domingo, 16 de junio de 2013

Celebrando la Revolución I - Miedo


Hay un acontecimiento sobre el que me ha costado mucho ponerme a escribir: el segundo aniversario de la Revolución del 17 de Frebrero (الثورة 17 فبراير , at-taura sabatash febráir). No quise hacerlo en su momento, para empezar, porque vivirlo en primera persona ya fue lo bastante intenso y exigente como para, encima, ponerme a escribir sobre él. Aparte de eso, las impresiones generales no invitaban totalmente a la tranquilidad, así que preferí no mandar bad vibes a España.

Ahora, aunque quizá ya no venga a cuento, me apetece contaros cómo fue; sin embargo, antes de hablar del 17 de febrero quiero referirme al 15 de febrero.

Hay bastantes grupos sociales y políticos que no están muy satisfechos con la marcha de la revolución; no puedo ser más preciso, más que nada porque en muchos casos no está muy claro quiénes son o cómo se llaman. Os hago un esquema de lo que yo he alcanzado a identificar:

1. Independentistas, radicados básicamente en Benghazi, al este del país. Piden la segregación de su región (la Cirenaica), o al menos la evolución de Libia hacia una república federal como punto de partida. Es difícil que el resto de Libia les permita independizarse alegremente, no ya por el sentimiento patriótico, sino porque la mayoría de combustibles fósiles del país se concentran ahí, en la Cirenaica.

2. Federalistas, también en Benghazi. Se declaran patriotas libios y por tanto no piden la independencia, sino el sistema federal, la descentralización; que no todas las instituciones estén en Trípoli, que la capital comparta el mango de la sartén política.

3. Extremistas religiosos. Sus reivindicaciones son claras: sharía, sharía y más sharía (es simplificar un poco el asunto, pero básicamente es eso lo que piden). Obviamente, detrás de ese loable objetivo se esconde el simple ansia de poder, pero ese es un jardín en el que prefiero no meterme.

4. El grupo mixto, que bautizo así porque no me veo capaz de pormenorizarlo. Gente sencillamente disconforme con la línea que lleva el país, asociaciones, particulares, de todo un poco y cada cual con sus motivos.

¿A qué viene esta simplista y poco rigurosa relación de gente descontenta? Voy a ello.

Un par de semanas antes del 17 de febrero, el partido Bloque Federalista de la Cirenaica llamó a la sociedad civil a seguirles en lo que llamaron Segunda Revolución, una protesta masiva convocada para el 15 de febrero. Se animaba al pueblo a tomar las riendas de la revolución libia y reconducirla por el buen camino.

La elección de la fecha no era casual: si bien la revolución libia contra el régimen de Gadafi comenzó a nivel nacional el 17 de febrero de 2011, ya el 15 había estallado  a nivel local en la región de Benghazi. La protesta, al parecer, había nacido para denunciar la elevada tasa de paro juvenil, pero la mecha que prendió la bomba posterior fue la detención del abogado y activista de los Derechos Humanos Fathi Terbil, famoso por representar a las familias de los asesinados en la prisión de Abu Selim en 1996.

Volviendo a lo del buen camino al que la Segunda Revolución habría de llevarnos, ¿de qué camino se trataba? Imposible decirlo, entre otras cosas porque grupos de todos los colores se subieron al carro: religiosos, jóvenes, mujeres, artistas, médicos… mientras que otros religiosos, jóvenes, mujeres, artistas y médicos se declaraban contrarios a la idea, y apoyaban incondicionalmente (¿?) al Gobierno, el cual, por su parte, más que tomar partido se dedicó a negar que dicha Segunda Revolución fuera a tener lugar.

Nunca llegó a quedar claro si el llamamiento era totalmente pacífico, o si insinuaba el uso de la violencia; se hacían comentarios, interminables rumores circulaban por internet, pero nadie tenía claro lo que iba a pasar, y el 15 de febrero se convirtió en un monstruo informe de inciertas dimensiones, similar a una nave extraterrestre que abre sus puertas sin que nadie sepa lo que va a salir de ella.

