Hay algo de Hamza
que no sabéis, y es que tiene dos hermanos; uno de ellos, el mayor, vive fuera
de Libia, pero el otro, el pequeño, vive en Trípoli.
Su nombre es
Haider, creo que tiene veinticinco años, y está a punto de licenciarse. No muy
alto, se gasta unos ojos de escándalo, esos ojos árabes negros como el carbón,
torneados por pestañas que parecen llevar rímel.
Físicamente se da
un aire a Hamza, pero mentalmente vive en otro planeta, es mucho más abierto,
mucho más progresista, y a la vez mucho más religioso; es el estilo de musulmán
que no va mucho a la mezquita, pero a cambio se estudia el Corán en casa, lo
memoriza, lo complementa con los textos semisagrados que escribieron los amigos
de Mahoma y, achtung achtung, saca sus propias conclusiones.
Dudo que olvide
alguna vez la primera impresión que tuve de él. Bajé a la calle para
encontrarme con Hamza, y me anunció que íbamos a dar un paseo con su hermano
pequeño, lo cual me pareció muy bien. Nos acercamos al aparcamiento que hay
cerca de casa, y ¿qué veo a unos cincuenta metros de mí? Un Volkswagen Mini
antediluviano, estilo seiscientos, de cuyo maletero un chico joven saca un
paracaídas. That one your brother? Yes, how you know?
A Haider le encanta
el parapente, ya sabéis, algo así como el vuelo sin motor, pero con un paracaídas de
estos que no son redondos, sino rectangulares. Como veis, soy experto en la
materia. El caso es que pasamos el paracaídas del mini al coche de Hamza, y nos
dirigimos alegremente al puerto para ver cómo Haider entrenaba.
Fue curioso, pero
no voy a aburriros con más detalles. Sólo comentar que, cuando ya Hamza y yo
nos íbamos, dejando a Haider practicar solo, dos policías pararon el coche y se
acercaron al planeador aficionado con la intención de preguntarle, muy serios,
si acababa de saltar de un avión. Hamza, que trata a los policías como si
fueran perros callejeros (algo muy normal en la Libia sin ley que nos gastamos,
por otro lado), les gritó desde el coche que se dejaran de preguntas estúpidas
y empezaran a detener criminales, para acto seguido arrancar con un memorable
derrape que me dejó medio empotrado en el asiento.
Y así fue como conocí a otro de mis
amiguetes libios.
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