viernes, 6 de julio de 2012

Compatriotas


El otro día entré por primera vez al complejo Shishat Maqlubat, Las botellas del revés, con la sana intención de verlo por dentro, así como de visitar una agencia de viajes, a ver si me ofrecían buenos precios para viajar a España; iba yo viendo una librería por aquí, un banco por allá, cuando pasé frente a una pequeña cafetería, y una música melodiosa acarició mis oídos:

-         Que no, que no ponen la mano así, la ponen así.
-         ¿Y qué significa?
-         Yo qué sé, pero lo hacen mucho.

Español. Español de España, el glorioso idioma de Cervantes, Quevedo, Lorca y Belén Esteban. Por primera vez en tres meses. Me quedé mirando embobado.


Uno de los hombres, pues hombres eran, se dio cuenta, y me habló: ¿qué tal? Bien, contesto, llevo tres meses sin oír hablar en español. El chico me sonríe, y me dice: y tres meses sin follar, supongo.

Ya no había duda, eran españoles.

Me acerqué muy contento, con ganas de hablar. Resulta increíble lo fácil que es hablar el idioma materno, sin necesidad de pensar, sin forzar los músculos de la garganta, sin preocupación ninguna, con la certeza de que se sabe.

-         ¿Qué hacéis aquí?
-         Vivimos aquí, trabajamos en Repsol. ¿Y tú?
-         También vivo aquí, soy profesor de alemán.
-         ¿Les enseñas alemán a estos animales? – Pensé un montón de cosas que contestar. Pensé que estos animales me han invitado a una boda, me llevan a tomar café, me han enseñado la ciudad en coche y a pie, me han llevado de excursión, me tienen con ellos aunque no hablo y soy un coñazo, me enseñan árabe, me ofrecen su ayuda, me han hecho regalos, me han preguntado cosas. Pensé en contestar que los abuelos de estos animales construyeron la Alhambra, la Giralda, la Mezquita de Córdoba, pensé en contestar que llenaron España de olivos, que tradujeron a Aristóteles y a Platón. Pensé en contestar que uno no va a la casa de los demás para insultarles, pensé en, simplemente, irme. Al final no me decidí:
-         Sí. Y lo aprenden.

Perdí un poco las ganas de charlar, pero no me fui en seguida. Me contaron que viven en una especie de barrio fortificado para extranjeros, Palm City, y que no les dejan salir por motivos de seguridad: de casa al trabajo, del trabajo a casa. Al final, pese a que no me habían dado muy buena impresión, me quedé con el teléfono de uno de ellos. Al fin y al cabo, no tengo muchas posibilidades de visitar Palm City, y seguro que es un sitio curioso.

Me despedí y me encaminé hacia la salida del complejo. No estaba muy contento. Pensaba en estos chicos, tres años viviendo en Libia, ni una palabra de árabe, ningún amigo libio, estos animales. Pensaba muchas cosas, muchas frases en mi cabeza que comenzaban con por qué.

Llegué a la puerta de salida, intenté salir por la que no era. Un animal libio se levantó corriendo y, sonriente, me dijo: not hier, mister! Le contesté en árabe libio, señalando a otra puerta: ¿por allí? Se le amplió la sonrisa, me dijo que sí, antes de permitir que me fuera estrechó mi mano con su mano de animal.

Barraneik, compatriotas.

2 comentarios:

  1. De ignorantes está lleno el mundo...

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  2. Ya, bueno... si. Pero es un rollo igualmente. Y lo peor es que acabare tragando para poder ver Palm City por dentro...

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