viernes, 12 de abril de 2013

Hasta San Antón, Pascuas son



Estaríamos a diez de enero cuando volvía yo del trabajo a casa. Me llamó la atención un hombre que colocaba multitud de arbolitos frente a su tienda y, al acercarme más, descubrí que no eran unos árboles cualquiera: ¡eran árboles de navidad!

Como en Libia puedes hablar con quien quieras y cuando quieras (siempre y cuando no se trate de una mujer), me dirigí a él sin más:

-         ¡AsSalam aalekum!
-         Wa aalekum assalam.
-         ¿Qué haces? ¡La navidad ya ha pasado!
-         Ya lo sé, ¿por?
-         Bueno, esto son árboles de navidad.
-         ¿Esto? No
-         ¿Cómo que no?
-         Esto son árboles para el maulid.
-         ¿En maulid se ponen árboles en las casas?
-         Sí.

Efectivamente, dear acompañantes, lo de poner un abeto en el salón para llenarlo de luces y estrellitas no es una tradición centroeuropea, qué va. Eso son tonterías que nos inventamos en el mundo occidental. Los árboles de navidad son en realidad árboles de maulid.


Maulid es como se llama por aquí al cumpleaños del profeta Mahoma. Aunque en realidad no sé si llamarlo así, cumpleaños, ya que, debido al calendario lunar, cada año cae en un día distinto, de modo que a veces se conmemora el 25 de enero, otras el 12 de septiembre, otras… algo así como el viernes santo, que a veces es en marzo, a veces en abril.

El maulid, a decir de algunos, debería celebrarse en la intimidad, con la familia. De hecho, muchos musulmanes consideran que su misma celebración es algo así como un sacrilegio, ya que Mahoma no era más que un hombre, si bien un gran hombre, y santificar el día de su nacimiento se acercaría a la idolatría.

Sin embargo, en Libia es tradicional celebrarlo con bastante intensidad. Lo que la mayoría de la gente suele hacer es cocinar aasida, un plato dulce parecido al bazeen, parecido porque también se mastica con los dedos. La aasida es una de las cosas más dulces que he probado en mi vida, y encima se come acompañada de miel o rob, sirope de dátil. La probé hace un par de meses en casa de un amigo que acababa de ser tío (también se prepara cuando nace un bebé), y ha sido el primer plato libio que me he comido a disgusto y para no ofender.

La apetitosa pasta, la miel, el sirope y almendras trituradas


Otra entrañable tradición del maulid es la de mis amigos los fuegos artificiales, acompañados también, para hacer que mi felicidad sea completa, de los petardos. La semana anterior al día de la celebración en sí (cayó en viernes), Trípoli era un pequeño campo de batalla, con ejércitos de niños armados hasta los dientes. Niños y no tan niños, debido sobre todo a la falta de entretenimiento de que adolece la ciudad. Recuerdo especialmente a un chico de unos veinticinco años, apoyado en el quicio de un bar, tirando bombetas al suelo; estaba solo, no reía, no sonreía, pero ahí estaba el hombre, dándole al pum, pum con una convicción de lo más zen.

Los petardos se venden en todas partes, y los encargados de hacerlo son, principalmente, niños entre los diez y los catorce años. La ciudad se llena con improvisados puestos, y los chavales trafican con todo tipo de fuegos artificiales y petardos, que aquí llaman khut-alawa, coger y tirar. En cierto modo recuerda al dómund, solo que en vez de vender las cosas que las abuelas no quieren conservar, se vende ruido.

Cuanto más nos acercábamos al viernes de maulid, más explosiones y humo había por la ciudad. Lo máximo de la celebración se esperaba para el jueves por la noche, así que el jueves por la mañana mi amigo el Gran Mufti apeló a la responsabilidad religiosa del pueblo y hasta se dijo que promulgaría una fatua contra la celebración; una fatua es una especie de prohibición contra algo, y la dictan las autoridades religiosas (la más reciente ha sido pronunciada contra el Informe Anual de la ONU sobre la Violencia Contra las Mujeres, donde al parecer se atreven a decir que la mujer debe ser libre e independiente o alguna salvajada parecida). El mufti declaró sacrílegas las celebraciones callejeras durante el maulid, y aconsejó a la población que lo celebrara en casa mediante la oración.



No le hicieron mucho caso.

El jueves por la tarde volvíamos Maria Valquiria, Silke y yo en coche desde la universidad. La avenida que conduce al centro no tiene grandes edificios a los lados, con lo que la vista domina una gran extensión de terreno, y daba igual dónde mirara, por todas partes se veían fuegos artificiales, como si una gran tormenta de colores se abatiera sobre la ciudad.

Cuando Silke y yo bajamos del coche, la rotonda en que Maria Valquiria suele dejarnos no olía a tubo de escape, como es habitual, sino a pólvora. Un fuerte olor a pólvora impregnaba el aire, aunque no se veían personas ni petardos cerca. Tomamos la calle 24 de diciembre, y nos encontramos con dos bandas de chavales que, entre los coches, se atacaban con fuegos artificiales, con los cohetes que suben al cielo y hacen pum, solo que se dedicaban a lanzarlos en horizontal, bazookas improvisados.

