lunes, 18 de junio de 2012

Show me the money


A los libios les encanta llevar cosas en la mano. Ir por la calle sin llevar el móvil, las llaves del coche, un papel o cualquier otra cosa, no sé, es como no ir por la calle. Mires donde mires verás hombres con cosas aferradas entre los dedos, y lo que más a gusto llevan, cómo no, es el dinero.


Los billetes libios son de guasa; el de más valor es el de veinte dinares, unos quince euros, pero es bastante más grande que el billete de quinientos euros (si es que me acuerdo bien, hace ya tiempo que no veo ninguno). Imaginad, pues, cobrar la nómina: aquí no hay domiciliación bancaria, apenas hay bancos, de hecho. El único cajero que conozco está en una furgoneta que suelo ver aparcada en la Plaza de los Mártires. Llega fin de mes, pues, y cobras, por ejemplo, mil dinares, por ponernos mildinaristas; veinticinco billetes de veinte dinares y cincuenta de diez sería un reparto común, y te verías con un fajo de billetes que puedes usar de pisapapeles. Si tienes más suerte y cobras dos mil dinares, más te vale haber traído una bolsa, y si eres ingeniero y cobras cuatro mil más comisiones, necesitarás una mochila.

Billete de cinco euros ligeramente acongojado

Además, los libios no suelen ir con veinte dinares encima, qué va. En general llevan una buena billetada, quizás una parte de sus ahorros, quizá todo lo que tienen, de modo que, al pagar el café, van pasando los billetes hasta que encuentran el de un dinar, que parece sonrojarse entre tantos hermanos mayores. He notado, además, que muchos libios llevan no solo dinares, sino euros o dólares; supongo que les han informado de que la máquina de teletransportación está a punto de comercializarse, y andan temerosos de encontrarse repentinamente en París o en Ohio, sin divisas para comprarse el noveno cappuccino del día.

Los bolsillos de Hamza un dia cualquiera

Luego está el tema de contar el dinero. Hamza me dijo un día que, cuando te dan dinero, tienes que contarlo frente al que te lo da, aunque sea tu padre. En mis primeras semanas aquí he apoquinado buenas sumas, entre alquileres, frigoríficos y cocinas, y he visto que hay un sistema para contar los billetes, un sistema oficial, como si dijéramos. Yo, en España, cuento los billetes como antaño contaba los cromos, pasándolos de una mano a otra; aquí es imposible, a no ser que tengas las manos de un orangután con hipertiroidismo, así que se cuenta de manera distinta. Sería estúpido explicarlo, deberíais verlo, pero Hamza se ha negado a permitir que le grabe para mostrároslo, y yo, aunque estoy aprendiendo, aún no lo hago con la gracia y soltura necesaria para hacer un vídeo que esté a vuestra altura.

Uno que cuenta tan mal como yo, es mi casero. El otro día fui a pagarle el alquiler, y me tuvo en la oficina media hora; lo primero, porque justo cuando llegué empezaba la llamada a la oración, así que le pillé descalzándose y pasándose a la trastienda, ¡ahora mismo vuelvo, mister! Lo de que me llame mister me incomoda un poco, me hace imaginármelo dando una rueda de prensa entre Iniesta y Casillas.

Me quedé esperando, sentado en uno de los sillones y charlando con mi vecino del primero, mientras buscaba (el vecino) un canal concreto en la tele; al final lo encontró, y resultó ser la grabación de una muchacha ligera de ropa bailando la danza del vientre. Mi vecino se quedó muy satisfecho y me sonrió con complicidad.

Voy a desviarme un momento del tema, ahora que hablo de mi muy salido vecino: una consecuencia de la absoluta falta de libertad sexual en Libia, es que los hombres son un ejército de bonobos con la edad sexual de los once años; el otro día estaba tomando un té con los amigos de Hamza, éramos doce o quince, sentados en una terraza y conversando. Tened en cuenta que son un grupo de gente entre los veinticinco y los cincuenta y cinco años, farmacéuticos, ingenieros, tenderos, médicos, albañiles, en fin, gente de toda condición. El caso es que uno de ellos sacó el móvil y se puso a jugar con él, el juego en cuestión era un puzzle, y al completarlo lo que ves es una chica japonesa medio desnuda y en sugerente pose. Bueno, pues el móvil empezó a pasar de mano en mano, y yo flipando en colores con las caras de mis acompañantes: todos riéndose, dando palmas, alguno colorado hasta la raíz del pelo, jaleando las fotos de las muchachas como quinceañeros. Era difícil participar de semejante algaraza, aunque solo fuera por el hecho de que en España ves por la calle chicas con más escote que el de algunas de las fotos, con lo que no estaba muy impresionado, y porque me imaginaba a mi padre, mis tíos y sus amigos en semejante algarabía, y me daba repeluco. Al final dejaron de pasarme el móvil, supongo que pensando que soy muy religioso, o que realmente tengo una relación sentimental con Markus.

Bueno, volviendo a lo que estábamos, finalmente mi casero volvió, se sentó a mi lado y le di el dinero del alquiler. Tardó más en contarlo que en rezar, mil trescientos dinares en billetes de cinco, y Mister Freddy contando con la gracia de una abuela pagando en el supermercado, ofreciéndole el monedero a la cajera mientras le dice “cógete tú lo que te haga falta, hermosa, que yo no me aclaro”. Al final terminó de contar, se puso muy contento y nos quedamos charlando un rato. Descubrí que es soltero, le dije que ya va teniendo edad de casarse, le hizo mucha gracia y me fui.

Bueno, os dejo, que he quedado a tomar café con un amigo. Cojo las llaves, el móvil,  novecientos dinares, y a la calle. ¡Chau!

2 comentarios:

  1. Realmente me han impresionado los bolsillos de Hamza! También me he quedado a cuadros con lo que pagas de alquiler! Y me imagino a los caballeros de la mesa cuadrada, pensando lo rancio que eres, porque no te hacen gracia las fotos de las damas en el móvil! juajuajua
    Un beso
    Katxiri

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    1. Pues sí, el alquiler es una pasada, aunque los 1300 eran de todo el piso, no solo mi parte. Los libios pagan menos, y Maria Valquiria se acaba de mudar y paga menos por un piso mejor... me hace pensar que no puso mucho interés en encontrarnos un piso más buenobonitobarato.
      En cuanto a los caballeros de la mesa cuadrada, en fin, soy un chiste de hombre, qué le voy a hacer.

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