viernes, 6 de julio de 2012

Noches de boda


12 de junio

Son las doce de la noche, se acaba el martes. Estoy en la cama, padeciendo la primera noche de calor de verdad; llevo media hora leyendo, y ya las sábanas están empapadas, una marca pegajosa de sudor señala dónde ha reposado mi cuerpo, mi cabeza. Los mosquitos comienzan a dar señales de vida, pienso en el repelente XXL que me compré en España y espero que funcione.

Los vecinos de abajo juegan a las cartas, el olor a tabaco y hachís sube hasta mi ventana, se ríen, el tunecino enseña árabe a los turcos a voz en grito, cada carta mostrada es un golpe sobre la mesa. Intuyo que me espera una larga noche. Aún no sé cuánta razón llevo.


Media hora más transcurre, yo leo, los vecinos juegan. Suena una música repetitiva, un yembé marca el ritmo, mujeres cantan y gritan. Los vecinos suelen escuchar música, pero ésta es distinta, y suena más natural, más auténtica, me pregunto si hay un concierto en el parque cercano. Me entra el sueño, apago la luz.

La música continúa, canciones larguísimas, reiterativas. De repente acaban, un rato de silencio, de nuevo una canción. De vez en cuando una mano y una carta golpean una mesa, generalmente cuando estaba a punto de dormirme. Suenan fuegos artificiales. Suenan disparos de ametralladora, primero desde un punto, luego desde el otro, dos grupos se disparan desde ambos extremos de alguna calle. Me levanto a por agua. Otro golpe. Otra canción. Vuelvo a la cama.

En algún momento debí dormirme, soy consciente del sueño, no recuerdo de qué trataba, pero sé que he soñado. ¿Qué me ha despertado, si dormía? Estoy desorientado, me siento sobre la cama, no sé bien dónde me encuentro, ¿qué es ese ruido? Mi cabeza se aclara de repente, y reconozco el mismo ritmo cansino y alegre, las voces de mujer, de pronto ensordecedoras, los tambores, los gritos, es la música. Me pongo unos pantalones y salgo al balcón.

Efectivamente, no era la música de los vecinos, ellos han salido también al balcón, veo sus cabezas bajo la mía, miramos todos hacia la izquierda, suena la música de mil tambores y cien dulzainas, pero no vemos a nadie. De repente, aparecen: serán cien personas, hombres y mujeres, bailan con los brazos en alto, gritan, disparan al aire sus pistolas y sus metralletas, gritan, los jóvenes se suben a los coches, Allah wa Al-Akbar, otros gritos que no entiendo, cánticos, la música parece enviada a través de mil amplificadores, pero no veo los tambores ni las flautas, la calle está oscura.

Cien personas, en el centro la novia: un velo rosa, un caminar lento, somnoliento, parece abrumada. Van a entregarla a su marido, y pienso en las procesiones de las sectas hindúes, la virgen conducida al sacrificio, todos alegres menos ella, la protagonista, la que más alegre debería estar.

Nunca he visto mujeres dando rienda suelta a sus emociones en Libia, estoy hipnotizado, quiero ver más, quiero sacar mi cuerpo más allá, pero el balcón se acaba, quiero bajar a la calle, pero no me atrevo. La procesión pasa de largo, la música se atenúa, entorpecida por el edificio entre ellos y yo. No me muevo del sitio, aún dormido, a la vez muy despierto, sacado de un sueño para entrar en otro. Llega Markus.

Ha visto todo desde la ventana de su cuarto. También se siente extraño, la música, la fiesta, los disparos. Encendemos un cigarro y nos acodamos en la barandilla del balcón. Por la mañana nos han invitado a una boda, nos preguntamos si será así.

Miramos al cielo, la parcela de cielo que no nos ocultan los edificios enfrente, y de repente vemos algo: una nube gigantesca aparece tras las casas, avanza cubriendo el cielo a velocidad pasmosa, un ejército de jinetes, en un minuto se acaban el negro y las estrellas, todo son nubes. Demasiado rápidas para ser nubes, decimos, debe ser humo. ¿Qué puede estar ardiendo para cubrir todo el cielo? Viene del mar, quizá sea niebla, o nubes bajas. La música  de la boda se escucha todavía, ambos sentimos una cierta inquietud, como si pasara algo superior a nosotros, algo que no entendemos, pero que nos afecta. Propongo subir a la azotea, quizá veamos algo.

Una vez en la azotea, Trípoli está por todas partes, y por todas partes la misma niebla, las mismas nubes, el mismo humo. En el sur y el oeste la niebla es roja, seguramente por las luces de la ciudad; en el este es blanca y gris, niebla, nubes, humo; en el norte es niebla negra, el mar, la oscuridad. Los edificios se confunden, se ocultan, oímos disparos, coches, voces, la niebla lo cubre todo, ¿es niebla? Noche fantasmal, dice Markus en alemán. Asiento sin hablar. Me voy a la cama, me oigo decir.

Son las tres de la mañana, entro en la cama con un escalofrío, mi sudor, ya frío, me esperaba. La música ya apenas se oye, los vecinos de abajo duermen o callan. La novia ha sido entregada, la niebla cubre la ciudad, quizás el día haya terminado por fin. Vuelve el sueño, cierro los ojos. Quizá siga soñando con bodas.

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