jueves, 27 de junio de 2013

Haciendo el bereber IV



Eran las seis de la mañana, los mosquitos se estaban poniendo morados con mi inocente sangre, en la habitación hacía un calor infernal… empapado en sudor, me levanté, vi a Hakím durmiendo en el otro extremo de la alfombra, y salí a la calle.

Había amanecido ya. Fuera, el ambiente era fresco y soplaba un poco el aire. Mi único acompañante en el exterior era el dromedario, que seguía viendo pasar las horas en la misma posición del día anterior.


Me di un pequeño paseo por la ciudad vieja y, a mi vuelta, había ya algo de movimiento. Varias personas me saludaron y me preguntaron si había dormido bien.

Después de ducharme vi que Hakím ya se había despertado, y leía el Corán. Al parecer, le gusta dedicar a eso una parte de cada viernes (día sagrado). Interrumpió su lectura para contarme de qué habían estado hablando la noche anterior. Poco después, llegó el momento del desayuno.

Yo soy un amante apasionado de los desayunos, son sin duda mi comida favorita del día. En Alemania, además, descubrí el placer de los desayunos salados, y me sacudí la dictadura de galletas y madalenas a la que siempre me había autosometido.

Sin embargo, el desayuno salado de ese día superaba mis más atrevidas imaginaciones. Observé con estupor cómo Mustafa, el cuñado de Mister Ibrahim, se preparaba un bocadillo de huevo cocido, atún en lata, queso de untar y un buen pegote de harisa, la salsa picante que más se estila aquí. Sin embargo, había ido demasiado rápido en mis conclusiones, ya que Mustafa no pensaba comerse semejante manjar; lo estaba preparando para mí.

Le di las gracias, miré de reojo el reloj (las ocho de la mañana), y le pedí perdón a mi estómago por someterlo a semejante shock.

La orgía de sabores no se detuvo ahí, ya que me cebaron a aceitunas, pimiento crudo (del normal y del picante), una salsa dulce cuyo nombre he olvidado, la insípida pasta sumita… en realidad, el desayuno no se diferenció demasiado de, por ejemplo, una cena. Agradecí la llegada de un niño de seis años que nos traía una tetera.

Ya alimentados, nos dispusimos a iniciar nuestra excursión del día. Pensábamos visitar el oasis de Aain Zarga, el ojo azul. Es un manantial que forma un pequeño lago, de un azul profundo, y que se encuentra en mitad de un valle o wadi, como se llaman aquí. La traducción literal de wadi sería algo así como río eventual, es decir, un cauce seco que solo lleva agua cuando la recibe de grandes precipitaciones o deshielos. Imagino que la palabra significó antaño simplemente río, ya que de wadi vienen nombres como Guadalquivir, el Río Grande.

Nuestro guía para la excursión sería Mustafa, y nos acompañarían cuatro muchachos de edades comprendidas entre los seis y los diez años.

Como no podía ser de otro modo, a Lorenzo lo sentaron detrás con todos los críos. Al principio se mostraban recelosos y respetuosos, apelotonándose en un extremo del asiento para no agobiarme; cinco minutos después ya estaban clavándome el codo en el ojo y sentándose en mis rodillas, preguntándome si conocía personalmente a Cristiano Ronaldo.

Os aviso ya de que las fotos no le hacen justicia al Ojo Azul. Aparcamos en lo alto del valle, al que yo más bien llamaría cañón. Después nos dimos a la agradable tarea de descender hasta el seco lecho del río.

Hakím rodeado de la chavalería.

La naturaleza es, hasta en los sitios más pequeños, algo alucinante. Aparcamos en un secarral sin nada de vegetación, y según íbamos descendiendo, aparecían poco a poco arbustos y pequeñas palmeras, tan pequeñas que los niños podían ir recogiendo los dátiles mientras caminábamos. Al final de la cuesta era ya un pequeño vergel lo que se divisaba, árboles grandes y sanos, crecidos en mitad de la nada, sin agua a la vista. Y es que el agua, como sabéis, está bajo tierra. El agua es un poco lo opuesto al hombre: vaya donde vaya, se las apaña para propiciar la vida, muchas veces sin motivo aparente y de manera inverosímil.


