lunes, 19 de noviembre de 2012

Fiesta del cordero, preparativos


Os aviso desde ya: me perdí el Aid Kabir. Es una fiesta muy familiar, se celebra en el campo, y además conlleva mucho trabajo (despellejar y trocear el cordero los hombres, cocinarlo las mujeres), con lo que un invitado ajeno a la familia (y encima sin coche propio) es más un estorbo que otra cosa. Durante un par de días parecía que la familia de Hamza iba a celebrarlo aquí, en la Calle Blanca, con lo cual podría haber visto al menos la misa y el sacrificio (ya, suena un poco morboso, pero qué queréis, tengo que ver de todo), sin embargo al final se fueron al campo, así que me quedé sin ver la sangre. 

Eso sí, fui con Hamza y su padre a comprar el cordero.


La fiesta se celebra en viernes, y el jueves inmediatamente anterior se llama Mosen (o algo así). En este día se prepara todo: se compra el cordero si es que aún no se ha comprado, se hace acopio de bebidas, de pan y de arroz, se limpia la casa donde tendrá lugar el evento, lo que se os ocurra. En principio es mejor comprar el cordero antes, para evitar aglomeraciones, y también para no tener que conformarse con lo que nadie ha querido, pero este año mucha gente ha esperado al jueves para buscar un animal apropiado, con la esperanza de que le saliera más barato.

La guerra, una pequeña sequía y unas lluvias torrenciales que hubo en invierno han mermado la población de corderos libios, lo cual los ha encarecido bastante. Tanto es así, que el gobierno provisional, fiel a su política de soltar dinero porque sí, ha prometido mil dinares a cada familia (el motivo, y cito textualmente: porque un cordero razonable no baja de los ochocientos dinares). La población ha esperado al último momento para ver si así, ante el peligro de quedarse con animales sin vender, los comerciantes rebajaban algo los precios.

No sé si ha funcionado bien para todos, lo que está claro es que el jueves había corderos hasta en los corderos. Todo el mundo hablaba de corderos, de dónde comprarlos y de qué precios rondaban, por la calle no dejaban de pasear orgullosos compradores luciendo su lanuda pieza, y hasta por la noche, en el ordenador del ciber, me encontré con una foto abierta por el usuario anterior, la foto… de un cordero. Un cordero casi me estampa saltando de una furgoneta frente a mi casa, y a cordero olía toda mi calle.

Hamza, su padre y yo, decididos a encontrar un animal grande, hermoso y por debajo de cuatrocientos dinares, nos dirigimos al Mercado de las ovejas de Tajoura. Por la carretera, obviamente, menudeaban los corderos, ya en maleteros, ya en furgonetas. Una vez cerca del mercado, los veíamos llevados en carretilla, las patas atadas, la cabeza colgando, como muertos de antemano.

El mercado es una explanada de arena de playa (Tajoura está en la costa), donde los mercaderes improvisan alambradas y meten dentro a sus animales. El ambiente me recordó a esto:



Hay animales de todo tipo y de toda procedencia: corderos blancos, negros, marrones, con o sin cuernos, grandes y no tan grandes, somnolientos y violentos; corderos libios, sudaneses, georgianos, rumanos, malteses y españoles (y por cierto, dicen que el español es el mejor cordero del momento; no sé si tomarlo a bien o a mal). Me llamaron la atención unos corderos enormes, con unas orejas larguísimas y un pelo lacio, marrón, más que ovejas parecían pointer ingleses.

Escoger un cordero apto no es fácil: ha de ser mayor de un año, ha de ser macho, no debe tener verrugas, granos ni marcas en el cuello, sus cuernos no pueden formar un círculo completo alrededor de las orejas… por otro lado, ha de estar sano y tener abundante carne y lana, ya que no se dedicará solo a contentar a Dios, sino que luego hay que comerlo y aprovechar su piel. Finalmente, está el problema del precio: el regateo es habitual en la compra del cordero, pero no se puede (o no se debe) regatear demasiado, porque estaríamos incurriendo en un pecado; al fin y al cabo, el motivo de la compra es la adoración de Dios, y uno debería ir con la idea de que no importa cuánto dinero gasta, sino que el animal sea del agrado del creador.

Me llamó la atención también la situación en sí. Vale que toda la carne que comemos proviene de animales vivos a los que se mata para que nos los zampemos, pero verlo así, ver un mercado dedicado al sacrificio, y ver a la gente discutiendo si tal o cual cordero es apto no ya para el consumo, sino para la muerte… no deja de tener su aquél, pasear entre tanta carne de matadero, esperando ignorante a ser elegida y, al día siguiente, ejecutada. Comer o ser comido, es ley de vida, pero se me antojan distintas la caza y la crianza, la violencia eventual cuando hace falta y el genocidio premeditado. Igual debería hacerme vegetariano. O cazador.

Finalmente encontramos un cordero apropiado: con tres frases concisas, el padre de Hamza rebajó su precio de quinientos dinares a trescientos setenta y cinco. Le atamos las patas, lo metimos al maletero y nos lo llevamos a la ciudad. Yo me sentaba detrás, y de vez en cuando notaba las protestas del pobre bicho en la espalda.

Una vez en La Blanca liberamos al animal, para atarlo después en el portal de Hamza, donde pasaría aquella noche. La calle hervía de corderos, y los hombres, claro, no hablaban de otra cosa, discutían precios y razas, y en el móvil se mostraban unos a otros fotos de sus adquisiciones.

Mi jueves de Mosen transcurrió sin más particulares. Por la noche me arrullaron los balidos de todos los corderos del barrio, quizá temerosos del día siguiente. Antes de dormirme, pensé en esta canción:




2 comentarios:

  1. Pues yo casi que esta vez me conformo con lo que viste. Lo del sacrificio es una historia con "dos rombos" para vegetarianos como yo.

    Un beso!

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    1. Yo me vi en la misma duda, aunque conociéndome, si tengo la oportunidad acabaré viendo el sangriento espectáculo, qué le vamos a hacer.

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