12 de junio
Son las
doce de la noche, se acaba el martes. Estoy en la cama, padeciendo la primera
noche de calor de verdad; llevo media hora leyendo, y ya las sábanas están
empapadas, una marca pegajosa de sudor señala dónde ha reposado mi cuerpo, mi
cabeza. Los mosquitos comienzan a dar señales de vida, pienso en el repelente
XXL que me compré en España y espero que funcione.
Los vecinos
de abajo juegan a las cartas, el olor a tabaco y hachís sube hasta mi ventana,
se ríen, el tunecino enseña árabe a los turcos a voz en grito, cada carta
mostrada es un golpe sobre la mesa. Intuyo que me espera una larga noche. Aún no
sé cuánta razón llevo.
Media hora
más transcurre, yo leo, los vecinos juegan. Suena una música repetitiva, un
yembé marca el ritmo, mujeres cantan y gritan. Los vecinos suelen escuchar
música, pero ésta es distinta, y suena más natural, más auténtica, me pregunto
si hay un concierto en el parque cercano. Me entra el sueño, apago la luz.
La música
continúa, canciones larguísimas, reiterativas. De repente acaban, un rato de
silencio, de nuevo una canción. De vez en cuando una mano y una carta golpean
una mesa, generalmente cuando estaba a punto de dormirme. Suenan fuegos
artificiales. Suenan disparos de ametralladora, primero desde un punto, luego
desde el otro, dos grupos se disparan desde ambos extremos de alguna calle. Me
levanto a por agua. Otro golpe. Otra canción. Vuelvo a la cama.
En algún
momento debí dormirme, soy consciente del sueño, no recuerdo de qué trataba,
pero sé que he soñado. ¿Qué me ha despertado, si dormía? Estoy desorientado, me
siento sobre la cama, no sé bien dónde me encuentro, ¿qué es ese ruido? Mi
cabeza se aclara de repente, y reconozco el mismo ritmo cansino y alegre, las
voces de mujer, de pronto ensordecedoras, los tambores, los gritos, es la
música. Me pongo unos pantalones y salgo al balcón.
Efectivamente,
no era la música de los vecinos, ellos han salido también al balcón, veo sus
cabezas bajo la mía, miramos todos hacia la izquierda, suena la música de mil
tambores y cien dulzainas, pero no vemos a nadie. De repente, aparecen: serán
cien personas, hombres y mujeres, bailan con los brazos en alto, gritan,
disparan al aire sus pistolas y sus metralletas, gritan, los jóvenes se suben a
los coches, Allah wa Al-Akbar, otros gritos que no entiendo, cánticos,
la música parece enviada a través de mil amplificadores, pero no veo los
tambores ni las flautas, la calle está oscura.
Cien
personas, en el centro la novia: un velo rosa, un caminar lento, somnoliento, parece
abrumada. Van a entregarla a su marido, y pienso en las procesiones de las
sectas hindúes, la virgen conducida al sacrificio, todos alegres menos ella, la
protagonista, la que más alegre debería estar.
Nunca he
visto mujeres dando rienda suelta a sus emociones en Libia, estoy hipnotizado,
quiero ver más, quiero sacar mi cuerpo más allá, pero el balcón se acaba,
quiero bajar a la calle, pero no me atrevo. La procesión pasa de largo, la
música se atenúa, entorpecida por el edificio entre ellos y yo. No me muevo del
sitio, aún dormido, a la vez muy despierto, sacado de un sueño para entrar en
otro. Llega Markus.
Ha visto
todo desde la ventana de su cuarto. También se siente extraño, la música, la
fiesta, los disparos. Encendemos un cigarro y nos acodamos en la barandilla del
balcón. Por la mañana nos han invitado a una boda, nos preguntamos si será así.
Miramos al
cielo, la parcela de cielo que no nos ocultan los edificios enfrente, y de
repente vemos algo: una nube gigantesca aparece tras las casas, avanza cubriendo
el cielo a velocidad pasmosa, un ejército de jinetes, en un minuto se acaban el
negro y las estrellas, todo son nubes. Demasiado rápidas para ser nubes,
decimos, debe ser humo. ¿Qué puede estar ardiendo para cubrir todo el cielo?
Viene del mar, quizá sea niebla, o nubes bajas. La música de la boda se escucha todavía, ambos sentimos
una cierta inquietud, como si pasara algo superior a nosotros, algo que no
entendemos, pero que nos afecta. Propongo subir a la azotea, quizá veamos algo.
Una vez en
la azotea, Trípoli está por todas partes, y por todas partes la misma niebla,
las mismas nubes, el mismo humo. En el sur y el oeste la niebla es roja,
seguramente por las luces de la ciudad; en el este es blanca y gris, niebla,
nubes, humo; en el norte es niebla negra, el mar, la oscuridad. Los edificios
se confunden, se ocultan, oímos disparos, coches, voces, la niebla lo cubre
todo, ¿es niebla? Noche fantasmal, dice Markus en alemán. Asiento sin
hablar. Me voy a la cama, me oigo decir.
Son las
tres de la mañana, entro en la cama con un escalofrío, mi sudor, ya frío, me
esperaba. La música ya apenas se oye, los vecinos de abajo duermen o callan. La
novia ha sido entregada, la niebla cubre la ciudad, quizás el día haya
terminado por fin. Vuelve el sueño, cierro los ojos. Quizá siga soñando con
bodas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario