jueves, 13 de septiembre de 2012

Ramadaneando I, introducción


Jueves. Markus y yo nos hemos propuesto ayunar como dos musulmanes más. Bueno, no tanto, él se va a Europa en tres días y yo en siete, pero bueno, algo es algo. Hasta la noche no sabremos si el ramadán empieza al día siguiente o al otro, así que tomamos precauciones y nos vamos con el Doctor Ahmed a comernos la pizza más grande y más grasienta de Trípoli.

A eso de la una estamos sentados en el balcón de casa, y esperamos noticias del doctor: ¿habrá que ayunar a partir del amanecer? ¿Tendremos un día más de asueto? También repasamos si tenemos suficiente comida, agua y leche, lo cual es una pregunta absurda, ya que cualquier día podremos bajar a la tienda a las tres de la mañana… suena el móvil. Ambos estamos repletos de anticipación, nerviosos, y… en efecto: tomorrow, guys, ramadan kareem!


Son las dos; en un par de horas no podremos comer, beber, fumar ni fornicar, así que os podéis imaginar, nos ponemos a comer, a beber y a fumar como descosidos, y, de no haber sido criados en sociedades llenas de tabúes, habríamos fornicado un poco también. Decididos a aprovechar al máximo el tiempo, nos ponemos a jugar al ajedrez y al backgamon: nada de dormir de noche, ya dormiremos durante el ayuno.

Charlando y jugando nos sorprende el canto del almuédano: ¡Lorenzo! ¡ya está! ¡No podemos beber! ¡Hace una hora que no bebemos, y ya no podemos beber! Acordamos rápidamente que, mientras dure la llamada, no está prohibido, así que corremos a la cocina como imbéciles para beber, Markus se calza una botella de medio litro de un trago, yo tiro directamente de la garrafa de siete litros, no hay tiempo para buscar un vaso. Cuando acabamos, canta el almuédano de nuestra calle, decidimos que no hemos infringido ninguna norma. Sin otro particular, a la cama.

Me despierto a la una del mediodía, he soñado que se me olvidaba el ayuno y comía sin darme cuenta, los lo juro. Me ha despertado el imán soltando la homilía del viernes, es como una broma de mal gusto.

Automáticamente me apetece comer, beber y fumar, aunque no tengo hambre, sed ni mono; es lo que tiene no poder hacer algo, que deseas con más fuerza hacerlo. Al rato se despierta Markus, tiene la misma sensación.

Según pasan los minutos, sentimos algo diferente y bastante peor: no nos apetece hacer nada. No nos apetece leer, ni pasear, ni ver una peli, ni charlar en el balcón. Echamos una partida al backgamon, no echamos la revancha; sentimos una abulia total. Además, en Trípoli hay pocas maneras de matar el tiempo, todas se reducen a pasear, actividad que, con el calor que hace, da mucha sed, o a tomar café, comer algo… le presto un libro, yo me dedico un rato al Corán, no aguanto ni un capítulo.

Tenemos también una acusada fase de flaqueza:

-         Podríamos no fumar ni comer, pero beber.
-         Podríamos no comer ni beber, pero fumar.
-         ¿Por qué estamos haciendo esto?

Al final, resistimos: para seguir el ayuno a medias, mejor no seguirlo. Está claro que penar por penar, sin recompensa celestial ni nada, tiene su punto absurdo, y también su punto occidental de vivir la experiencia, fundirse con el lugar en el que uno vive, bla, bla, bla. Sin embargo, yo qué sé, igual sacamos algo positivo. Yo, además, tengo el aliciente de poder contároslo después, lo que será positivo en caso de que os interese. En fin, el hecho es que no flaqueamos, seguimos ayunando.

Pronto se hace patente que lo más duro es lo más accesorio, el no fumar. No comer se lleva bien, la verdad. La sed es peor, pero si uno se ha hidratado bien y no hace esfuerzos extraordinarios, apenas se siente. No fumar… lo malo de no fumar, aparte de que es un rollo, es que, a toro pasado, no ha sido para tanto, uno piensa que podría dejar de fumar definitivamente; claro, no es lo mismo dejar de fumar forever and ever que parar de fumar durante ocho horas, sabiendo que se va a volver a hacer.

El día pasa al más puro estilo ramadán libio: haciendo poco o nada, charlando y durmiendo la siesta. Me despierto a las ocho de la tarde (vaya día más absurdo, la verdad), bajo a comprar pepsi, pan y chocolate, Markus cocina, por primera vez desde que estamos aquí queremos que llegue el canto del almuédano.

Y llega.

No fue el subidón que esperaba, pero subidón fue: dos tazas de gazpacho fresquito, dos cigarritos en la mano, dos botellas de agua, berenjenas y pollo en el horno, Markus y yo en el balcón. Primer día de ayuno, superado.

2 comentarios:

  1. ¿está prohibido masturbarse? si lo está...dos tazas de gazpacho fresquito, dos cigarritos en la mano, dos botellas de agua y dos...
    ¿dos por qué sois dos o un par para cada uno?

    LaParda Lorenza

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  2. Es una buena cuestión. La auto-satisfacción, en principio, está prohibida también, qué se le va a hacer.
    Dos porque éramos dos, pero luego caían dos docenas más!

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