jueves, 18 de octubre de 2012

Desencanto mundial


Todo lo que pasa, por el hecho de pasar,
ya merece algo de respeto.

 Fortunata y Jacinta,  Benito Pérez Galdós.


Empecé a pensar en esto observando a las mujeres, analizando lo que siento cuando las veo. Me las cruzo por la calle, en la universidad, en el mercado, meneando salerosas las caderas entre las muchas capas de ropa, charrando por el móvil o con sus acompañantas, adornando con un maquillaje excesivo su rostro enmarcado por el hiyab… o las veo solas, meditabundas, comparando precios, o las veo viejas, viviendo al día, esperando ya nada, disfrutando del respeto intocable que, en este mundo al menos, es una ventaja que viene aparejada a la vejez.


Las veo, digo, y pienso… es duro decirlo, porque además no es del todo cierto, pero pienso que no son nada; las mujeres, las mujeres libias son menos que los niños, menos que los gatos, son granjas, criaderos de descendencia. Es una afirmación exagerada, pero no exenta de realidad. Cuando me topo con esa realidad todo me importa poco, no me importa la diferencia cultural, no me importa que cada pueblo tenga sus ritmos, nada de eso me importa cuando, tras sortear los asientos en mi clase, veo cómo un hombre, un hombre que no es capaz de pronunciar decentemente la frase mein Name ist Mohamed, ordena a su esposa que ignore el papelito que le ha tocado y se coloque en la mesa donde se han sentado más mujeres. En realidad me sentiría igual aunque el hombre en cuestión, tras una sola hora de clase, hablara alemán mejor que el mismísimo Goethe, pero es que encima es su mujer la hábil, la que aprende rápido en mi clase, la que ha ganado una beca de estudios en una clínica oncológica alemana, la que, entretanto, ha parido y criado a dos niñas. Dos niñas que, posiblemente, al igual que hizo su madre, se casarán dentro de veinte años con un desconocido bastante mayor que ellas.

Es difícil. Es difícil convivir con otra cultura, sobre todo cuando algo de ella te repugna, cuando hay algo que no puedes entender ni compartir. ¿Pero qué cultura es buena? ¿Qué mundo, qué país, qué idioma escoger? El mundo árabe es machista a tope, pero también mis amigas del instituto recogían la mesa mientras sus hermanos se fumaban el pitillo de después de comer. ¿China? No sé cómo será vivir allí, pero una dictadura donde las solteras y los gays se casan entre ellos para que las familias los dejen en paz, no me atrae demasiado. ¿Europa? ¿América? ¿Es mejor nuestro ritmo de vida acelerado y consumista, el dinero elevado a los altares, la ilusión de poder que nos hemos montado y que, encima, se derrumba delante de nuestros ojos?

Es difícil elegir un mundo. Una amiga de mi hermano me decía este verano que me volviera a España, que ella, tras mucho viajar, había descubierto que solo en su país se sentía cómoda, comprendida, bien. Quizá lo mejor sea elegir el mundo en el que se ha nacido, el que se conoce. Es lo fácil.

Pero los otros mundos han hecho igualmente maravillas, poesías, cine, edificios imponentes… ¿dónde tenemos el botón de switch off, cómo enfocar el objetivo solo hacia lo bueno? O mejor, ¿cómo poder ver la foto completa sin sentir náusea por la parte que nos repele, cómo aprender a acertar?

Nada de eso es posible. La maravilla nace entre la infamia y viceversa, la riqueza y la miseria son tanto madres como hijas entre sí, la diferencia conlleva la admiración y el espanto. Si vivimos en el pueblo nos gusta la sencillez de las gentes y nos desespera su cerrazón, y si vivimos en la ciudad nos agrada poder hacer de todo, pero nos agobia el estrés. Nos encanta la playa pero nos incomoda la arena, los hijos nos realizan pero nos cortan las alas, queremos ser famosos y tener vida privada, el gazpacho es una bendición en verano… pero repite.

No, no he descubierto América, está claro. Que el ser humano es una contradicción constante ya lo diría el primer dominador del fuego, cuando sus compañeros cavernícolas se quejaban de la cueva llena de humo mientras degustaban con gula unas chuletas de mamut a la brasa. Ni tampoco es la primera vez que pienso en todo esto, ni mucho menos. Pero las mujeres… las mujeres que estoy conociendo aquí, hermosas, feas, inteligentes, tontas, divertidas, sosas, sexys, pías, mujeres de todo tipo, normales y extraordinarias, personas. Cuando nacemos nos cortan el cordón umbilical, pero a las mujeres libias les dejan un hilo invisible, la cadena que las ata a un sistema caduco, perverso, costillas de Adán por los siglos de los siglos.

Adornando la sentencia, el velo que cubre sus cabellos, y con ellos sus ideas, y con ellas su destino. Y yo, que intento ser muy respetuoso con la diferencia, que hace unos días descubrí mi propio pensamiento expresado ciento treinta años antes por Galdós, me sublevo.

En tós laos cuecen habas, sí, pero hay días en los que te parece estar nadando en el puto perol. Y qué queréis que os diga, me encanta estar vivo y me fascina el mundo, pero en esos días me entra el desencanto mundial.

3 comentarios:

  1. Me gusta

    LaParda Lorenza

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  2. Es lo que tiene... Tiene que ser dificil conciliar tus valores con la cultura que te rodea, pero vamos, que para estar desencantado del mundo no hace falta irte a Libia ¬¬

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  3. Ya, la verdad es que en espain se puede desencantar uno igual... pero siempre es más fácil convivir con lo que ya te conoces, aunque bueno, tal y como está el patio ahora, que parece que volvemos al "a este país no lo va a reconocer ni la madre que lo parió" pero en otro tono...

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