Las semanas que siguieron al llamamiento fueron el período de mayor agitación social que he vivido aquí. Llegué a oír hablar de guerra civil (los medios internacionales la auguran día sí, día también, pero hablar de eso en las calles de Trípoli fue toda una novedad), y la gente empezó a comportarse como pollos sin cabeza:

Durante dos días fue imposible echar gasolina, porque cundió el rumor de que iba a escasear, y todo quisqui se dio a repostar como si no hubiera un mañana. Una tarde vi cómo dos hombres casi llegaban a las manos, peleándose por colocarse quién se pondría el primero en la cola del surtidor... justo entonces llegó el camión cisterna; no había gasolina por la que pelear.

Una semana después de lo de la gasolina, alguien dijo en facebook que se cortaban los suministros alimentarios, así que las tiendas y mercados se vaciaron de golpe, todo el mundo comprando víveres ante la inminente hambruna (¿os acordáis de la crisis del papel higiénico en verano de 2008?). Yo le decía a mis alumnos que me había comprado 20 kilos de tabuna para pasar el mes, y se tronchaban.

Vivimos también una fase en la que se aseguraba con toda certeza que los islamistas estaban a punto de tomar el poder. Nadie sabía cómo ni por qué, pero por si acaso mucha gente decidió no saltarse ni un rezo, y las mezquitas de mi barrio estaban hasta arriba.

Lo cierto es que la incertidumbre se palpaba, había menos gente por la calle, más corrillos con caras serias; no pasaba nada, pero se intuía que algo iba a pasar. Yo temía a la profecía autocumplida, según la cual, a base de repetir que algo va a ocurrir, puedes lograr que ocurra (me voy a poner malo, me voy a poner malo… te pones malo). Ya os digo que uno de los motivos por los que no he escrito antes sobre esos días es que no quería asustar a mis augustos padre y madre.

Por otro lado, si los libios estaban paranoicos perdidos, los forasteros tampoco se quedaban atrás.

Un día, varias embajadas anunciaron que cerraban sus sedes en Benghazi, e instaban a sus ciudadanos a abandonar la ciudad y, a poder ser, el país. Anunciaban una hecatombe, no he llegado a tener claro cuál, y aseguraban estar en posesión de fiables informaciones. No recuerdo bien qué embajadas fueron, sé que la de Alemania y la de Inglaterra estaban entre las punteras.

Yo comprendo, respeto y apoyo que las embajadas sean prudentes; sin embargo, es cierto que muchas de ellas reaccionan de manera desmesurada al mínimo conflicto, o reaccionan a toro pasado. En este caso, las embajadas temían no sabemos qué, y decidieron quitarse de en medio, con lo cual, en realidad, estaban ayudando a los hipotéticos alborotadores, tanto al contribuir al ambiente general de inquietud, como al limpiar de incómodos mirones occidentales el panorama. Para mí, fue una decisión precipitada y errónea.

Por cierto, la embajada española pidió extremar la prudencia, pero no se puso a dar gritos de alarma, lo cual me pareció muy bien.

El caso es que llegamos al 14 de febrero, el momento de máxima expectación, de mayor tensión, de más intriga, el qué pasará mañana… y la primera noticia del día fue que el Bloque Federalista de la Cirenaica, los mismos que habían llamado a la protesta, pedían a sus simpatizantes en particular, y a los ciudadanos de buena voluntad en general, que no salieran a la calle, que ellos eran los primeros que se echaban atrás, que paséis de movidas, troncos.

nocommentnocommentnocommentnocommentnocommentnocommentnocommentnocommentnocommentnocomment.

Tardé un par de minutos en reaccionar, en mi frente la enorme gota de sudor clásica del manga. ¿Tanto pitote para esto? ¿Dos semanas preparando el revolucionarios, os recibimos con alegría, y luego nanay?

Bromas aparte, fue un alivio, porque aunque dudo que hubiera pasado algo serio, esta retirada contribuía a evitar que sí pasara.

Y efectivamente, el 15 de febrero, que cayó en viernes, transcurrió con total normalidad; alguna manifestación, bastante gente en casa por si acaso, pero en general alegría y buen ambiente. 

Y ese es el recuerdo que tengo del aniversario de la revolución: alegría.

En breve el segundo chapter.


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