En Trípoli he vivido ya las cuatro
estaciones y, hasta hace un par de semanas, todas tenían algo en común: la
falta de lluvia.
En primavera no llovió ni un solo día,
mientras que en verano y en otoño hubo dos o tres tormentas… de cinco minutos.
A mí me encanta la lluvia, así que podéis
imaginaros lo contrariado que estaba. A finales de enero, sin embargo, comenzó
a llover. Y en serio.
En Trípoli tenemos muy a menudo amenaza de
tormenta: cielo gris cargado de nubes, viento fuerte y húmedo, truenos… sin embargo,
todo suele quedarse en un aviso, y la tormenta no tiene lugar, o descarga en el
mar, lejos de la ciudad.
Ahora, al clima le ha dado por descargar en
la ciudad, y es estupendo: llueve con fuerza, con ganas, graniza un poco, la
intensidad baja, jarrea de nuevo; el problema es que Trípoli no está preparada
para semejantes aguaceros, e ir por la calle se ha convertido en una aventura.
Digamos que son las diez de la mañana, y que
Lorenzo Pardo sale de casa para dirigirse a la escuela; cuál es su sorpresa al
descubrir que su calle se ha convertido mágicamente en las Lagunas de Ruidera,
y es que el asfalto tiene tantos y tan grandes baches, que de repente soy un
duende cómplice del vientó, y es por ti que veo océanos donde solo había
charcos.
Y eso porque mi calle no está en cuesta; si
se da la menor pendiente, la riada es segura, y hacen falta zancos para cruzar
de una acera a otra. Así que allí me veis, buscando las zonas elevadas, y
caminando hacia el taxi como si me hallara en Secretos del Corazón.
Además, para qué decir que al cabo de cinco minutos la lluvia me ha empapado, y
me acuerdo de mi madre, hace ya cerca de un año, diciéndome ¿y paraguas no
te vas a llevar, hijo mío?
Otra cosa que incomoda un tanto son los
canalones; en Europa suelen llegar hasta el suelo, pero siempre hay
alguno diseñado en estilo cañón de francotirador, lanzando el agua sobre
cualquier transeúnte despistado; aquí es al revés, hay algún canalón que
baja hasta la acera, pero la mayoría descargan el agua sobre el asfalto o,
preferentemente, sobre mí, y dado que los tejados tienen tantos baches como el
suelo, es imposible calcular dónde caerá el chorro de agua, ya que de repente
el caudal aumenta y el agua llega más lejos, o disminuye, y el agua cae más
cerca de la pared.
Lo que me gusta de estas mañanas es la
relación fraternal que se crea con los coches. Acera y calzada están igual de
impracticables, así que los peatones nos vemos obligados a ir por el medio de
la calle en numerosas ocasiones; en la calzada, algunos baches son tan profundos,
que los coches no se atreven a atravesarlos y se suben a la acera. Así pues,
todos invadimos el espacio de todos, pero lo hacemos en armonía, con saludos
resignados y cómplices. Además, los coches siempre, siempre aminoran la marcha
cuando se acercan a un peatón, para no salpicarle el agua de los charcos.
Cuando he logrado llegar a la calle donde tomo
el taxi, descubro que ninguno está libre, así que transcurren los minutos, me
mojo un poco más, finalmente consigo que alguien me recoja. En ese momento
suele dejar de llover durante un rato, pero esto no depende del clima, sino de
la Ley de Murphy.
Otra consecuencia entrañable de la lluvia ha
sido la inundación de la cocina en mi flamante nuevo piso.
Ya os he dicho alguna vez que en cocina y
baño suele haber un desagüe, un sumidero, por el que se va el agua que resulta
de lavarse después de hacer uno sus necesidades, o el agua sucia que expulsa la
lavadora. Pues bien, hace un par de semanas el desagüe de nuestra cocina
decidió desaguar hacia fuera, y de repente el lugar parecía un estanque. Como
aún no teníamos fregona, nos deshacíamos del agua como buenamente podíamos,
para descubrir al poco rato que el proceso había vuelto a empezar.
El casero, Mohamed, vino a ver qué pasaba y
nos hizo una reveladora declaración: curioso, he vivido aquí desde 1983
hasta ahora, y solo había sucedido una vez.
En cualquier caso, unos días después
vinieron unos técnicos y desatascaron el colector general, con lo que se acabó
el problema.
Hasta que se inundó la oficina del vecino de
abajo, claro.
Mi barrio tiene, principalmente, imprentas,
empresas de traducción jurada y agencias de viaje especializadas en La Meca.
Una de estas se halla justo bajo el piso.
Dormía yo plácidamente el otro día, cuando,
a eso de las ocho de la mañana, el timbre de la puerta comenzó a sonar con
frenesí. Alarmado, fui a ver qué querían, y entre las legañas vi a un alterado
vecino:
-
¿Tienes
agua en el piso?
-
¿Cómo?
-
¡Que
si tienes agua en el piso! –
se me encendió una bombillita.
-
Ah,
¿en el suelo? No, ayer hombres arreglan – ese es mi árabe creciendo.
-
¡Pues
yo tengo goteras, y vienen de aquí!
-
¿Ah,
sí? Vaya, no
sabía – ese soy yo recién levantado, haciendo comentarios estúpidos.
Nos pusimos a buscar y, efectivamente, el
patio interior estaba hasta arriba de agua; me costaba imaginar qué proceso
había transportado el atasque de la cocina al del patio, pero no fue difícil
dar respuesta al enigma: tanto había llovido, que de los tejados había caído
todo tipo de basura, la cual había tapado por completo el desagüe del patio.
Limpiamos el desaguisado, el agua se fue, el vecino quedó satisfecho.
Y ahora me levanto cada día temeroso del
próximo episodio. Hoy se escuchan truenos desde las ocho y media, ha granizado
un poquito, y se antoja un día lluvioso hasta la noche, así que me espero
cualquier cosa, desde que una cañería reviente, hasta que nazcan ranas en la
bañera. Ya os iré contando.
ACTUALIZACIÓN
Escribí la entrada esta misma mañana, y al
terminar empezó a granizar a muerte; salí al patio, desatasqué el desagüe, me
fui al trabajo con el deseo de que no inundáramos otra vez la oficina de abajo
(ha habido suerte).
Camino a la escuela, bajo un cielo gris que se vaciaba sobre la ciudad, fui
durante un buen rato tras este camión, el primer camión español que veo por aquí.
¿Os imagináis de dónde es?
Chove en Trípoli |
¿Será casualidad, o será el mundo que se ríe
con bromas pequeñas?
Muy interesantes y entretenidas tus crónicas libianas, y estupéndamente escritas. Veo que cada día tienes una aventura nueva que contar, no pareces estar aburriéndote :)
ResponderEliminar¡Un saludo y que vaya bien por allí!
Sí, aquí discotecas hay pocas, pero historias las haya para aburrir.
EliminarUn saludo, y a ver para cuándo el próximo relato!
Es lo que tienen los lugares donde nunca llueve que se monta un caos xq no están preparados para ello. En Asturias ese problema no o tenemos. Llueve pero la vida sigue igual, igual :)
ResponderEliminarYa, aquí los primeros cinco minutos la gente se pone como loca de contento, pero al rato ya están todos quejándose, me recuerda a mi pueblo, donde tampoco se ven muchos días de lluvia.
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