Esto está escrito a toro pasado.
La mañana de mi cuarto día de
ramadán fue un momento de profunda
reflexión, tema: ¿qué ilsr hago con el ayuno? Ya había pecado, pero no me resultaba
tan fácil abandonarlo. Por fuerza
estaba obligado a ayunar durante la mañana, ya que sería
de pésima educación beber o fumar delante de mis alumnos; aparte, me parecía
bastante feo llevar una dieta normal y luego cenar con la familia de Hamza. Al
final opté por una decisión intermedia: un vaso de agua para desayunar, un vaso
de leche y un cigarrillo para comer (lo del cigarrillo es mala idea, pero qué
le voy a hacer, soy un adicto), y vida normal a partir de la cena.
Seguí esta dieta todos los días que
siguieron, y no me fue mal. Pequé, sí, pero poco, así que espero no haberme ganado
una condena demasiado severa en la otra vida.
Volviendo a mi cuarto día, las horas
pasaron una detrás de otra, finalmente llegó la hora de cenar y me fui a casa
de Hamza, un piso enorme que está a unos treinta segundos del mío.
El proceso habitual cuando visitas a
alguien aquí es el siguiente: descalzarse en la puerta, saludar, te invitan a
sentarte. Al ser yo un hombre, sólo estaré con hombres.
Una vez sentado en alfombra o cojín,
te ofrecen frutos secos y zumo o refrescos carbonatados. En ramadán, es normal
que también te ofrezcan dátiles y leche, o en su defecto kéfir. Después de un
rato de charla, llega la comida.
La comida que me aguardaba era uno
de los pocos platos típicos libios que no tienen nada que ver con los países de
alrededor, de hecho no tiene nada que ver con ninguna comida que haya visto
nunca, y se llama bacín (en realidad se pronuncia basín, pero me
tomo la licencia manchega de darle un nombre que me hace más gracia).
En primer plano el bacin, al lado la chorba. |
El bacín es una pasta húmeda
hecha a base de trigo y cebada, creo. Me lo han explicado varias veces, pero
soy malo diferenciando los cereales en castellano, con lo que imaginaos mi
pericia cuando me los nombran en inglés macarrónico y en árabe. Se mezcla pues
harina de, digamos, trigo y cebada, se le añade agua y se amasa hasta que tiene
una consistencia parecida a la del papel mojado, lo cual lleva algunas horas,
es un plato trabajoso. Cuando está lista se le da forma con un tazón y se sirve
en una fuente, a la que se añade patata cocida, guisantes, carne de cordero
hervida, quizás un huevo duro, y lo más importante, la salsa; no me quedó claro
de qué era, yo diría que básicamente agua, aceite de oliva, pimentón y sal.
Hasta ahí, bien; el caso es que lo
de la textura de papel mojado no es exageración mía, es una realidad, y la
pasta del bacín no hay quien se la coma. ¿Cómo se hace? Pasmaos, acompañantes:
se mastica con la mano.
Usando la mano a modo de pala se
coge un pellizco de la pasta (los libios llaman a esto dar una coz, no
sé qué parecido le ven), se mezcla este con la salsa y se amasa durante un rato
con los dedos, un movimiento similar al de tocar las castañuelas. Cuando ya no
está tan dura, se mete en la boca y se traga directamente.
Es bastante divertido, ahí estábamos
Hamza, su hermano y el vecino amasando la cena con ahínco, pringándonos la
diestra hasta el codo, ellos disfrutando el doble entre el sabor de la comida y
mi ridícula impericia.
He de comentar que el bacín es un
plato que se está quedando anticuado, a los libios jóvenes en general no les
gusta mucho, debido a su sabor peculiar (me gustó, pero no creo que me haga
adicto), y a que la forma de comerlo es bastante pringosa. El caso es que todos
tenían miedo de que no me gustara, lo que produjo una situación medio cómica,
medio trágica.
En mitad de la cena le sonó el
teléfono a Hamza; habló brevemente sujetando el móvil con la mano que no estaba
hasta arriba de bacín, y luego me dijo que era su madre, preguntando si al
español le estaba gustando la comida, o si tenía que preparar unos macarrones.
Por lo visto se puso muy contenta al saber que comía con apetito.
Ahí estaba yo, zampándome la comida
que una mujer a la que nunca he visto había estado preparando durante horas, y
no le estaba permitido ni siquiera acercarse al salón de su propia casa para
ver si me gustaba. En fin.
Cuando acabamos de cenar, Hamza y yo
nos fuimos a tomar un café cerca de la Plaza de Argelia, un bar donde sirven el
mejor café del norte de África (Hamza dice que casi podría ser el mejor
del mundo, pero que no es así porque el mejor café del mundo se bebe en
Australia).
Así concluyó mi cuarto día de
ramadán. Los tres restantes no fueron muy distintos, seguí con mi dieta de
ayuno relativo, y fui un día más a cenar en casa de Hamza, esta vez hervido de
verduras. No he llegado a conclusiones profundas, ni me conozco mejor a mí
mismo, pero ha sido curioso. Lo único que sí puedo decir con certeza: en
comparación, abstenerse de comer carne los viernes de cuaresma es un sacrificio
bastante cutre.
Tienes que hacerte un recetario de todos estos manjares fáciles de comer.
ResponderEliminarY ya sabes, la próxima vez que tengas que venir para españa, te coges un vuelo con escala en Polonia y Australia, y así nos dices si de verdad es el mejor café del mundo!
No puede ser mucho más difícil que hacer unas buenas gachotas, está claro... en cuanto a las escalas, qué menos, ya os contaré. Pero si lo dice hamza, oye, será verdad, qué en sidney los cafetales cantan ópera.
ResponderEliminarMe ha llegado al alma la pobre señora preocupada por ti y sin poder ni confirmar que te lo comías...
ResponderEliminarY a mí, pero bueno, voy redimiendo la situación mediante cuñas de queso manchego que le traigo invariablemente siempre que vuelvo a espain.
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