se ve el hilo de la luna, ayunarás al día siguiente, si no, al otro. No me queda muy claro en qué consiste el hilo de la luna, lo que me ha parecido entender es que así se llama al perfil de la luna nueva, y claro, en términos astronómicos puedes predecir cuándo tendremos luna nueva, pero al parecer no se puede hacer lo mismo en términos religiosos.

El ramadán impone ayuno durante el día: ni comer (esto es llevadero), ni beber (esto, en julio, es bastante peor), ni fumar (esto a algunos les da igual, a mí no tanto), ni fornicar (esto va a ser lo más difícil, voy a tener que esperar a la noche para darme a mis habituales orgías). En el Corán se dice: comenzarás el ayuno cuando puedas distinguir un hilo blanco de un hilo negro, es decir, cuando la luz del sol empiece a notarse. Aquí, el ayuno empieza con la llamada a la primera oración, a eso de las cuatro y media de la mañana, y acaba con la cuarta, en torno a las ocho de la tarde. No sé si hay muchos musulmanes en el norte de Europa, si los hay, lo deben pasar fatal, porque por allí el sol estival no acaba de ponerse casi nunca, según he oído.

El ramadán, aunque os suene extraño, es parecidísimo a la navidad; la gente, para empezar, está animadísima, tiene ganas de ramadán. El consumismo se dispara, todo el mundo va por la calle con bolsas llenas de comida, incluso alguna carretilla he visto. Se compra vajilla nueva, se cambian muebles, se pone la casa bonita, se hacen regalos… ya estoy viendo el día en que la globalización llegue del todo a Libia: “Ramadán en El Corte Inglés, que el ayuno forzoso te resulte estiloso”.

Al igual que en navidad, la idea original del ramadán está totalmente desvirtuada; la fiesta, en principio, se instituyó para que el creyente pensara en los pobres, para permitirle realizar un ejercicio de introspección y autoconocimiento, y como un sacrificio grato a los ojos de Dios; sin embargo, se ha convertido en una fiesta meramente consumista, y llena de “trucos”, por ejemplo: como hay que abstenerse de todo durante el día, vivimos de noche. Yo mismo escribo esto a las cuatro de la mañana. El libio medio se despierta a las cuatro y desayuna (dátiles para mantener alto el azúcar, leche para atenuar la sed), a las cuatro y media va a la mezquita (si es mujer, reza en casa); tras esto, a la cama lo que el cuerpo aguante. En un momento dado vuelve a la vida, sale a la calle, ve la tele… deja pasar el tiempo, pasa sed, echa de menos el cigarrillo. A eso de las cuatro, las mujeres van a la cocina a meterse una mega sesión de trabajo. A las ocho un par de dátiles, la oración, y festín: en ramadán, cada casa es un restaurante, refrán libio.

¿Cómo puede el libio medio hacer esto? Porque claro, no he mencionado el ir al trabajo, os habrá llamado la atención… nada más fácil: las tiendas cierran, y las empresas (hospitales incluidos) hacen turnos especiales y rebajan jornadas, de modo que nadie tenga que ir a menudo a trabajar. Cierran también los restaurantes y los bares, obviamente, pero que nadie se preocupe: queda la noche, que es cuando empieza la actividad.

Hoy, primer día de ayuno, nos hemos dado un paseo nocturno por el barrio, y Trípoli la nuit tenía la misma pinta que Trípoli la journée: tiendas abiertas, bares hasta arriba, gente con comida por todos lados, hasta hemos encontrado una terraza muy mona en un patio de la ciudad vieja. Uno puede comprarse unos pantalones a las diez, ver móviles a las once, cortarse el pelo a medianoche y recenar a la una, sin problema.

¿Es difícil ayunar? Si uno sabe cómo, parece que no tanto. No sé. Ya os iré contando, entretanto ramadan karim!

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