lunes, 19 de noviembre de 2012

Y la luz se hizo


Mi aventura con el árabe empezó a lo grande: conseguí un libro que te enseña el alfabeto, me propuse aprenderme un par de letras cada día, y hete aquí que en un mes sabía escribir.

Obviando el hecho de que el alfabeto árabe (también llamado alifato, tomando el nombre de la primera letra, alif) es mucho más fácil de lo que parece, me envalentoné y me di a la tarea de aprender vocabulario y gramática. Ayudándome de esta página escribía palabras varias, leía expresiones, hacía ejercicios, y no me iba mal… pero estaba en España, y no tener la necesidad de utilizar el idioma me permitía ocultarme a mí mismo la terrible verdad: tan pronto como cerraba el cuaderno, todo lo aprendido se desvanecía.

Después vine aquí. Se me hizo claro que mi árabe, más que escaso, era nulo, y me puse a estudiar más en serio… con idéntico resultado. Aún no puedo decir si la gramática de este idioma es fácil o difícil, pero está claro que no se parece en nada a la del nuestro; el vocabulario me entra por una oreja y se va por la otra, la pronunciación es un sarao de vocales largas y cortas, de sonidos guturales y nasales, de aspiraciones y cierres de la glotis (un órgano que creo no haber usado nunca hasta llegar aquí), los verbos funcionan como quieren y cuando quieren y, para colmo, aun conociendo el abecedario no puedes leer, porque las vocales no se escriben.

Tras varios libros, CDs, tándems y cuadernos me rendí a la evidencia: necesitaba un maestro.

Pero claro, ponte a buscar un curso de árabe en la Libia de la posguerra; no abundan precisamente, y los que hay son por la tarde… que es cuando yo trabajo. Los meses pasaban, las puertas se cerraban una tras otra, mi árabe mejoraba al ritmo del castellano de este prohombre… podéis imaginar mi zozobra, las noches sin dormir, el vagabundeo por las calles de Trípoli en busca de un docente cualquiera, las penosas borracheras a base de zumo de pera y cappuccino…

Hasta que se hizo la luz. Y la luz se llama Luciano.


Conseguí su número de teléfono por medio de una página web para forasteros, donde me lo presentaron como un libio que sabía español; nervioso, le llamé: ¿será un profesor de verdad? ¿Se convertirá en mi profesor? Nuestra conversación comenzó más o menos así:

-      Aiwá? (dígame)
-      Salam aleikum, hal anta Luciano?
-      Naam.
-      Hola Luciano (ya, mi arranque en árabe duró poco), creo que hablas español, ¿no?
-      Sí, sí.
-      Vale, mira, me llamo Lorenzo, vivo aquí en Trípoli y estoy buscando un profesor de árabe; ¿es verdad que tú das clases de árabe?
-      Sí, sí (no era muy hablador al principio).
-      Pues si tienes un hueco, no sé, me gustaría que quedáramos algún día para probar.
-      Claro, muy bien. Decíme, ¿vos qué nivel tenés?

Y así fue como el español que enseña alemán en libia conoció al filólogo hispánico libio que habla argentino.

Llevamos algo más de un mes dando clase dos veces por semana y, aunque mi árabe no ha mejorado mucho, noto que se está cociendo en mi interior: a veces saco palabras que no recuerdo haber aprendido, leo más rápido, me manejo con más verbos, estoy aprendiendo a sumar dos y dos y a ver las relaciones entre una cosa incomprensible y la siguiente… la orgía de consonantes radicales que se montan las palabras empieza a cobrar sentido, e incluso a veces me dejan pillar cacho.

Por lo demás, las clases son un despiporre: Luciano, como buen argentino, llama a los cigarrillos puchos y a la fresa frutilla, si hago algo mal dice que menudo quilombo, y si hago algo bien dice que me la banco bárbaro. El libro de texto que utilizamos es de la época de Gadafi, y mi profe no para de tachar el nombre que el régimen le puso al país, yamahiriya, para sustituirlo por el genuino, Libia.

Lo mejor es la sensación de seguridad, de objetivo, tener a alguien que me dice por ahí bien, por ahí mal, que me regaña por no hacer los deberes y me anima cuando no doy pie con bola. 

Y es que antes estudiar árabe era como cavar un agujero, pero sin motivo alguno, simplemente porque sí, y me condenaba; ahora sigo cavando el agujero, y no hago más que cansarme y acumular arena, pero sé que acabaré encontrando agua.


3 comentarios:

  1. Kopf hoch, darling! Wenn du Deutsch gelernt hast, dann kannst du doch auch mit Arabisch! Me encanta que tengas a un profe "argentino"! Que bárbaro, che!
    Bussi
    Katxiri

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  2. daje Lorenzo!!!!!!!!!!!!

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  3. Mi frase estrella de la semana es "kul yeom ahsan", cada día mejor!

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