domingo, 10 de febrero de 2013

Maqueando el piso V



Queridas amigas, queridos amigos, os damos la bienvenida una semana más a esta vuestra revista Salam Aleikum, la publicación que os muestra la vida de los famosos (libios).

Hoy es un día muy especial, ya que Lorenzo Pardo nos ha abierto las puertas de su nueva casa en el centro de Trípoli. Os invitamos a recorrerla con nosotros, y a no perderos nuestro reportaje en la página 62: Hamza y Maria Valquiria, ¿montaje o planes de boda?


Plaza Argelia está cerca de la ciudad vieja, pero fuera de sus murallas. Toda la zona fue construida durante la ocupación italiana, y pretendía ser el nuevo centro urbano de Trípoli; mi edificio, a la vera de la catedral, debió ser de los primeros que se levantaron.

Para mí, que he vivido nueve meses en una oficina, el nuevo hábitat es una bendición, y las primeras impresiones que tuve del piso fueron cien por cien (¡mía mía!) positivas: un montón de muebles, una casa de verdad, luces normales en el techo, ollas, sartenes… pero veámoslo por partes:

La puerta del piso da acceso a un enorme zaguán que, la verdad, es un desperdicio considerable de espacio; mi teoría es que los italianos no lo construyeron así, sino que el pasillo y la sala de estar se enamoraron, mantuvieron relaciones ilícitas, y el hijo que nació de sus encuentros amorosos nunca abandonó el nido. De cualquier modo, gracias al zaguán puedo disfrutar del tresillo más rancio que he tenido en mi vida:


Los sillones a juego con la alfombra.


El sofá comodísimo, con adorno inquietante
en la ventana.


Justo frente a la puerta de entrada se halla la cocina, equipada con muchos armarios, un montón de vajilla, un micro-frigorífico y un macro-congelador. Para los amantes del diseño de interiores, resalto la rompedora combinación fregadero-armarios, que claramente fue concebida para gente bajita:


En la foto no se aprecia, en mis cervicales sí.


lo que es yo, me veo obligado a fregar medio en cuclillas. Rudolf propuso un día hacer un agujero en el armario para poder meter la cabeza dentro, y ya puestos, instalar un televisor para no aburrirte mientras friegas.

Sin embargo, lo que más me gusta de la cocina son los fogones, cada uno con su complejo particular: el de arriba a la izquierda es apocado y tarda noventa minutos en preparar el café, mientras que su compañero de abajo es una especie de visigodo asalvajao, y suelta una llama tal, que dan ganas de sentarse a su alrededor para tocar la guitarra y contar historias de miedo; en cuanto a la derecha, el de abajo no funciona (la hija del casero me dijo please, don’t touch this one, con lo que ahora temo que cualquier día dicho fogón me asesine mientras duermo o algo así), y el de arriba, que funciona más o menos normal, mira a sus compañeros con cara de pero qué habré hecho yo, madre.


¿Es para pensárselo, sí o sí?

 Volvamos al zaguán, y superemos el tresillo para alcanzar la habitación del Compañero Misterioso a un lado, y el salón al otro; en el piso había dos habitaciones y dos salones, circunstancia que Maria Valquiria valoraba como positiva cuando aquí solo íbamos a vivir Rudolf y yo (como ella misma me dijo una vez: así cada uno podéis estar en un extremo de la casa y no tenéis por qué veros). Ahora resulta que vamos a ser tres, así que uno de los salones ha pasado a ser dormitorio (de hecho, el mío).

En fin, el resultado no me satisface mucho, ya que el salón que tenemos es este:


El aparador de la tatarabuela y la mesa pequeña y acogedora.
La alfombra, a juego.


Que está muy bien, yo estudio ahí y tal, pero no es mi idea de un espacio común. A ver si llega el Compañero Misterioso y es más de mi opinión, que a mí me da pereza seguir discutiendo el tema con Rudolf.

Del salón pasamos a la terraza. Rudolf dice que en verano viviremos más allí que dentro del piso, pero yo no lo veo tan claro, ya que está en el centro de un enorme patio interior lleno de ventanas, y me incomoda un tanto ser el objetivo de tantos ojos. En cualquier caso, tiene plantas, algunas flores, y es un sitio muy majete.


Sí, aquí se filmó el remake libio de Los Otros.


Desandemos nuestros pasos y vayamos al ala norte del piso. Lo primero que vemos es un armario descomunal, lo que en libio se llama dulab mahanni, y en castellano viejo armario de las cascarrias. Frente a él, el cuarto de baño.

¿Os acordáis de la cortina de ducha que me construí en el piso de La Calle Blanca? Cutre, sí, pero durante nueve meses ha aguantado en pie sin criar apenas moho, y gracias a ella me he ahorrado tener que fregar el baño tras cada ducha. La verdad, hemos mantenido una relación tan entrañable, que le he escrito un epitafio:






De Turquía viniste cubriendo mi nevera,
pero más me ayudaste, y por eso te festejo;
plastico y cartón, protección de mi azulejo,
cortina improvisada, amiga, compañera.











Excesos de tiempo libre aparte, no puedo negar que la situación ha mejorado bastante. Una imagen vale más que mil palabras:


Para vosotros, una chorrada;
para mí, una ducha de lujo.


Sí, quién me iba a decir que una cortina de ducha podría hacerme feliz. La vida es un viaje lleno de sorpresas.

Aunque debo decir que mi primera ducha fue un tanto agridulce; nada hacía prever que fuera a haber contratiempos, pasé a la bañera como lo he hecho tantas veces en tantas bañeras, para descubrir… que la ducha me llegaba hasta el pecho. El tubo medía como medio metro, y para mojarme la cabeza tuve que agacharme, igual que me pasa con el fregadero de la cocina. No sé qué pasa con este piso, o bien el arquitecto fue Bilbo Bolsón, o bien todo está diseñado para que tengas que amagarte, e inducirte así a entrar en el mundillo de la oración musulmana.

Junto a la bañera se halla otra de las grandes mejoras que se han incorporado a mi vida: la lavadora automática. Es fascinante, resulta que metes la ropa, le das a un botón, y al cabo de un rato ya está limpita y solo la tienes que tender.


Ya, igual no pongo muchas fotos en el blog
porque fotografío las mayores paridas.


Hablando de lavadoras, hoy he descubierto que la que tenía antes (meto ropa, meto jabón, meto agua limpia, lava, saco agua sucia, meto agua limpia, lava, saco agua sucia, maldigo mi suerte, meto agua limpia, lava, saco agua sucia, saco ropa, doy gracias a la vida que me ha dado tanto), la lavadora no automática, en Libia es llamada lavadora madre-hija.

Junto al baño están el cuarto de rudolf y el mío; como ya he dicho, mi cuarto era antes el salón, y algunos muebles no los podemos meter en otro lado porque son demasiado grandes o pesados, así que he pasado de tener cama, mesa y armario talla pinipón, a tener además un juego de sofás, cortinas, unos paneles muy grandes y muy feos en la pared y, finalmente, mi nueva alegre compañera, la tele.


El salón antes de instalarme en él. Ahora no se ve el suelo.


El cuarto ya no es tan caótico, le metí una mañana de viernes, y ahora es muy espacioso y acogedor. De hecho, ya que estoy, puedo contaros que me hecho una pedazo de estantería… con cajas de cartón. Sí, qué le voy a hacer, me gusta hacer cosas con cartón.


Que tiemble IKEA.


Se me olvidaba contaros que en mi cuarto hay algo más: una caja fuerte. Yo tampoco lo entiendo muy bien. Pesa un quintal y está rota, de momento la uso como mesita de noche.

Quizás hayáis notado por las fotos que mi nuevo piso es más oscuro que las cuentas del PP; orientado de norte a sur, y tratándose de un primero, la luz nos visita poco y mal, tanto es así, que aún no he conseguido que mi flamante radio funcione mediante energía solar, y se me están quedando unos brazos de escalador a base de darle al manubrio para recargar la dinamo.

Sin embargo, el piso tiene un balcón, cuyas vistas son bastante mejores que las que disfrutaba en mi callejón de La Calle Blanca. Con lo que se ve desde mi cuarto me despido de vosotros hasta la próxima crónica:






6 comentarios:

  1. creo que me resultaria dificil fregar los platos en tu casa...

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  2. Me acaban de llamar la atención en el curro por soltar una carcajada :D se me ha escapado leyendo esto

    No veas cómo has mejorado... y las nuevas vistas molan de verdad

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  3. Jaja, me alegro (de que te guste, no de que tu puesto de trabajo peligre)

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