viernes, 6 de julio de 2012

La Calla Blanca


Vivo en la calle La Blanca. Es el nombre de una ciudad del este, una de las que primero se alzaron contra Gadafi. Voy a presentaros una radiografía del sitio.


Soy bastante malo calculando medidas, para que os hagáis una idea, la calle mide lo que veinte coches en fila india; comunica la gran avenida Omar Muktar y su paralela, una calle arbolada en la que está mi mezquita y la tienda donde compro el papel higiénico (ocho rollos de doble capa, el colmo del mal gusto, pero el tendero ya me conoce y no me mira mal).

Partiendo de Omar Muktar encontramos lo siguiente:

Una pizzería diminuta que solo vende pizza margarita con ketchup.

Un kebap al que suelen ir muchos filipinos.

Una tienda de ropa.

Un locutorio carísimo, en el que siempre te cobran cuando salta el contestador, y, si no salta, también.

La tienda de maletas de Naji.

Otro kebap.

Una tienda de relojes.

Un cibercafé que casi nunca tiene internet, y cuyo dueño es el más borde de Trípoli según la revista Forbes.

Un aparcamiento de arena donde Hamza pintó un graffiti hace dos meses: “esto no es un basurero, vecinos”.

Una cafetería donde suelo tomar café con los amigos de Hamza. El dueño es egipcio, y se parece a Alfredo Landa.

Una cafetería donde desayuno cuando me quedo sin leche. Lo único que ofrecen son cruasanes rellenos de nutella, miel y shamia, una especie de turrón; están muy buenos, pero te los tienes que comer masajeándote las arterias para evitar una trombosis de glucosa.

Una moledero de café. Mi calle huele a café durante toda la mañana. He ido allí un par de veces a comprar, el tendero me pregunta: ¿café europeo o árabe? Europeo, contesto. Siempre me da árabe.

Mi peluquería, el dueño es un marroquí muy simpático que habla italiano.

Una pollería. Hamza dice que es el sitio más sucio de Trípoli, y, la verdad, le creo. El sitio no tiene puerta, y, la mayoría de las noches, ni se molestan en bajar el cierre, así que te puedes dar un paseo por dentro, y admirar los pollos que, sin refrigeración de ningún tipo, esperan su turno para ser vendidos.

Mi callejón.

Una tienda de fontanería, frente a ella siempre hay “aparcado” un coche sin ruedas ni ventanas, lo usan de pequeño almacén.

Otra peluquería, ésta de un tunecino.

Una tienda de bebidas al por mayor. Un día Markus pasó a comprar una botella de naranjada, y se tuvo que llevar seis.

Una tienda de chucherías.

La tienda de comestibles de Ahmed, un chico muy majo.

La tienda de comestibles de Suayb, un señor muy majo que me llama Barchelona.

Un garaje donde se juntan unos abuelos a jugar a las cartas.

Otra tienda de alimentación.

Un puesto de verduras. Los tomates están brillantes cuando me voy a trabajar, oscurecidos por el humo de los coches cuando vuelvo por la noche.

Y mil personajes. Entre todos ellos, yo.

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