Ahmed no es libio,
es sudanés; tendrá cincuenta años, y es de las personas más simpáticas y
bondadosas que he conocido en mi vida, con un punto de inocencia que, de tan
tierno, da hasta un poco de pena. Hablo con él casi todos los días, ¡me
apetezca o no!, y cada día me sale con algo nuevo.
Ahmed trabaja de
camarero; hizo el turno de noche en una pizzería hasta que le despidieron,
ahora está a jornada completa en un kebab, y le pagan quince dinares diarios
(unos diez euros). Sin embargo, por lo que me ha contado, es técnico de
perforación petrolera, con estudios universitarios cursados en Inglaterra. De
hecho, dice que el trabajo de bares es temporal, solo hasta que la situación
del país mejore y vuelva a haber trabajo. La producción de petróleo en Libia alcanzó
hace poco su nivel anterior a la guerra, pero de ese detalle evitamos hablar.
Hay algo que no me
gusta de Ahmed, pero no puedo hacer nada al respecto: me trata con admiración
divina. Me trata con reverencia, me trata como al señor, como al europeo, pero
a un nivel pasmoso, y da igual cómo me comporte, eso no ha cambiado un ápice
desde que le conozco. Todo lo que hago, lo que digo, todo es muy importante y
todo está muy bien, y cuando nos damos la mano pone una cara de alegría que me
da ganas de llorar. Hace un par de meses me lo encontré, me preguntó que dónde
iba: voy a hacer copias de mis llaves, le dije mientras le mostraba las
llaves en cuestión, sobre todo porque dudaba que entendiera mi pobre
explicación en árabe; bueno, vio mis llaves (dos llaves bien normalitas), y
empezó a hacer ooooohhhh y aaaaaaahhhh y qué llaves
más bonitas y muy bien muy bien. Se
me quedó la cara de imbécil que os podéis imaginar, me guardé las llaves.
Ahmed quiere que le
encuentre un buen trabajo. Le he explicado que soy un simple profesor, que
llevo cuatro días en Trípoli y que no conozco a nadie; no me cree. No es que no
me crea del todo, más bien parece pensar que todo eso son burdas piedrecillas
en el camino, ningún problema para mi poder europeo. Así que le he prometido
que haré lo que pueda, pero que no espere buenas noticias. Se ha quedado
satisfecho.
Ahmed no soporta
que la gente no aprenda árabe. Dice que es el idioma más bonito del mundo, y
que todas las personas deberían aprenderlo. Eso sí, conmigo se niega a
hablarlo, porque le vengo genial para practicar inglés. Pero en fin, de vez en
cuando suelto alguna palabra, pone cara de adoración, me dice que hablo árabe
igual que los libios, me arrepiento de haber abierto la boca y vuelvo al
inglés.
Ahmed quiere
casarse con una europea, y vivir en Europa. Siente especial interés por las
noruegas, no sé bien por qué, y claro, me ha pedido que le encuentre una.
Supongo que piensa que entre europeos nos conocemos todos, y que las mujeres
del norte funcionan como las de aquí, el hombre la pretende, la familia la
concede (siempre que haya dinero para casa y oro, claro). Una mujer alta, Lorenzo,
y rubia, y con ojos verdes, y con buen cuerpo; le miro durante un momento:
bajito, canoso, demasiado arrugado para su edad, ni feo ni guapo, bien de
barriga. Vamos, una mujer que sea como tú, contesto. Se troncha de risa,
No, Juan, no, I am very ugly!!
Me ha estado
contando cosas de Sudán, de la independencia del Sudán del Sur hace poco
tiempo; dice que lo entiende bien, que en el sur tienen alcohol, discotecas y
formas de pasarlo bien, pero en el norte no, así que entiende que los del sur
quisieran vivir por su cuenta. Pero claro, también dice que El Cairo es la
ciudad más divertida del mundo porque tiene cuatro discotecas, así que no sé
qué pensar.
El otro día se fue
la luz en toda mi calle, fue bastante impresionante: no se veía nada en
absoluto, y toda la gente salió a la calle para alcahuetear, así que te ibas
dando golpes con todos, fue un caos bastante divertido. Entreví a Ahmed, me
acerqué y ni me saludó: ¡qué haces en la calle! ¡Está muy oscuro! ¡Vete a
casa! le dije que no se preocupara, que mientras estuviera con él estaba
seguro, y casi se muere de la risa, seguía riendo mientras me llevaba
literalmente a empujones hasta la puerta de mi casa. Esa dulce sensación de ser
menor de edad, casi la echaba de menos…
En fin, este es
Ahmed. Seguiría escribiendo, pero tengo que meterme en páginas de contactos
para encontrarle una buena noruega, así que me despido hasta la próxima.
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