Hoy
he estado en otra boda. A este paso, voy a terminar por recibir las
invitaciones con la misma ilusión que en España. Lo bueno del asunto es que, dado
que aquí los casamientos duran varios días y que en cada día se hace algo
distinto, no he hecho lo mismo que la vez anterior.
En
junio asistí a la celebración con los amigos, mientras que hoy he estado en la
firma del contrato. Esta se lleva a cabo en una mezquita, y son oficiantes un
imam y un juez. Pero bueno, vayamos por partes.
El
afortunado ha sido Mustafa, el libio que trabaja en mi escuela. Me invitó ayer
mismo, y fue curioso porque primero me invitó en alemán, diciéndome sin más que
quería que viniera, así como lo que se iba a hacer allí; acto seguido me soltó
la fórmula fija en árabe, lo que se suele decir para invitar a alguien a una
boda. Soy, por cierto, el único colega al que Mustafa ha invitado, ya que soy
el único hombre. Sí, mis queridos acompañantes, la novia tampoco asiste a la
firma del contrato que determina con quién pasará, salvo divorcio, el resto de
su vida.
Sin
darle muchas vueltas a estas consideraciones acepté muy contento, y hoy mismo,
a las cinco de la tarde, estaba frente a la mezquita de la calle Mizran.
Es
mi mezquita preferida. El cuerpo del edificio no supera las dos plantas, y el
minarete tampoco es especialmente alto. Encaladas las paredes, las cúpulas y
los dinteles de las puertas están pintados de marrón, y hay algunos azulejos
con versos del Corán en tonos verdes y aguamarina. De noche, el minarete se
ilumina con focos que, al estar medio cubiertos por descuidados árboles, emiten
una luz verdosa, dándole al conjunto un toque misterioso, un ambiente de
sueños.
Lo
que más me gusta no es, sin embargo, la belleza del edificio, que es bastante
relativa si la comparamos con otras mezquitas de Trípoli; lo que me gusta es la
gente. Esta mezquita está rodeada por muros y arcadas, con lo que queda un
espacioso patio entre el edificio y la calle. Los mismos muros, además, cuentan
con bancos de piedra corridos (poyetes, vamos) mirando al exterior y al
interior. Lo que quiero decir es que el lugar se presta a la reunión, de modo
que siempre está lleno de gente, se convierte en una especie de centro social
donde los viejos conversan, los niños juegan, y los jóvenes alternan. Siempre
que paso por delante, y lo hago a menudo, me dan ganas de sentarme con ellos,
pero nunca lo he hecho, por lo que me dio mucha alegría saber que la boda sería
allí.
Bien,
entré al recinto y pregunté si, efectivamente, había una boda. Me dijeron que
sí, y me pidieron que me sentara. Estábamos bajo una techumbre de madera,
frente a la mezquita propiamente dicha, de la que entraba y salía gente. A mi
alrededor se iban sentando más invitados, nos sirvieron algo de agua… pasaban
los minutos, y yo empezaba a inquietarme: ¿dónde estaba Mustafa?
En
un momento dado, la voz de un imam empezó a oírse por megafonía; el rezo de la
tarde había sido media hora antes, ¿qué era entonces aquella nueva homilía? Me
levanté, y me acerqué a la puerta de la mezquita, donde había sentado un
hombre: ¿es esto la boda?, le pregunté. Sí. Uf, un poco más y me
la pierdo.
Me
descalcé y entré al recinto sagrado. Era mi primera vez en una mezquita y tenía
mucha curiosidad. También tenía la impresión de que en cualquier momento podían
echarme.
Las
mezquitas, al final, deben ser bastante parecidas entre sí, al menos en lo que
se refiere a la estructura: una gran sala rodeada por arcos simples o de
herradura, o bien atravesada por ellos, como la de Córdoba o la de Al-asmar,
aquí en Libia; una bóveda trufada de ventanales, estanterías con ejemplares del
Corán y otros libros religiosos, el suelo cubierto por alfombras. Hace más
calor que en las iglesias, supongo que porque no hay tanta baldosa cubriéndolo
todo.
