martes, 30 de octubre de 2012

Buscando piso VII


Ahí seguimos, mis dear acompañantes, dale que te pego buscando un hogar. He visto unos cuantos pisos más, sobre todo gracias a que voy asumiendo mejor los métodos de búsqueda libios, es decir, le pregunto a todo quisqui si sabe de algún piso en alquiler; sin embargo, la historia más simpática no se la debo a mi recién estrenada pericia, sino, cómo no, a Hamza.


La otra noche estuvimos de jarana hasta altas horas de la madrugada; ¿qué significa jarana? Primeramente, Hamza, Mohamed (el hermano de Ahmed, el amigo que se casó) y yo mismo nos fuimos al Dachach Dixie (El pollo Dixie), un bareto donde, como podéis imaginaros, se venden comidas a base de pollo. Eso no es demasiado particular, ya que el ochenta por ciento de la comida libia de bar se basa en el pollo. El caso es que nos metimos una buena dosis de tabuna y escalop (bocadillo de pollo empanado), para acto seguido entregarnos a una de las más apreciadas actividades libias: dar vueltas en coche sin rumbo fijo.

En esta ocasión hasta a mí me gustó, porque la noche era fresca (al fin), y había una tormenta eléctrica alucinante sobre el mar, así que pasar por las calles que bordean la costa era estupendo. Eso sí, en Trípoli no cayó ni una mala gota.

Aburridos de quemar rueda, nos volvimos al barrio, donde nos sentamos a charlar con el resto de los amigos. Conocí a un tipo que se llama Llave (muftah), y me estuvo explicando cómo funciona una tarjeta de crédito (sin comentarios). La noche, en fin, transcurría sin incidentes, hasta que, a eso de la una de la madrugada, Hamza me dijo que Abdusalam acababa de llamarle.

Abdusalam es un libio bajito y fuertote, moreno, de cejas pobladas y ligeramente mueso. No sé qué tiene, pero el caso es que cada vez que le veo pienso que perfectamente podría ser de mi pueblo. En su juventud fue marinero, así que se conoce el mediterráneo al dedillo, y habla una mezcla absurda y divertidísima de idiomas, algo así como Hamza cuando le conocí (ahora ya no mezcla tanto), pero elevado al cubo: mio trabajo fil safina era very hard, lakin aandi always very good amigos. Vamos, que el trabajo en el barco era duro, pero que siempre tuvo buenos friends. Le encanta España, conoce algunas palabras (el cree que muchas, pero la mayoría son, en realidad, italiano), y sabe cosas curiosas, como que al hachís se le llama chocolate (aunque él dice chocolata).

¿Qué pinta Abdusalam en esta historia? Resulta que, con el paso de los años, y por medios que desconozco, se ha hecho asquerosamente rico, y parte de su fortuna la dedica a comprar pisos. Volvamos a la conversación con Hamza.

-         Lorenzo, Abdusalam acaba de llamarme.
-         ¿Ah, sí? Qué bien, ¿qué dice?
-         Quiere enseñarte dos pisos.
-         Genial, ¿cuándo?
-         ¿Cómo que cuándo? ¡Ahora!
-         ¿Ahora? ¿A la una y media de la mañana?
-         Sí, ¿por qué no?
-         Ya, ya, qué cosas tengo…

Así que esperamos a Abdusalam, y al poco rato llegó… sin las llaves de los pisos que tiene en alquiler. Pero bueno, su casa está cerca, así que todos juntos fuimos para allá.

El viaje fue estupendo. Abdusalam tiene una furgoneta con espacio de carga detrás, pero descubierto, al estilo ranchera; yo, que de la vendimia siempre he disfrutado especialmente los viajes en el remolque (ya sea de mudete o para ir al vacie), no me lo pensé dos veces: pasando de la cabina, me subí a la parte de atrás. Abdusalam y Hamza me miraron como si fuera imbécil y me pidieron que subiera delante con ellos, pero esta vez no estaba dispuesto a dar mi brazo a torcer. Al final Hamza, que sigue tratándome como a un crío, se sentó detrás conmigo, no sé si temeroso de que fuera a saltar en marcha o algo así.

Fue una gozada. Os parecerá una tontería, pero ir de paseo en descapotable y mirando al revés de la marcha fue un cambio de perspectiva muy chulo. Fuimos por Omar Mukhtar hasta la rotonda grande de Qarqaresh, nos metimos a la derecha por la Avenida del Mar, luego atravesamos la muralla para entrar al casco antiguo y estuvimos circulando por sus callejuelas hasta que salimos a la Plaza de los Mártires, desde donde volvimos a Omar Mukhtar. No había ni un alma, a partir de las doce Trípoli es una ciudad fantasma.

Durante el viaje hicimos dos paradas, una para recoger las llaves, otra para que Abdusalam me enseñara la casa que se está construyendo en lo viejo (¿cómo se habrá enterado del ferviente deseo que sentía por verla?). En un momento dado volvimos a Belher. Los pisos que me querían enseñar están dos calles más allá de la mía, ambos son planta baja… y ambos igualmente indescriptibles. No son lo peor que he visto en Trípoli, pero el hecho de que ninguno tenga ventanas a la calle, que el de la derecha tenga la taza del wáter debajo de la ducha, y que el de la izquierda tenga una boca de alcantarilla (los lo juro) entre el dormitorio y el cuarto de baño, no sé, me dio qué pensar. ¿Precio? Ochocientos dinares cada uno (unos quinientos euros).

Aún no sé lo que haré. No paro de pensar en mi última casa hispana, un ático abuhardillado precioso y reformado hace poco, con sus dos pequeños dormitorios, su cocina, su salón y su baño, en el mismo centro de la ciudad… por algo más de seiscientos euros. ¡Y ya me parecía caro! 

2 comentarios:

  1. Jjajaja quédate sin duda con el del wc en la ducha!! es un alarde de ingenio, que ya que lo ponen tó pringando de agua en los aseos, así matan varios pájaros de un tiro y el agua sobrante se va por el desagüe...

    ventanas?? para qué!! así no te entrará la arena esa que te deja los suelos de lo peor

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  2. un buen sitio para poner un CD con 2 horas de lluvia para dormir...

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