Aquí se aprecia el valle y el agua que, escondida, lo reverdece.

El cañón por el que caminábamos, y sí, mis fotos dan pena.

Mentiría si dijera que, una vez en el manantial, me vi invadido por la sobrecogedora impresión de la belleza. Y no fue ya porque, en esas fechas, el azul del agua se ha tornado verde, debido a la acumulación de materia orgánica que ha tenido lugar durante la primavera y el verano. No, si no me sentí abrumado por la hermosura del lugar, fue básicamente porque al llegar me encontré con esto:

 
Bello, evocador, misterioso... y hasta las trancas de porquería.

Supongo que el sitio es precioso, pero había tal cantidad de basura (mucha más de lo que se aprecia en la foto), que no resultaba sencillo darse cuenta. En cuestión de civismo y de cuidar el patrimonio común, ya sea un parque natural o la calle en que vivimos, Libia es tan sucia como España, con la diferencia capital de que aquí no hay tanto servicio de limpieza. Así, el Ojo Azul se va comiendo las docenas de picnics que los locales llevan a cabo (digo los locales, porque forasteros vienen pocos). Una maravilla perdida en el desierto acaba pareciendo la plaza de la Tuca tras el botellón.

Había mucha gente disfrutando de la mañana del viernes en tan hermoso y profanado enclave. Me enfadé un poco porque unos chavales, jugando con el eco, se gritaban entre ellos ¡Dios es más grande!, y se tronchaban de la risa. Dado que por aquí el respeto por la religión (por la musulmana) es norma obligada, que todo el mundo me cansa la cabeza con que me convierta y/o con que voy a ir al infierno, y que no puedo hablar con libertad de mi punto de vista sobre el tema, me he vuelto más papista que el papa, y censuro cual barbado Rouco a los que toman el nombre de Dios en vano. Lo comenté con Hakím y con Mustafa, nuestro guía:


-         ¿No os parece feo que esos muchachos hagan el tonto con el nombre de Dios?
-         ¿Por qué lo dices?
-         Bueno, mirad cómo compiten por ver quién es más borrico gritando que Alá es más grande, y cómo se ríen con el eco.
-         No, no creo que sea eso. Diría más bien que, impresionados por la belleza del lugar, alaban al Señor.

muérdetelalengua muérdetelalengua muérdetelalengua muérdetelalengua

Pasamos una media hora por allí, jugamos con los críos, lamentamos la falta de cuidado que pone la gente allá donde va, y comenzamos el ascenso hacia el coche, el pueblo de Termisen nuestra próxima parada.

 Termisen es uno de los pueblos más elevados de la zona, y las vistas que desde su ciudad vieja se disfrutan son dignas de verse. Además, las antiguas callejuelas son preciosas, y están razonablemente bien conservadas.

Sin embargo, dado que llegamos a la hora del rezo principal del viernes, mis compañeros de viaje me condenaron a una hora de ostracismo, por más que les pedí me llevaran a la mezquita. Así, me metieron en un salón cercano a esta, y allí me senté a esperar.

Por el salón pasaba relativamente mucha gente, y al principio temí que se mostraran recelosos o desconfiados al ver a un europeo allí metido, y encima solo. Yo, por si acaso, sonreía y saludaba con educación y simpatía. Obviamente, mis temores resultaron más que infundados, ya que los desconocidos me fueron trayendo sucesivamente agua, té, sumita, y unas pastas muy típicas de aquí que te dejan una sensación en la boca... cómo explicarlo... es como si, tras varias horas de estar vendimiando lo tinto a finales de agosto bajo un sol de justicia, te comieras un polvorón.


Las rosquillas de moda, en bereber jal jal.

   
Sumita, te deja igualmente atajcao y la cuchara sobra, se come con la mano.