En
la cabecera de la sala, un grupo de gente estaba sentada en círculo alrededor
de un sahumerio. Sentado en una silla estaba el imam, que hablaba sin cesar. A
su lado estaban, supuse, el hermano del novio y el hermano de la novia; dado
que esta no toma parte en la ceremonia, la firma del contrato exige la
presencia de un familiar directo, para que el juez pueda preguntarle algo así
como: ¿aceptas que tu hermana acepte como esposo a fulanito de tal? El
novio también lleva un testigo, y me di cuenta de que tampoco toma parte
directamente en la ceremonia, porque el novio en cuestión, Mustafa, no estaba a
la vista.
El
imam acabó de perorar, y tomó la palabra el juez, un hombre joven con pobladas
patillas. En un momento de su intervención, hasta entonces bastante sobria, se
puso a canturrear algo que, obviamente, no comprendí, pero que reconocí
claramente como retahíla religiosa. Aunque me consta que son figuras
religiosas, aún no me queda claro en qué facultad de derecho estudian estos
jueces (se llaman sheich), no sé si se licencian en alguna escuela
coránica, o si estudian en la universidad y después se impregnan de la mezcla entre
lo civil y lo religioso que aquí se da en todas partes. Me informaré.
Cuando
el sheich acabó de hablar, los hombres sentados a su vera se dispusieron
a firmar, y yo estiré el cuello para ver salir por alguna puerta a un Mustafa
exultante, vestido de gala para la ocasión. Pero no. En su lugar firmó un
tercer hombre que no me había llamado la atención para nada, y al que todos
felicitaron. Claramente, el que se acababa de casar.
Me
había metido en la boda que no era.
Salí
discretamente del lugar, me calcé mis sandalias y volví a la zona donde los
invitados esperaban pacientemente sentados.
La boda en la que alguno fliparia con el invitado occidental. |
En el tiempo que había pasado
asistiendo a su supuesta boda, Mustafa había llegado a la mezquita, y saludaba
a todo el mundo con mucho cariño. Vuelta a empezar.
El
esquema auténtico de la ceremonia es el siguiente: el novio, de pie en algún
punto de la mezquita, saluda a todos los invitados, así como a gente que
simplemente va a la oración. De las mil fórmulas para felicitar que se oyen, yo
solo comprendo la palabra mubarak, que significa algo así como que
Dios te lo bendiga. Mientras se hace esto, circula por todos lados una
bebida de almendras que sabe a mazapán líquido, y algún tipo de pastas. Las más
ricas se llaman baklaua, unos pastelitos que, creo, son originarios de
Turquía, donde se llaman baklava: la versión libia se hace a base de
pasta de almendras y miel, cubierta por hojaldre de azúcar caramelizado, y adornada
con una almendra entera que asoma por el centro. Muy ricas.
La baklaua y su cajita, tan sabrosa que te se desenfoca la camara |
La
palabra baklaua tiene otro significado que, en mi calidad de imparcial
observador de la realidad libia, me veo obligado a comentar, aunque alguien
pueda tacharme de vulgar: por su forma, por el botoncito que forma la almendra,
y porque es muy dulce, se le llama también baklaua a cierta parte de la
anatomía femenina. A mí, la verdad, me parece un apelativo muy simpático, mejor
que tantos de los que usamos en España (y que me abstendré de comentar).
Otra
costumbre consiste en echarse colonia. Junto al novio hay un familiar o un
amigo armado con un bote de pachulí, y tan pronto te acercas, te llevas un par
de chorretes en la pechera, o bien en la mano, que acto seguido has de
restregarte tú mismo por el pecho. A mí, forastero, directamente me buscaban cada
cinco minutos para echarme más, y se partían de la risa.
A la derecha, el novio de punta en beige |
Cuando
todo el mundo ha deseado lo mejor al novio, se procede a la firma del contrato.
Curiosamente, no asistí. Mustafa me dijo que acompañara a un amigo suyo (el
encargado de echar colonia al personal), y resulta que ¡me llevó a casa en
coche! No sé si fue porque la firma del contrato es algo más bien familiar,
porque Mustafa pensó que igual la ceremonia en árabe podría aburrirme, o porque
simplemente no quería que estuviera, el caso es que me despacharon a mi casa
tranquilamente. Me alegré mucho entonces de haberme colado en la boda anterior,
al menos así he visto en qué consiste.
Y
así concluyó mi segunda boda libia. En ascuas quedo esperando a la tercera,
¿llegaré a felicitar a la novia algún día?
Jajajajajaja, que me descojono!!!!
ResponderEliminarLaparda Lorenza