miércoles, 10 de octubre de 2012

Ramadaneando IV, la prórroga


Esto está escrito a toro pasado.

La mañana de mi cuarto día de ramadán fue un momento de profunda reflexión, tema: ¿qué ilsr hago con el ayuno? Ya había pecado, pero no me resultaba tan fácil abandonarlo. Por fuerza estaba obligado a ayunar durante la mañana, ya que sería de pésima educación beber o fumar delante de mis alumnos; aparte, me parecía bastante feo llevar una dieta normal y luego cenar con la familia de Hamza. Al final opté por una decisión intermedia: un vaso de agua para desayunar, un vaso de leche y un cigarrillo para comer (lo del cigarrillo es mala idea, pero qué le voy a hacer, soy un adicto), y vida normal a partir de la cena.

Seguí esta dieta todos los días que siguieron, y no me fue mal. Pequé, sí, pero poco, así que espero no haberme ganado una condena demasiado severa en la otra vida.

Volviendo a mi cuarto día, las horas pasaron una detrás de otra, finalmente llegó la hora de cenar y me fui a casa de Hamza, un piso enorme que está a unos treinta segundos del mío. 


El proceso habitual cuando visitas a alguien aquí es el siguiente: descalzarse en la puerta, saludar, te invitan a sentarte. Al ser yo un hombre, sólo estaré con hombres.

Una vez sentado en alfombra o cojín, te ofrecen frutos secos y zumo o refrescos carbonatados. En ramadán, es normal que también te ofrezcan dátiles y leche, o en su defecto kéfir. Después de un rato de charla, llega la comida.

La comida que me aguardaba era uno de los pocos platos típicos libios que no tienen nada que ver con los países de alrededor, de hecho no tiene nada que ver con ninguna comida que haya visto nunca, y se llama bacín (en realidad se pronuncia basín, pero me tomo la licencia manchega de darle un nombre que me hace más gracia).

En primer plano el bacin, al lado la chorba.

El bacín es una pasta húmeda hecha a base de trigo y cebada, creo. Me lo han explicado varias veces, pero soy malo diferenciando los cereales en castellano, con lo que imaginaos mi pericia cuando me los nombran en inglés macarrónico y en árabe. Se mezcla pues harina de, digamos, trigo y cebada, se le añade agua y se amasa hasta que tiene una consistencia parecida a la del papel mojado, lo cual lleva algunas horas, es un plato trabajoso. Cuando está lista se le da forma con un tazón y se sirve en una fuente, a la que se añade patata cocida, guisantes, carne de cordero hervida, quizás un huevo duro, y lo más importante, la salsa; no me quedó claro de qué era, yo diría que básicamente agua, aceite de oliva, pimentón y sal.

Hasta ahí, bien; el caso es que lo de la textura de papel mojado no es exageración mía, es una realidad, y la pasta del bacín no hay quien se la coma. ¿Cómo se hace? Pasmaos, acompañantes: se mastica con la mano.

Usando la mano a modo de pala se coge un pellizco de la pasta (los libios llaman a esto dar una coz, no sé qué parecido le ven), se mezcla este con la salsa y se amasa durante un rato con los dedos, un movimiento similar al de tocar las castañuelas. Cuando ya no está tan dura, se mete en la boca y se traga directamente.

Es bastante divertido, ahí estábamos Hamza, su hermano y el vecino amasando la cena con ahínco, pringándonos la diestra hasta el codo, ellos disfrutando el doble entre el sabor de la comida y mi ridícula impericia.

He de comentar que el bacín es un plato que se está quedando anticuado, a los libios jóvenes en general no les gusta mucho, debido a su sabor peculiar (me gustó, pero no creo que me haga adicto), y a que la forma de comerlo es bastante pringosa. El caso es que todos tenían miedo de que no me gustara, lo que produjo una situación medio cómica, medio trágica.

En mitad de la cena le sonó el teléfono a Hamza; habló brevemente sujetando el móvil con la mano que no estaba hasta arriba de bacín, y luego me dijo que era su madre, preguntando si al español le estaba gustando la comida, o si tenía que preparar unos macarrones. Por lo visto se puso muy contenta al saber que comía con apetito.

Ahí estaba yo, zampándome la comida que una mujer a la que nunca he visto había estado preparando durante horas, y no le estaba permitido ni siquiera acercarse al salón de su propia casa para ver si me gustaba. En fin.

Cuando acabamos de cenar, Hamza y yo nos fuimos a tomar un café cerca de la Plaza de Argelia, un bar donde sirven el mejor café del norte de África (Hamza dice que casi podría ser el mejor del mundo, pero que no es así porque el mejor café del mundo se bebe en Australia).

Así concluyó mi cuarto día de ramadán. Los tres restantes no fueron muy distintos, seguí con mi dieta de ayuno relativo, y fui un día más a cenar en casa de Hamza, esta vez hervido de verduras. No he llegado a conclusiones profundas, ni me conozco mejor a mí mismo, pero ha sido curioso. Lo único que sí puedo decir con certeza: en comparación, abstenerse de comer carne los viernes de cuaresma es un sacrificio bastante cutre.

4 comentarios:

  1. Tienes que hacerte un recetario de todos estos manjares fáciles de comer.

    Y ya sabes, la próxima vez que tengas que venir para españa, te coges un vuelo con escala en Polonia y Australia, y así nos dices si de verdad es el mejor café del mundo!

    ResponderEliminar
  2. No puede ser mucho más difícil que hacer unas buenas gachotas, está claro... en cuanto a las escalas, qué menos, ya os contaré. Pero si lo dice hamza, oye, será verdad, qué en sidney los cafetales cantan ópera.

    ResponderEliminar
  3. Me ha llegado al alma la pobre señora preocupada por ti y sin poder ni confirmar que te lo comías...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Y a mí, pero bueno, voy redimiendo la situación mediante cuñas de queso manchego que le traigo invariablemente siempre que vuelvo a espain.

      Eliminar