Tan pronto como me vi incapaz de seguir engullendo arena mojá, dediqué mi tiempo a lo que lo dedican los libios de pro cuando no tienen nada mejor que hacer: dormirme sin más ni más.

Llevaría media hora de modorrera cuando mis compañeros de fatigas salieron de misa. Rápidamente nos dirigimos a Termisen, como os digo, un pueblo con las vistas más impresionantes de la zona. Se encuentra sobre un cerro tan escarpado, que nadie pudo ocuparlo durante la guerra, a los naturales del lugar les bastaba con apuntar bien desde arriba y racionar la comida. No deja de ser llamativa, dentro del mundo de guerras de drones en el que vivimos, una historia bélica tan medieval.

En fin, en Termisen no pasó nada digno de mención, salvo que Mustafa se pasó el rato mojando dátiles en bsisa, una deliciosa salsa dulce, para metérmelos acto seguido en la boca. No sé si considerar la experiencia como sexo libio, hasta el momento era lo más parecido que había vivido por estos lares.

Por lo demás poco, así que os cuelgo un par de fotos y a correr.


Hakím y la zona restaurada del pueblo.

No, pese a los disfraces, no parecen muy felices.

Esto es llanura, lo que tenemos en La Mancha es un vergel!

Otra vista.

El pueblo sin restaurar, la cuesta abajo.

"¡Oh, Ahmed, admira tan agreste paisaje!"

"Así lo hago, Hassan, pero dime: ¿cómo ha llegado ese hasta ahí?"

Tras dar un largo paseo, volvimos a Jenaun, donde estuvimos comiendo con un señor anciano y ciego, una de estas personas que, nada más conocerlas, te parecen salidas de una novela. Por desgracia, no me enteré de nada de lo que me decía, pero habló mucho rato conmigo, y me dijo que nunca había estado con un español.

Con una foto de este último amigo que hice en las montañas de Nafusa me despido de vosotros, y os deseo la paz en lengua bereber: ¡aasul fil láun!



6 comentarios:

  1. Una duda ¿al final te mordiste la lengua? ;)

    Lo de asistir a los rezos en la mezquita me imagino que lo has intentado por activa y por pasiva ¿no? Si quieren convertirte, igual debían dejar que te sumergieses en su cultura para poder decidir, #creoyo

    Crucemos los dedos a ver si esta vez la sumita esa que te comiste es la cookie que no me deja comentar...

    Mucak!

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    1. ¡Albricias! ¡Por fin lo has conseguido!

      Al final me mordí la lengua, me tragué mis palabras y puse los pies en polvorosa (espero no haber sobrecargado tu visualizador de frases hechas).

      Y lo de la mezquita es raro, raro, sobre todo porque, en realidad, a nadie le parece mal que un no-musulmán entre a ella; o es pura tradición, o los pocos a los que no les da igual son de los que meten miedo, no lo sé...

      ¡Bienvenida!

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  2. ¡Muy buena esta cuarta entrega de "Haciendo el bereber"!
    Como es mi primer comentario en tu blog aprovecho para decirte que me parece estupendo. Es el único blog al que me he enganchado al 100%. Lo descubrí hace unas semanas y me he leído todos los posts en orden cronólogico.
    Es muy interesante conocer la vida cotidiana de los libios desde el punto de vista de alguien que convive con ellos. Y además con muy buen humor, que para mi siempre es signo de inteligencia.
    Un afectuoso saludo desde Mallorca

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    1. Hola Mateu, bienvenido! Me alegro de que te guste el blog, y también de que escribas en él, siéntete libre de hacerlo siempre que quieras.

      Procuraré poner cosas nuevas pronto, visto que te has quedado sin material, un saludo!

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  3. Lo de la conexión Libia - Salamanca por medio de la Tuca es espectacular, vamos ni Juan Ramón Jiménez! Tu blog, me encanta, no me falta ni un post, así que "actualizando" Lorenzux

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    1. Me alegro de que te guste, anonima vision! En cuanto me reponga de la impresion ramadanera lo actualizo, que lo de no poder fumar en publico me tiene de lo mas desconcentrado. Tschüs!

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