viernes, 18 de mayo de 2012

En la azotea


Cuando vi el piso y descubrí que se podía subir a la azotea sin problemas, me alegré mucho. Pensé instantáneamente en sillas y mesas de plástico, desayunos al sol, cenas tomando el fresco en verano… luego empecé a vivir aquí, y he de decir que no he subido mucho a la azotea, básicamente solo para hacer un par de fotos, fumarme un cigarro y bajar. Pero claro, hay cosas que es mejor hacer en compañía, y tampoco me lucía mucho la idea de cenar yo solo con tanto aparato, y pensaba: “cuando venga Markus, ya subiremos y montaremos algo”. Bueno, Markus ha llegado, y sí, hemos subido a la azotea.



La primera vez fue la noche de su llegada, estuvimos cinco minutos y nos fuimos. Hoy hemos pasado más rato arriba; ¿una cenita? ¿Hemos tendido acaso nuestros serranos cuerpos al sol? ¿Quizá nos hemos comprado una barbacoa y queríamos estrenarla? Nada de eso, queridos acompañantes. Hemos estado disfrutando de un improvisado desfile militar.

Hoy viernes sobrevuelan la ciudad un buen número de aviones y helicópteros. Supongo que todos habéis oído alguna vez el ruido atronador que hace un avión de guerra al volar, el tipo de avión que solemos llamar Caza, aunque quizá no todos se llamen así; lo que no creo es que todos hayáis oído el ruido que hace un avión de guerra cuando pasa a veinte o treinta metros de vuestras cabezas, y digo esto porque en mi caso es así, no he ido nunca al desfile de las fuerzas armadas, así que nunca había visto un avión volando justo por encima de las casas.

El ruido que hacen, estén cerca o lejos, es imposible de pasar por alto, ya lo sabéis. Hace cosa de un mes, aviones del mismo estilo sobrevolaron el barrio varias veces, mientras yo estaba en el mercado. Cuando pasaban, todos nos sobresaltábamos, porque es un ruido repentino, como un trueno o un portazo, pero va ascendiendo y haciéndose más intenso, y parece que nunca va a parar de crecer, o que detendrá su progresión cuando lo tengas en las mismas narices. Todos, digo, nos sobresaltábamos, pero algunas personas me llamaron poderosamente la atención, no reaccionaban con un gesto de ay-qué-susto, sino con algo más: una mujer en concreto, a mi lado en un puesto de cerámicas, se llevó la mano al pecho, empalideció, abrió los ojos tanto, que parecían a punto de saltar; se convirtió en otra persona, dicho brevemente. En su cara no se veía el susto, se veía el miedo, quizás el miedo de meses escuchando a esos mismos aviones, pero preñados de bombas y de muerte, se veía el miedo del gato escaldado, escaldado por la guerra. Cuando notó que la miraba salió del hechizo, y se rió, pero el color no le volvió a la cara.

El caso es que hoy es impresionante, no paran de pasar aviones, y curiosamente pasan justo por encima de mi casa. Hemos estado casi una hora en la azotea, ya simplemente disfrutando de las vistas (no son gran cosa, pero son vistas), ya alucinando con el ejército del aire. Los aviones vuelan bajo, pero los helicópteros no, los de los helicópteros es ya cosa de risa: notamos el aire que despiden sus aspas, pasan a cosa de ocho o diez metros de los tejados, seguramente podríamos alcanzarlos de una pedrada.

Al día siguiente descubrí que, efectivamente, era un desfile de las fuerzas armadas. Un par de días antes, una turba de milicianos exigiendo su salario asaltaron la casa del primer ministro, o quizás el parlamento, mis informaciones son confusas. Varios personas murieron, entre ellas un policía de mi barrio, un chico joven; lo despidieron en un entierro multitudinario, muchos hombres llevando su cuerpo en alto y gritando, habréis visto la imagen cien veces en los telediarios, semejantes entierros son cosa común en Palestina o Irak, últimamente también en Siria, bonito mundo el nuestro. El gobierno, según parece, ha querido hacer una demostración de fuerza ante semejante desorden público. En mi caso, ha servido para que disfrutemos de nuestra primera velada en la azotea, pero espero que las próximas sean con sillas, con carne a la brasa, y con una música que no rompa la barrera del sonido. 

2 comentarios:

  1. Por encima de la terraza de Pedro-Diana-Sandra-Hubo también sobrevueltan cerquita cerquita los aviones que van a la base aérea...

    Sandra y Diana le han puesto nombre al piloto que pasa todas las tardes a la misma hora y saludan.

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    1. Jo, y yo que me sentia especial... nunca volvere a entregarle mi corazon a un helicoptero!!

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