Karím accedió finalmente a rezar, y yo, aun
a sabiendas de que mi presencia no era requerida, estaba lejos de resignarme a
esperar en la puerta y perdérmelo todo.
El musulmán ha de purificar su cuerpo antes
de rezar; para esto, arrastra (traducción casi literal) las impurezas
con agua, tres veces las manos, tres veces los antebrazos, tres veces los pies,
una la cabeza (quizás me haya hecho un lío con el número de veces). Si no
tienes agua, puedes utilizar arena.
Así pues, la parte de los servicios dedicada
a las abluciones se compone de una especie de bidés con un poyete delante, de
modo que lavarse es sencillo. Mucho más que hacerlo en un lavabo tradicional
(¿alguna vez habéis visto a un árabe lavándose los pies en el lavabo de alguna
estación de servicio? Pues seguramente se disponía a rezar). Sin embargo, esta
disposición tan práctica no impide que el agua se vierta por todas partes, con
lo que el suelo es un modesto lago de Covadonga.
El ablucionario (¿?) en cuestión estaba
dispuesto en círculo, todos sentados en torno a una gran fuente central. Yo
pasé al servicio normal haciéndome un poco el remolón, mientras los fieles me
miraban con curiosidad. Tardé poco en salir para esperar a Karím.
Mi fiel compañero apareció tras un par de
minutos, y me dijo que le parecía muy feo dejarme allí solo mientras él rezaba;
ya me alegraba yo porque iba a asistir a mi primera misa, cuando me anunció que
rezaría fuera, conmigo.
Ver rezar a la gente no me interesa
especialmente, lo veo casi cada día: el orante en cuestión se sitúa mirando a
La Meca, y suele comenzar el rezo con la primera sura del Corán, que
correspondería (en cierto modo) al Padrenuestro de los cristianos. Tras eso se
recitan otras partes del Corán, se piden cosas, se agacha uno en ángulo recto,
y después se arrodilla y coloca la frente contra el suelo/alfombra (hay hombres
que tienen una marca en la frente, aún no sé si es por la fuerza con que se
atizan, por la frecuencia con que rezan o por qué). Esto (las inclinaciones) se
hace un número variable de veces, dependiendo de cuál de los cinco rezos
diarios se trate.
Al acabar, como clara muestra de que la
oración musulmana nació en comunidad, se mira a derecha y a izquierda y se
desea la paz, aunque estés rezando en solitario. De hecho, muchos musulmanes no
saben por qué se hace, y creen que es una simple tradición sin motivo (y no me
lo invento, lo he preguntado varias veces y es lo que me han dicho).
Se disponía ya Karím a rezar junto a uno de
los muros de la mezquita, cuando se nos acercó un hombre negro como la pez.
Hasta yo entendí la charla:
-
¿Qué
haces rezando ahí? ¡Pasa a la mezquita!
-
No,
es que estoy aquí con este amigo cristiano, y para no dejarle solo…
-
¡Pues
pasad los dos!
-
…
bueno, mira, ya que estoy preparado, rezo y ya está.
Mientras Karím rezaba, el visitante y yo nos
presentamos: se llamaba Omar, y era ni más ni menos que el almuédano de la
mezquita en que nos hallábamos, el encargado de llamar a la oración. Nuestra
charla llegó más o menos hasta ahí, y cuando Karím se nos unió, le terminó de
explicar qué hacíamos en Jadu.
Omar se quedó callado, pensativo.
Finalmente, nos dijo que había una gran comida popular en Jenaun (léase
Chenáun), un pueblo cercano al que se llegaba bajando una pronunciada cuesta.
Se ofreció a llevarnos para comer allí los tres juntos, pero había tardado
tanto en decidirse a ofrecérnoslo, que nos mostramos reticentes:
-
No,
gracias Omar, barak-allahu-fik, pero no queremos molestar.
-
¡No
es molestia! Lo que pasa es que no sé si mi coche podrá subir la cuesta para
volver…
Y no exageraba. El coche de Omar tiene más
años que La Tana, abolladuras hasta en las abolladuras, y su motor hace ruidos
que resultarían sorprendentes hasta en el más experimental de los discos de
Björk; sin embargo, a la tercera o cuarta intentona consiguió arrancarlo, y nos
dirigimos felices y contentos a la segunda etapa de nuestro viaje.
En Jenaun nos recibieron como a reyes.
