viernes, 11 de mayo de 2012

Primer Día del Trabajo en Libia


Hasta este año, Libia era el único país del mundo (dicho sea esto a la ligera) que no celebraba el día del trabajo. No deja de ser curioso, ya que durante más de cuarenta años ha sido una república socialista. El caso es que este año se han incorporado a tan simpática tradición, lo cual me ha permitido tener una semana con dos domingos. Y, os lo aseguro, ha sido un día de lo más productivo.



Me saltaré el desayuno y la colada, que ocuparon parte de mi mañana, e iré directamente a la primera albricia del día: salí a la calle, y a los veinte minutos me ocurrió algo prodigioso, algo inaudito; crucé la calle por un paso de cebra, con un semáforo en verde para peatones, mientras los coches esperaban pacientemente su turno.

Me dirigía a una tienda bastante grande que hay cerca de mi barrio, un lugar donde se pueden encontrar multitud de productos orientados al menaje del hogar. Iba yo, pues, por los pasillos del negocio, con un cazo y media docena de cucharillas en ristre, cuando la vi; si en todos los días de mi vida creí ver algo hermoso, palidece su belleza ante semejante visión, ante sus rizados cabellos, su estilizado talle, todo en ella es perfecto y adorable. Así que, después de dudar un tiempo si tanta felicidad no sería excesiva, me decidí a comprarla:


Yo soy aquel que por quererte
ya no vive...

He tardado dos días en atreverme a usarla, y he sentido una felicidad extrema. Qué dicha ver cómo se tarda menos de seis horas en fregar el salón, sin necesidad de convertirlo en una suerte de Lagunas de Ruidera; y qué bellos los colores de mi señora fregona, teñida su piel del profundo azul océano y del luminoso y dorado trigo. En fin, estoy enamorado, espero que excuséis mi indiscreción.

Volviendo al primero de mayo, iba yo con mi fregona de vuelta a casa cuando, ya en mi calle, me encontré con Essam. Essam es marroquí, tiene una barbería frente a mi casa y, siempre que me ve, quiere invitarme a un café. Esta vez no me dejó opción de negarme, así que le acompañé a un sitio muy escondido que fue todo un hallazgo, me alegré mucho de haber ido, aunque tuviera que beberme la machiata con una fregona y su cubo.

Al bar se accede por una portezuela y unas escaleras estrechas; por fuera no dirías que es un lugar público, y resultó ser no solo eso, sino un pequeño oasis de libertad femenina. Para empezar, la camarera no lleva hidjab; de hecho, la cosa funciona como sigue: la camarera sale de su casa con ropas anchas y el pañuelo en la cabeza y, una vez llegada al trabajo, se quita todo eso, descubriendo debajo vaqueros y camiseta. Las señoras de la limpieza hacen lo mismo, al menos cuando trabajan en casas de europeos.

Pero no acabó ahí mi sorpresa. El bar en sí tiene sillones, zona de fumadores y la música no está demasiado alta, es, en definitiva, un buen sitio para ir y quedarse, en lugar de comprar el café y marcharse, que es lo normal. La mayor sorpresa fue que Essam estaba citado con dos mujeres, también magrebíes, que estaban ¡solas! y ¡fumando! Algo que no es nada común, más bien está prohibido.

La charla fue amigable, y una de ellas me ofreció cinco mil euros por casarnos y arreglarle los papeles. Le dije que me lo pensaría.

Al rato me fui a casa, y no llevaba ni cinco minutos admirando la arrebatadora belleza de mi fregona, cuando me llamó Marwan. Conocí a Marwan hace cosa de un mes, y es uno de los libios más particulares que me he echado a la cara, concretamente por dos razones: es ateo y homosexual. Ambas cosas son tabú en Libia, los de aquí aceptarán que seas budista, católico, protestante, incluso judío, pero nadie aceptará que digas Dios no existe. Así que Marwan se ve obligado a ir a la mezquita de vez en cuando, y este año hará la peregrinación a La Meca con su familia. En cuanto a lo de ser gay, bueno, la sodomía está más que penada por el Corán, y socialmente repudiada, así que tampoco puede ir anunciándolo por ahí.