Ante el caos, decidí acompañar a Silke a su casa. Tardamos un buen rato en llegar, ya que en cada rincón había un grupo de niños arrojándose explosivos. Tres niñas de unos siete años nos dijeron how are you, y tan pronto como les dimos la espalda nos tiraron un petardo.

No había calle que no oliera fuertemente a pólvora, ni rincón que careciera de humo. La gente tiraba petardos en las tiendas, en los cafés, en los coches en marcha, desde los coches en marcha, desde las ventanas de las casas. Es lo más parecido a una guerra que he visto nunca, solo que llena de risas.

El sitio que mayor concentración de petardeo sufrió fue, como no, La Calle Blanca. Allí niños viven pocos, pero jóvenes los hay a patadas, y hacia las doce de la noche una blanca y espesa niebla de azufre impedía la visión a más de un metro. La algarabía duró hasta las dos.

Aunque yo odio bastante los petardos y similares, he de decir que me alegró la actitud de la gente, especialmente porque el mufti les había prohibido hacer lo que hicieron, y la fiesta fue como un grito de quién eres tú para decirnos lo que tenemos que hacer. Mejor que lo gritaran en cosas más esenciales como la libertad o la igualdad, pero en fin.

Al día siguiente, viernes, me encontré casualmente con Abdul, y me llevó a ver una procesión sufí.

Los sufíes son una corriente mística dentro del Islam, muy antigua, y yo sospecho que hasta anterior, pero no tengo pruebas ni argumentos para probarlo. A día de hoy, los sufíes libios viven bastante amenazados, ya que no pocos extremistas los consideran unos sacrílegos, blasfemos e idólatras, por lo que sus santuarios sufren esporádicos ataques (el último a finales de marzo).

El sufismo cifra mucho en la meditación y la contemplación, y mantiene una larga relación con la música. La música sufí es alegre, pero es sobre todo lenta, repetitiva, monótona, invita a vaciar la mente y a sumirse en la reflexión, a relajar el ritmo del cuerpo y del pensamiento.

La procesión con la que los sufíes celebran el maulid se llama al-hadra, y tiene lugar en distintos puntos de la ciudad; nosotros vimos la de la ciudad vieja, que partía de la lonja, y terminaba en una mezquita donde habría cuscús para los asistentes.

La procesión se compone de diversos grupos, ya sean familias, asociaciones o espontáneos. Todos son hombres. Vestidos con trajes coloridos, o con la simple túnica tradicional libia (generalmente blanca con chaleco oscuro, se llama badla arabiya), entonan cánticos lentos y monótonos en honor a Mahoma, estrofas largas monocordes salpicadas por estribillos más rápidos e intensos, como buscando que el oyente (o el orante) no se duerma. Se acompañan de tambores y dulzainas, y varios de ellos salpican a los asistentes con agua de flores (un agua de flores que, por ejemplo, la abuela de Hamza solía preparar hasta que fue demasiado vieja para hacerlo).

Hice algunas fotos, pero había tanto humo de petardos que no se ve gran cosa. Las explosiones le restaron vistosidad y mística al asunto y, de hecho, terminé por irme antes de tiempo, ya que se me metió un trozo de petardo en el ojo y no estaba a gusto. Reprimí las ganas de matar al crío causante de mi desgracia, y me fui a mi hogar dulce hogar, resuelto a perseverar en mi plan de crear una organización secreta que luche contra la pólvora.


3 comentarios:

  1. Y completo aquí con otro dato: más de 600 personas (la mayoría niños) acabaron la celebración con quemaduras y hasta con miembros amputados, y hubo más de un incendio (sin ir más lejos, la panadería en la calle de Silke).

    Me reafirmo en mi opinión sobre fuegos artificiales y petardos.

    ResponderEliminar
  2. seguro que no estabas en Valencia? no me parece muy distinto de fallas :)
    Hace unos anos estaba con Bego almorzando romanticamente en una deliciosa terraza de un restaurante en el centro de Valencia. Era algo como el 18 de marzo. Lo peculiar es que un grupo de senores (entre 40 y 60 anos) se pasò todo le tiempo tirando petardos de bajo de las mesas de los que estaban comiendo. Asì que tu estas hablando de amores y felididades y de pronto:"BADABUM!!!!!". Una bomba de bajo de tu mesa.
    Y lo peor no es esto, sino que toda la gente (incluidos las victimas) se echaba a reir a carcajadas. Como si fuera lo mas divertido del mundo.
    Todos menos Bego y yo. Lo pasamos muuuuy bien.
    Viva los petardos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ya, está claro que se parecen. En realidad Fallas es peor, porque duran muchísimo, mientras que el mawlid dura un par de días. Ahora bien, estoy seguro de que en Fallas no abundan las batallas campales entre grupos de amigos que se tiran no ya petardos, sino cohetes!!

      Además, si alguien te ve por Trípoli almorzando románticamente, es probable que te caigan algo más que petardos ;)

      Dale recuerdos a Bego!

      Eliminar