domingo, 30 de junio de 2013

Papá Estado



Libia ha sido durante los cuarenta y dos años de Gadafi un Estado de inspiración socialista, basado en lo que se llamó Socialismo de la Tercer Vía. El ideario de tan ínclita corriente política se detalla en el Libro Verde, algo así como la Biblia del régimen.

No pienso ponerme a explicar en qué consistía exactamente dicha filosofía, sino comentar una parte de ella que sigue vigente: La subvención estatal. 

En Libia, buena parte de los artículos de primera necesidad están subvencionados por el Estado. Esto lleva siendo así desde hace décadas, y los sucesivos gobiernos de la Libia libre (el provisional y el de ahora, que a veces también lo parece) lo mantienen a rajatabla, conscientes de que un súbito encarecimiento de productos como la gasolina, el pan o el agua corriente, supondría con total seguridad un motín generalizado entre el pueblo.

¿Qué productos se subvencionan? ¿A qué nivel?

Lo más llamativo es, sin duda, la gasolina. El litro cuesta unos céntimos, y llenar el depósito se queda entre los tres y los ocho euros, dependiendo del coche en cuestión.

El pan es otro producto a precios de risa. Es normal ver gente con bolsas llenas de barras de pan, dado que cuatro o cinco de ellas cuestan unos doce céntimos de euro.


Veinte céntimos de pan

La luz y el agua también están subvencionadas; no sé exactamente lo que cuestan, ya que desde la revolución han sido directamente gratis, y ahora que los recibos han vuelto, me temo que mis caseros (el anterior y el actual) se dedican a timarme alegremente. O eso, o yo pago más por ser extranjero y, como tal, indigno de subvenciones.

Este sistema, sin embargo, tiene los días contados. Libia, como todo país razonable y democrático, se dirige con decisión al entrañable mundo capitalista, en el que semejantes injerencias estatales son sencillamente inaceptables. Por otro lado, la inversión que supone semejante política de ayudas es ingente, y no acaba de dar los resultados deseados.

La gasolina, por ejemplo. El hecho de que sea tan barata lleva, principalmente, a que los libios cojan el coche para todo, negándose a caminar más de tres minutos seguidos. Uno de los hobbys favoritos en Trípoli es subirse al coche y dar vueltas por la ciudad, sin sentido ni rumbo definido; esto resultaría más bien extraño en la Europa actual, no ya solo porque nos parecería un rollo hacerlo, sino porque sería como tirar el dinero por la ventana. Aquí, sin embargo, la inversión es mínima, así que el coche se utiliza hasta para ir al baño, y como resultado las calles de Trípoli son un atasco eterno, inmutable y todopoderoso.

Si a esto le añadimos que en toda Libia solo hay una refinería, y que por ende la mayor parte de la gasolina que se consume es importada (todo un dato, siendo este país uno de los grandes exportadores de petróleo), podemos concluir que los beneficios del oro negro se quedan en un castizo (y optimista) lo comido por lo servido.

El pan. Los libios comen toneladas de pan, aún más que los españoles, así que les viene muy bien que este sea tan barato. Sin embargo, al ser prácticamente gratis, se impone el más vale que sobre, y, naturalmente, sobra muchísimo. Yo, que como ya sabéis soy tonto, congelo el pan que no me voy a comer en el día, pero semejante iniciativa, propia de pobretones, no se le ocurre a ningún libio (congelar el pan, menuda idea).

A cambio, en Trípoli tenemos un floreciente mercado negro de pan: por toda la ciudad se ven bolsas llenan de pan duro, principalmente cuscurros. Esa es la versión higiénica del asunto, ya que a menudo la gente abandona el pan sin bolsa ni nada, en simpáticos montones que jalonan nuestras calles.

Los comerciantes de tan precioso producto recogen lo que la gente va dejando, y luego lo revenden. Antes, yo me preguntaba quién llegaba a ser tan pobre como para no poder permitirse algo que es prácticamente gratuito; Hamza me explicó hace poco, sin embargo, que el pan de la reventa no es para consumo humano, sino ovejuno.


Panadería callejera, pan fresco del mes pasado


El agua: soy el primero que considera el agua como un bien fundamental y un derecho inalienable de todos los animales incluyendo al ser humano, pero también creo que, al menos en la ciudad, el agua no debe ser gratis (excepción hecha de aquellos que no tengan con qué pagarla).

En Trípoli, al igual que en muchas partes de España, el agua se malgasta alegremente. No necesito ni daros ejemplos, ya que todos presenciáis diariamente un proceso idéntico en bares, colegios y casas. Aquí se hace lo mismo, pero claro, vivimos prácticamente en el desierto, y uno pensaría que la población trata el agua con cuidado y respeto, dado que no es un bien excesivamente abundante. Error.

Con la luz pasa algo parecido: la iluminación en las calles funciona (cuando funciona) día y noche, y en las casas ocurre algo parecido, ya que los libios dejan las persianas permanentemente bajadas, tanto en verano como en invierno. Para mí, que tengo como uno de mis primeros recuerdos a mi madre gritando ¡¿qué hacen toas las luces luciendo?!, esta situación es altamente traumática.

Aparte están los electrodomésticos, especialmente los aparatos de aire acondicionado, que se pasan encendidos los seis meses de calor. En conjunto, el resultado de tamaño despilfarro son repentinos cortes de luz, que se dan en toda la ciudad de manera indiscriminada. Hace dos semanas, sin ir más lejos, estuve dando clase prácticamente a oscuras en la universidad.

El Gobierno planea llevar a efecto una iniciativa de lo más simpático: emitir constantemente un gráfico del consumo energético de la ciudad. Se vería en una esquinita del televisor, dentro de la emisión de cada canal libio. Así, cuando un ciudadano vea que el gráfico se pone rojo, puede optar por desconectar el aire acondicionado, el ordenador o lo que sea, relajando así la red y evitando el apagón.

Lo que nos espera a largo plazo es, sin embargo, una simple subida de los precios. El fin de la subvención a la gasolina está planteado para 2016, mientras que el pan, la luz, el agua y el resto de productos con ayudas aún no han entrado en debate abierto.

Está por ver cómo lo hacen; si esperarán a que el tejido económico mejore, a que haya menos parados y un poco más de pequeña y mediana empresa, o si empezarán la casa por el tejado, como es habitual en asuntos impositivos. Ya lo estoy viendo: el pueblo libio comprende que en estos tiempos difíciles tenemos que trabajar todos juntos, arrimar el hombro, apretarnos el cinturón, aceptar que hemos subvencionado por encima de nuestras posibilidades.

Veremos.


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