sábado, 2 de febrero de 2013

Maqueando el piso III


¿Cuánto tarda uno en cambiarse de piso? No hay estudios al respecto, pero la experiencia me dice que una mañana suele bastar; sin embargo, en Libia todo lleva un ritmo diferente, y el país no pierde ocasión de recordarme que mi vida no es ni de lejos el producto de mis decisiones, sino de todo lo que hay a mi alrededor.

Fue por eso que, aunque el glorioso día de mi (in’shallah) última mudanza libia cayó en sábado, el proceso se remonta al jueves anterior.


 Como recordaréis, en su momento tuve que amueblar el piso de La Calle Blanca; es por eso que necesitaba una furgoneta para llevarlo todo a  Plaza Argelia, más que nada porque habría preferido beberme un litro de café árabe antes que regalarle dormitorios y cocina a Mister Freddy, que muy majo y tal, pero no quiso bajarme el alquiler. Conclusión: mudanza “faraónica”, y esta vez sin Hamza para ayudarme, ya que se había ido a pasar la Nochevieja en Estambul.

¿Que si tanta ayuda necesitaba para encontrar una furgoneta? ¿Que por qué no llamaba a una empresa de mudanzas? Os lo explicaré con un ejemplo: el tema “la mudanza” está en la lección 4 del libro de texto con el que trabajo; bien, no es que tenga que traducir para mis alumnos el término “empresa de mudanzas”, es que tengo que explicarles en qué consisten, y no estoy exagerando ni un ápice. Una vez que todos lo han entendido, suelto la pregunta de rigor, aunque me sé la respuesta:

-         ¿En Libia tenemos empresas de mudanzas?
-         ¡Sí! ¡Cualquier tipo con furgoneta que te cruces por la calle!

Con la mudanza en mente llegué al trabajo el jueves de marras, y Maria Valquiria me recomendó tratar el asunto con Mustafa, su asistente, quien al parecer es un experto en el tema traslados; así lo hice, y su experiencia en la materia se redujo a decirme que no me preocupara, que el día antes de la mudanza le dijera a cualquier vecino lo que necesitaba, y que en un plis plas tendría transporte.

Viva el mundo gominola, pensé yo; es cierto que Mustafa tiene razón, y que aquí las cosas funcionan así, pero también es verdad que yo no soy libio, y de igual manera que no podría bucear por el fondo del mar aunque un besugo parlante me enseñara cómo hacerlo, tampoco puedo abandonarme a la casualidad de esa manera. No sabría explicarlo bien: sé cómo hacen las cosas los libios, y sé que acaban saliendo bien, pero cuando yo intento manejarme como ellos, todo resulta más complejo de lo esperado.

Con esas ideas salí ese día algo preocupado de clase, y mientras me dirigía al taxi consideraba a qué vecino le podía pedir ayuda:

¿Hosha, el turco que, agarrado a un canalón, se descolgó desde mi cocina a su casa porque se había dejado las llaves dentro?

¿Waíl, el borracho del barrio, cuya diversión favorita es ver cómo su hijo de cuatro años juega con el machete de papá?

¿Salim, el frutero de la esquina, al que nunca he podido comprar más de dos cosas porque se niega a atenderme durante más de un minuto?

En esas meditaciones estaba cuando llegué al taxi y, tras el salam alekum de rigor, Mohamed, mi taxista favorito, me preguntó si necesitaba transportista para cambiarme de piso. Extasiado, le dije que sí, y me explicó que un amigo suyo tiene un camión pequeño, y que no tenía más que decirle la hora y el lugar.

Tan pronto como había llegado la alegría, llegó el recelo: ¿cuál es el peor error que puede cometer un occidental en Libia? Confiar su suerte al amigo de un amigo; da igual que hablemos de una mudanza o de la conmutación de una condena a muerte, el amigo de un amigo te prometerá su ayuda, y después pasará olímpicamente de tus necesidades, las cuales importarán siempre menos que su cafelito, su siesta y su paseo diario en coche sin rumbo definido (por ese orden). Sin embargo, como no tenía opción mejor, y la solicitud de Mohamed me llegó mucho, le dije que genial, que contaba con su amigo y que me despreocupaba.

¿Despreocuparme? ¡Ja!

Al día siguiente llamé a Mohamed para concretar una cita, y me dijo que ningún problema, pero que no podría localizar a su amigo hasta la tarde porque estábamos a viernes, el día del rezo y la vida familiar. Resignado y algo tenso, me di a la tarea de empaquetar mis cosas.

A las ocho consideré que era lo suficientemente por la tarde, así que volví a llamar a Mohamed, y me dijo que su amigo no le cogía el teléfono. Me puse a forrar con celo la cocina y el frigorífico.

A las nueve lo intenté de nuevo, más por costumbre que por convicción. Efectivamente. Del amigo, ni la sombra. Por otro lado, un conocido mío me llamó para ofrecerme su ayuda en la mudanza: ¿qué mudanza?, pensé apesadumbrado. Sin embargo, le di las gracias y quedé en avisarle.

Y así fue como me vi en la víspera de mi mudanza, compuesto y sin tantra (furgoneta).

Lo suyo habría sido hacer lo que cualquier libio de bien habría hecho en mi lugar, es decir, salir a la calle y preguntarle a un vecino; sin embargo, opté por la solución cobarde, y llamé a un amiguete.

De hecho, imagino que más de uno os lo habréis preguntado ya: si Lorenzo necesitaba ayuda para mudarse, ¿por qué no le preguntaba directamente a algún amigo, en vez de abandonarse al favor de los vecinos y de la diosa fortuna?

El motivo es bien simple: no quería tocarle las narices a nadie. Aquí todo el que me conoce acaba ayudándome en algo, lo pida yo o no, y esta vez quería apañármelas solo, por lo de no abusar. Además, mis amigos de aquí ya no son unos chavales, y no quería que se dejaran el espinazo cargando trastos.

Puestos en una situación límite (me permitiréis que exagere, gracias), decidí dejarme de cumplidos y pedir ayuda, así que llamé a Haiter, el hermano de Hamza; ya sabía que me mudaba, así que ni se sorprendió ni puso problemas:

-         ¿Y dices que te mudas mañana?
-         Sí.
-         ¿Y necesitas tantra?
-         Sí.
-         ¿Nos ayuda alguien a cargar?
-         Un amigo dice que viene.
-         Vale, yo traigo a otro. ¿A las siete y media de la mañana?
-         Perfecto.

Colgué, avisé a mi voluntario, y más tranquilo me fui a la cama.



2 comentarios:

  1. Estás seguro de que Haiter es Libio¿?¿?

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  2. Ya, no sé; Hamza dice que su apellido es turco, a lo mejor viene de ahí la falta de coherencia con el rollito del país.

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