jueves, 10 de enero de 2013

Feliz Libiadad


Lo admito, soy de esos que suelen decir que la Navidad no les gusta; sin embargo, lo digo con la boca pequeña, ya que, al final, la disfruto un montón. El caso es que en esas fechas me suele acometer una extraña tristeza, por no hablar de lo negro que me pone la sobredosis de villancicos y publicidad; pero luego llegan las cenas familiares, los encuentros con amigos, las felicitaciones de gente con la que no has hablado en todo el año… para cuando llega el día de reyes, que es mi momento favorito de la navidad, vuelvo a sorprenderme con que me lo he pasado muy bien, y con que me da pena que se acabe.

¿Cómo se vive la Navidad en Libia? Alejado de la familia y los amigos, en un ambiente que no celebra, que no conoce estas fechas… da igual que te guste la navidad o no, en momentos así, la echas de menos.


Paradójicamente, la Nochebuena vino acompañada de una gran celebración por parte de los libios. No se alegraban por el nacimiento del niño Jesús, sino por la independencia de su país, hecha oficial el 24 de diciembre de 1951, cuando Italia dijo definitivamente ciao.

Yo dediqué la mañana del día festivo a hacer limpieza, a estudiar y a preparar la mudanza. Ya por la tarde tenía una cita con todos mis compañeros de trabajo a excepción de Helga, de vacaciones en Europa (perra). Maria Valquiria nos había invitado a cenar en un restaurante pijo llamado Chateau, así que me puse mis mejores galas y salí a la calle.

¡El cielo de Trípoli estaba plagado de ovnis! O eso me pareció al principio, porque en realidad se trataba de docenas de farolillos voladores, esos que, mediante una vela en su interior, calientan el aire y flotan, haciendo un efecto muy bonito. Oí después que se habían vendido más de cien mil, y no me parece un número exagerado, estaban por todas partes.

Cada dos pasos me topaba con un grupo de hombres que, extasiados, miraban al cielo. Me detuve junto a uno de ellos, y solté mi frase estrella de la noche: afdal min rpg, sah? O lo que es lo mismo: mejor que los lanzacohetes, ¿verdad? Me refería a una de las armas que suelen amenizar nuestras monótonas noches libias y que, disparadas al aire, dejan una estela roja en el cielo, también bonita, pero bastante más macabra.

El caso es que mi ocurrencia fue recibida con mucha apreciación, así que la repetí en cada corrillo hasta llegar a casa de Silke. La vieja técnica de José Mota: si una coletilla triunfa, repítela hasta que dé angustia.

Una vez todos en el coche de Maria Valquiria, nos fuimos hacia el restaurante, el cual se halla en la calle Qarqaresh, la avenida más chic de Trípoli.

Dejadme que os explique cómo es Qarqaresh: la mayoría de mis acompañantes nacisteis en la primera mitad de los ochenta o antes, y la mayoría os criasteis en un pueblo; bien, no me cabe la menor duda de que todos o casi todos, con mayor o menor edad, habéis recorrido una tarde de domingo la Calle Mayor, el Paseo, la Peatonal, lo que sea la calle central de vuestro lugar de origen. Ya sabéis, de la plaza al final de la calle, del final de la calle a la plaza, con la familia o los amigos, saludando, viendo y siendo vistos, o a lo vuestro, pero haciéndolo igualmente porque era lo que se hacía.

Eso es Qarqaresh, solo que el paseo, cómo no, se hace en coche: de la gran Rotonda del Mar a la Ciudad Turista, y de la Ciudad Turista a la gran Rotonda del Mar. En las aceras tiendas de muebles, lámparas o ropa, restaurantes, cafeterías, baretos; en la calzada coches, motos y más coches, todo el mundo bien vestido y perfumado, acelerones, saludos y piropos. La primera vez que vi a un conocido en otro coche, supe que era un tripolitano más.

El caso es que, tras un periplo inacabable por la atestada Avenida, llegamos al restaurante. Cenamos de lujo, nos reímos mucho y estuvimos a punto de enloquecer debido a la música ambiental: un disco de Kenny G (sí, el clarinetista de pelo largo que la petó en los noventa) cuyas SEIS canciones (las conté) sonaban una y otra vez. Aparte de eso, muy agradable.

El día de Navidad, en lugar de desayunar con mi madre y mis hermanos como cada año, me fui a trabajar. Oh, aciago destino.


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