viernes, 6 de julio de 2012

Coge tu sombrero y póntelo


22 de junio

Hace un par de semanas, un alumno me propuso que fuéramos a la playa, y muy contento le dije que sí; sin embargo, al día siguiente Maria Valquiria preguntó si nos apetecía ir a Sabratah, así que llamé a mi alumno y le pedí que lo dejáramos para el viernes siguiente. El viernes siguiente pasó, y el siguiente, y no hablamos más del tema; aunque mi alumno se comportaba con normalidad, temí que se hubiera ofendido, así que el miércoles pasado le pregunté si aún le apetecía que fuéramos a darnos un chapuzón.


-         Claro - me contestó -, ¿este viernes?
-         Estupendo - le dije.
-         Muy bien, podemos encontrarnos a las seis y media en la Plaza de Argelia, y estar en la playa hasta las doce.
-         ¿No hará un poco de frío a las doce?
-         A las seis y media de la mañana.

Copón. Sí que se lo toman en serio, lo del ocio. Me parecía una hora algo temprana, pero bueno, sarna con gusto no pica, y además el tema lo había sacado yo, de modo que accedí con entusiasmo.

Así las cosas, esta mañana el despertador sonó a las cinco y media. Maldiciendo mi suerte me tomé un café y unas tostadas y, bien embadurnado en protector solar, salí a la calle.

Nada más comenzar a andar, la situación me empezó a gustar más. Trípoli se vacía de gente los viernes, pero a las seis y cuarto de la mañana no había ni un alma; pájaros cantando, abejorros zumbando, yo. Ni un coche, ni un libio preguntándome how are you, la ciudad para mí.

Después de esperar cinco minutos frente a la preciosa mezquita de la Llamada de la Religión (algún día me aprenderé el nombre en árabe), mi alumno llegó; es un médico anestesista alto y algo regordete, tiene una sonrisa amplia y blanquísima, y lleva unas gafas de lentes ahumadas, como las que solía usar mi abuelo, pero en versión joven. Me ha dicho que, la primera vez que me vio, pensó que era libanés o sirio; luego pensó que era un poco imbécil, porque por lo visto me deseó la paz (salam aleikum), pero en esos días a mí todo me sonaba a chino, así que no me debí dar cuenta y no contesté. Al descubrir que soy español, cambió de opinión sobre mí, y se acercó a presentarse: hallo, mein Name ist Doktor Ahmed, lo cual está muy bien, es como decir hola, soy el doctor Pepe.

Subí al coche y nos dirigimos hacia el este, hacia Tajoura. El sol apenas se alzaba sobre el horizonte, aún quedaban restos rojos del amanecer sobre el mar, pero ya la ciudad estaba envuelta en esa niebla color cristal que tiene la mañana. Por el camino Ahmed me explicaba cosas: aquí veraneaba la mujer de Gadafi, aquí estaba el aeropuerto americano, aquí vivía el hijo del rey a mediados del siglo veinte… en un momento dado pareció preocupado:

-         ¿Qué pasa?
-         Nada, que no hay tiendas abiertas, y tenemos que comprar agua y algo de comer.
-         Ah, pero yo he traído agua y unas galletas.

Hizo como si no me hubiera oído. Aquí, de momento, sigo siendo el invitado, y no se me permite pagar, ni poner la comida, ni nada por el estilo. Al final encontramos una tienda, y el Doctor Ahmed compró agua y galletas.

Primera playa: tenía dos entradas, una hacia unos cuantos barracones, otra hacia playa desnuda. No nos dejaron entrar a los barracones, están reservados para familias, para que las mujeres puedan esconderse a gusto y los niños tengan sombra. Los hombres que vigilaban la entrada estaban regando el suelo de tierra con una manguera; lo hacen para que el viento no levante polvo y arena, e incluso tienen un verbo específico para dicha actividad (por desgracia, ya se me ha olvidado).

Entramos a la playa sin barracones, y nos bajamos del coche a inspeccionar.

-         ¿Qué te parece?
-         Bueno… - Resultaba difícil ver la arena debido a la cantidad de alfombras carcomidas, papeles, botellas, bolsas y plásticos en general. Me costaba apartar la vista de un enorme bidón oxidado - … no sé, ¿tú que opinas?
-         Está un poco sucia. ¿Vamos a otra? – si te empeñas…

Segunda playa: ni barracones, ni tanta suciedad. El agua muy clara, mucho espacio libre (las siete y cuarto de la mañana, qué te esperas). Al entrar nos cruzamos con un coche, tres libios con cara de sueño, habían pasado la noche allí.

Nos cambiamos de ropa junto al coche. El sistema está muy bien: te pones una túnica llamada horka, te quitas los pantalones, te pones el bañador, te quitas la túnica.

El mar de Trípoli es un gigantesco lago. En el tiempo que llevo aquí, no he visto ni una sola ola, da igual el viento que haga, da igual que llueva, no he visto el mar agitado ni una sola vez. A cambio, es de un agua cristalina, y de mil colores, azul oscuro y claro, verde, turquesa, blanco. Peces no se ven.

Los hombres se suele bañar con camiseta, pero no sé por qué. Le pregunté a Ahmed si es por el aura, la parte del cuerpo que no se puede mostrar (en el torso del hombre es desde casi la cintura hasta el cuello), pero me dijo que no, que a nadie le preocupa eso. De hecho, ambos nos bañamos sin camiseta, y no éramos los únicos. En cuanto a las mujeres, se bañan vestidas tal cual: se descalzan y al ataque, con vaqueros y camiseta, o con el atuendo tradicional, esas túnicas hasta los pies que también suelen llevar. Federico Barbarroja se bañó vestido en un río poco profundo y se ahogó, pero eso no parece preocuparles.

El agua estaba fría, buenísima. Pasamos una hora charlando en el agua tranquila, como en una piscina, de vez en cuando unas brazadas, un rato panza arriba, el sol cada vez más alto, ni una brizna de aire. De pronto me fijé en un grupo de chavales que estaban… ¡montando un andamio! Una vez preparado, lo metieron al agua y empezaron a subirse a él por turnos para saltar, saltar con cuidado, porque la profundidad era más o menos de un metro. En Trípoli tienes que andar casi medio kilómetro hasta dejar de hacer pie definitivamente, a no ser que te bañes en el puerto, lo cual es poco aconsejable.

No es la foto que queria subir, pero en fin

Efectivamente, estuvimos en la playa hasta las doce: agua, cigarro, agua, galletas, cigarro… después de quitarnos el bañador cubiertos por el horka, Ahmed me acercó a casa, donde me duché, descubrí que me había quemado la espalda (no me atrevo a pedirle a nadie que me dé cremita, como supongo comprenderéis, así que hago lo que puedo yo solito), y me dediqué a una de las cosas que España y Libia tienen en común: el amor por la siesta, que los libios llaman gaila.

5 comentarios:

  1. la verdad es que como fotógrafo no tienes precio!!!el o.n.i. (objeto no identificado) está muy bien encuadrado, jejejejeje

    La Parda Objetiva

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  2. Pues espera que les de a las suecas por ir...

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  3. Muy bien! Puntualidad británica.

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  4. Los Mohamed Landa de por aqui estaran encantados, no te quepa duda

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  5. Vamos... que pocos tanguitas por allí, ¿No?

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