Tardaron un rato en creerse que el único extranjero era yo, y es que Karím
parece más de Wisconsin que de Tajoura, pero su inmaculado árabe libio acabó
por convencer a la concurrencia.
Comimos en una enorme sala, un lugar que
pertenece a todo el pueblo y que, normalmente, se utiliza para celebrar bodas y
entierros; es peculiar lo poco aprovechados que están los espacios en este
país, y es que la disposición tradicional de un salón, herencia directa de la jaima
o tienda más o menos nómada, consiste en situar multitud de cojines contra la
pared, dejando el centro libre; esto es lo lógico en una pequeña habitación o
en una pequeña jaima, pero en un salón de 70 metros cuadrados
consigues que la mayor parte del espacio quede vacía.
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Sí, yo diría que cabemos todos. |
Pese a todo, los libios son ruidosos como el
que más, así que no hacen falta muchos para hacer que un estadio de fútbol semivacío
parezca lleno; la mayor parte de la gente ya había comido, y disfrutaban de un
té verde con menta bien repanchingados en los cojines. A nosotros nos
ofrecieron macarrones ultracocidos con garbanzos y zanahoria, además de aceitunas
y pimiento verde picante (fil fil ajder).
Omar, Karím y yo comíamos con apetito, y
tras el té, Mister Ibrahim se ofreció a enseñarnos la parte vieja de Jenaun.
Mister Ibrahim se convertiría en nuestro
guía y compañero mientras estuviéramos en Jenaun. Es un hombre de unos setenta
años, alto, habla un inglés más que correcto y fue piloto de guerra hasta que
decidió dejarlo, felizmente para él mucho antes de la revolución del 17 de
febrero.
Casi todos los pueblos bereberes de la
Sierra de Nafusa han evolucionado de la misma manera, que se resume en el
abandono total. Sus abigarradas calles y sus casas talladas en la roca a modo
de cuevas no eran fáciles de adaptar a las comodidades modernas, al agua
corriente, la luz eléctrica o los coches aparcados en la puerta, por lo que sus
habitantes terminaron por matar al perro: abandonamos el pueblo, y nos
construimos otro justo al lado.
Así, Jenaun, Jadu y todos las poblaciones de
la zona están duplicadas; por un lado el pueblo actual, que en nada se
diferencia de cualquier otro pueblo, y por otro el asentamiento primitivo,
abandonado generalmente a mediados del siglo XX. Lo llaman madina qadima, la
ciudad vieja.
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La ciudad vieja luciendo arrugas |
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Una calle de lo más concurrida |
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Arriba la cama, debajo el armario |
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La cocina |
Mister Ibrahim nos paseó por las calles de
Jenaun, una pura ruina, y nos iba contando qué era cada edificio, ya que él se
crió ahí, una de las últimas generaciones que lo hizo: eso es la escuela,
esa era la casa de mi abuelo, aquí estaba la herrería, aquí nací yo.
El cuarto donde nació me impresionó muchísimo.
No porque no haya estado antes en una casa-cueva (sin comentarios, me voy a África
para terminar visitando Las Musas), sino por lo parecida y lo diferente que me
resultaba: los falsos techos construidos igual, pero con madera de palmera. Las
paredes encaladas, pero con motivos árabes y bereberes. Los utensilios de
labranza y de vida diaria exactamente iguales, y a la vez diferentes, como
encontrarte con tu hermano gemelo tras toda una vida separados y sin saber de
la existencia del otro.
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No lo parece, pero lo de los agujeros es un cerrojo, y al lado su llave. |
El que haya estado en una casa-cueva sabe
que son sitios donde es imposible aburrirse, aunque solo sea explorándola y
viendo hasta qué profundidad llega. En Nafusa, es común que las casas estén
comunicadas entre sí, o que haya pasadizos subterráneos que salgan del pueblo
discretamente (en caso de guerra, se entiende). Así, podéis imaginaros el
retoce que me di, y cómo termine de polvo (las casas abandonadas no las barren
a menudo).
Completamos la visita dentro de la almazara,
el molino de aceite, el cual movían no con un burro, como solía hacerse en
España, sino… efectivamente, con un dromedario. Por lo demás, el proceso es
exactamente igual (la rueda de molino, los serijos, la prensa… no por nada almazara
es una palabra árabe).
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El dromedario lleva años en paro, pero lo sacaron para la ocasión |
Tras firmar en el libro de visitas del
pueblo, volvimos al campamento base para organizar nuestra siguiente etapa: la
convivencia bereber en la ciudad vieja de Wifat.
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