Marwan me invitó a comer con él y con unos amigos, así que dejé a mi fregona sola en casa (ingrato de mí), y fui para allá. Y me llevé otra sorpresa: ¡más mujeres! ¡Mujeres jóvenes, sin pañuelo, sin padres o maridos cerca! Fue todo un shock, y más al empezar a hablar con ellas. Eran… eran mujeres, maldita sea, como las que llevo viendo toda la vida, personas normales con sus particularidades propias, no forzados maniquíes que guardan un criadero de hijos en el vientre. Se llaman Touiba y Huda, ambas con trabajos serios, y tan independientes como el país les permite ser.

Conversamos durante un par de horas mientras comíamos y tomábamos el té, luego fuimos a la playa a sentarnos un rato frente al mar, donde, aunque ambas son fumadoras, no se encendieron ni un cigarro, ya que está prácticamente prohibido que las mujeres fumen en público, como se dijo antes. Lo que sí está permitido es que una familia saque una alfombra kilométrica de la furgoneta, la extiendan sobre la arena, y me dejen a mí alucinado.

La última sorpresa surgió durante el trayecto a casa. Huda nos llevaba en coche, y primero dejamos a Touiba en su calle. Quedábamos, pues, tres personas en el coche. En un momento dado alguien llamó a los móviles de mis dos acompañantes, fue algo así como cuando hay una emergencia en el hospital de alguna serie televisiva, y todos los buscas suenan a la vez. Me pareció mal augurio, y tenía razón.

Gente armada había tomado la salida sur de la ciudad, la que lleva a la Universidad. La policía estaba también allí, y las calles estaban cortadas, con lo que no podíamos llevar a Marwan a su casa. No vi gran cosa, solo calles cortadas, gente corriendo y mucha policía. Marwan se buscó un taxi, a mí me dejaron cerca de mi casa, y Huda se fue a la suya.

Al final no pasó nada grave. He descubierto después el motivo del alboroto: el gobierno paga un dinero a los que batallaron durante la revolución, una compensación por haber dejado sus trabajos y demás para combatir a Gadafi; al parecer, hay gente que aún no ha recibido dicho estipendio, y, por otro lado, hay gente que no luchó, pero que también quiere sacar tajada. Unos y otros, cada cierto tiempo, cortan una autovía o una calle principal, y organizan una protesta más o menos pacífica. La cosa no suele llegar a mayores, y en esta ocasión tampoco.

Ya tranquilo y en mi casa llegó la noche, y con ella llegó Abdul, que sigue siendo encantador, pero tiene demasiado tiempo libre y no me deja ni a sol ni a sombra. Hace poco tuvo una entrevista de trabajo, así que busco desesperado alguna iglesia para ponerle un par de velas a la virgen de las ETTs.
Estuvimos viendo una película italiana, luego Abdul se marchó, y yo, satisfecho por el día tan intenso del que acababa de disfrutar, me fui a dormir. Por supuesto, con mi fregona.

7 comentarios:

  1. Tienes que empezar a decir a las mujeres que en tu casa también se puede fumar...y beber y...lo que haga falta!!!seguro que se convierte en un harem.

    La Parda Ibrahim

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    1. Sabias palabras como siempre, mi querida parda, pensare en ello pese al riesgo de que me lapiden socialmente en mi calle.

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  2. Mare... cuántos días sin noticias d Libia, menos mal q has vuelto!!

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    1. Amavis, cada comentario tuyo hace que me se salten las lagrimas, gracias.

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  3. Mamma mia! Como te echo de menos! Lo que me reído con lo de la fregona! Ya sabía yo, que tarde o temprano ibas a encontrarte con el submundo libio. Me alegro que hayas pasado un día tan maravilloso, aunque al caer la noche, te llevaras un pequeño susto.
    Katxiri

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  4. Recuerdos a su señora fregona. Qué sean ustedes muy felices. Deduzco que ella tampoco se cubre el cabello No?

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