Cuando
vi el piso y descubrí que se podía subir a la azotea sin problemas, me alegré
mucho. Pensé instantáneamente en sillas y mesas de plástico, desayunos al sol,
cenas tomando el fresco en verano… luego empecé a vivir aquí, y he de decir que
no he subido mucho a la azotea, básicamente solo para hacer un par de fotos,
fumarme un cigarro y bajar. Pero claro, hay cosas que es mejor hacer en
compañía, y tampoco me lucía mucho la idea de cenar yo solo con tanto aparato,
y pensaba: “cuando venga Markus, ya subiremos y montaremos algo”. Bueno, Markus
ha llegado, y sí, hemos subido a la azotea.
La
primera vez fue la noche de su llegada, estuvimos cinco minutos y nos fuimos.
Hoy hemos pasado más rato arriba; ¿una cenita? ¿Hemos tendido acaso nuestros
serranos cuerpos al sol? ¿Quizá nos hemos comprado una barbacoa y queríamos
estrenarla? Nada de eso, queridos acompañantes. Hemos estado disfrutando de un
improvisado desfile militar.
Hoy
viernes sobrevuelan la ciudad un buen número de aviones y helicópteros. Supongo
que todos habéis oído alguna vez el ruido atronador que hace un avión de guerra
al volar, el tipo de avión que solemos llamar Caza, aunque quizá no todos se
llamen así; lo que no creo es que todos hayáis oído el ruido que hace un avión
de guerra cuando pasa a veinte o treinta metros de vuestras cabezas, y digo
esto porque en mi caso es así, no he ido nunca al desfile de las fuerzas
armadas, así que nunca había visto un avión volando justo por encima de las
casas.
El
ruido que hacen, estén cerca o lejos, es imposible de pasar por alto, ya lo
sabéis. Hace cosa de un mes, aviones del mismo estilo sobrevolaron el barrio
varias veces, mientras yo estaba en el mercado. Cuando pasaban, todos nos
sobresaltábamos, porque es un ruido repentino, como un trueno o un portazo,
pero va ascendiendo y haciéndose más intenso, y parece que nunca va a parar de
crecer, o que detendrá su progresión cuando lo tengas en las mismas narices. Todos,
digo, nos sobresaltábamos, pero algunas personas me llamaron poderosamente la
atención, no reaccionaban con un gesto de ay-qué-susto, sino con algo más: una
mujer en concreto, a mi lado en un puesto de cerámicas, se llevó la mano al
pecho, empalideció, abrió los ojos tanto, que parecían a punto de saltar; se
convirtió en otra persona, dicho brevemente. En su cara no se veía el susto, se
veía el miedo, quizás el miedo de meses escuchando a esos mismos aviones, pero
preñados de bombas y de muerte, se veía el miedo del gato escaldado, escaldado
por la guerra. Cuando notó que la miraba salió del hechizo, y se rió, pero el
color no le volvió a la cara.
El
caso es que hoy es impresionante, no paran de pasar aviones, y curiosamente
pasan justo por encima de mi casa. Hemos estado casi una hora en la azotea, ya
simplemente disfrutando de las vistas (no son gran cosa, pero son vistas), ya
alucinando con el ejército del aire. Los aviones vuelan bajo, pero los
helicópteros no, los de los helicópteros es ya cosa de risa: notamos el aire
que despiden sus aspas, pasan a cosa de ocho o diez metros de los tejados,
seguramente podríamos alcanzarlos de una pedrada.
Al
día siguiente descubrí que, efectivamente, era un desfile de las fuerzas
armadas. Un par de días antes, una turba de milicianos exigiendo su salario
asaltaron la casa del primer ministro, o quizás el parlamento, mis
informaciones son confusas. Varios personas murieron, entre ellas un policía de
mi barrio, un chico joven; lo despidieron en un entierro multitudinario, muchos
hombres llevando su cuerpo en alto y gritando, habréis visto la imagen cien
veces en los telediarios, semejantes entierros son cosa común en Palestina o
Irak, últimamente también en Siria, bonito mundo el nuestro. El gobierno, según
parece, ha querido hacer una demostración de fuerza ante semejante desorden
público. En mi caso, ha servido para que disfrutemos de nuestra primera velada
en la azotea, pero espero que las próximas sean con sillas, con carne a la
brasa, y con una música que no rompa la barrera del sonido.
Por encima de la terraza de Pedro-Diana-Sandra-Hubo también sobrevueltan cerquita cerquita los aviones que van a la base aérea...
ResponderEliminarSandra y Diana le han puesto nombre al piloto que pasa todas las tardes a la misma hora y saludan.
Jo, y yo que me sentia especial... nunca volvere a entregarle mi corazon a un helicoptero!!
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