domingo, 3 de junio de 2012

Hablando por los codos


Mis queridos acompañantes, me llena de orgullo y satisfacción deciros que empieza a notarse una progresión en mi árabe; después de mucho esfuerzo y de tirar la toalla varias veces, he completado mi primera conversación improvisada, no limitada a cómotellamasdedóndeerestegustalibia, y puedo decir, con alegría y vanidad desorbitadas, que, lingüísticamente hablando, he pasado de completa nulidad a idiocia manifiesta.

Hay varios niveles, varios pasos a dar en el complejo proceso de aprender un idioma; el primero, claro, consiste en no tener ni idea, saber una o dos palabras y punto. El segundo consiste en saber presentarse (me llamo tal, soy de cual, vivo en pascual…), y permite tomar parte en una única conversación, la de, efectivamente, las presentaciones.

El tercer paso es más bien un salto; se da cuando has acumulado, no sé, cien palabras, y no se refieren todas al mismo tema, con lo que puedes aportar algo en más conversaciones, puedes improvisar. Formalmente no supone una gran diferencia, pasas de ser un loro que sabe repetir un par de cosas, a ser el gigante de los goonies, que sabe pedir chocolate con un acento bastante pronunciado. Interiormente, sin embargo, es un cambio radical, es como quitarle las ruedas supletorias a la bici: te vas a caer muchas veces, pero básicamente has entrado al trapo, y ya sólo puedes mejorar.

La llegada de Markus, que no tiene ni idea de árabe, me puso de manifiesto que he aprendido más de lo que creía desde que vivo aquí; sin embargo, no fue hasta el otro día, cuando iba al trabajo en un taxi, que me di cuenta de la extraordinaria evolución que se ha dado en mí, sobre todo a la hora de comprender; mucha gente, cuando le preguntan si habla un idioma, contesta: no lo hablo, pero lo entiendo. A mí esto no me había pasado nunca, yo un idioma o lo hablo o no, pero aquí se está dando el caso: no hablo ni papa, pero comprendo cada día un poco más. Volviendo al hablar, lo dicho, cuando abro la boca parece que acabe de ser lobotomizado, pero la lobotomía es una mejora si la comparamos con la catatonia.

Os transcribo mi maravillosa y profunda charleta de taxi a continuación, no ya para que admiréis mi orangutanesco árabe, sino porque fue muy simpática.

Mi taxista era un hombre mayor, de unos sesenta años; de momento los mayores son mis favoritos en Libia, ya que no sólo son majos, como los demás, sino que son muy educados, nunca tratan de engañarme, no hablan idiomas y siempre están contentos de conocer a un extranjero. Ahí va mi conversación de taxi, el árabe traducido al castellano:

-         ¿De dónde eres?
-         España – A esto siguió la típica sonrisa, es increíble como a todos los libios les gusta España.
-         Ah, muy bien. ¿En España hace calor ahora? – Aquí dudé, siempre me cuesta encontrar la palabra (naam).
-         Sí – Pausa angustiada -. En España muy sol ahora.
-         Ah… - Silencio prolongado -. ¿Y te gusta Libia?
-         Sí, en Libia la gente muy buena.
-         ¿En España la gente es blanca? – Esto lo comprendí porque señaló su brazo oscuro y depués el mío más bien paliducho. Aquí comenzó el terreno resbaladizo de la conversación sin frases útiles que pudieran ayudarme.
-         Eh… sí… la gente blanca – Puse mi brazo junto al suyo, parecíamos un corte de chocolate y nata, le hizo muchísima gracia. Continué con mi explicación -. No todo, hay gente poco blanca. No negra, pero no blanca – Mi retórica es aplastante, como veis.
-         Yo soy medio libio medio sudanés – Esto lo entendí de lujo, casi lloro de alegría -. Mi mujer es como tú, blanca. Los bambini… - Pareció dudar, así que me lancé a ayudarle:
-         ¿Bambini cappuccino? – Le dio un ataque de risa que casi me asustó.
-         ¡Cappuccino! ¡No, no, yo soy cappuccino! – Se calmó un poco, aún riendo por lo bajo -. No, los niños son más blancos, como tú.

Nos volvimos a reír, y ya no hablamos más en todo el trayecto. Al llegar, me dijo que le pagara lo que creyera conveniente; es la primera vez que alguien me lo dice, aunque es costumbre común en los taxis. Hasta ahora siempre me habían cobrado diez dinares por el trayecto a la universidad, que en realidad cuesta unos seis o siete.

Obviamente, le pagué diez dinares a mi cappuccinesco amigo, le di las gracias por el viaje y me fui a trabajar, aún en la boca el agradable sabor de mi primera conversación improvisada en árabe. He llegado a la tercera base, esto ya solo puede ir a mejor, inshallah.

3 comentarios:

  1. Bueno, evidentemente has alcanzado los bordes del nirvana. Que no te ciegue la luz espléndida y sigas progresando.

    ResponderEliminar
  2. Gracias por tu sabio consejo Justo, procuraré seguir el camino recto, recordando que, si no eres nadie, no llegas a ninguna parte.

    ResponderEliminar
  3. Ves? siempre hay un poco de Italia en las conversaciones bonitas! Viva los bambini cappuccino!

    ResponderEliminar