Os aviso desde ya: me
perdí el Aid Kabir. Es una fiesta muy familiar, se celebra en el campo,
y además conlleva mucho trabajo (despellejar y trocear el cordero los hombres,
cocinarlo las mujeres), con lo que un invitado ajeno a la familia (y encima sin
coche propio) es más un estorbo que otra cosa. Durante un par de días parecía
que la familia de Hamza iba a celebrarlo aquí, en la Calle Blanca, con lo cual
podría haber visto al menos la misa y el sacrificio (ya, suena un poco morboso,
pero qué queréis, tengo que ver de todo), sin embargo al final se fueron al
campo, así que me quedé sin ver la sangre.
Eso sí, fui con Hamza y su padre a comprar el cordero.
Eso sí, fui con Hamza y su padre a comprar el cordero.
La fiesta se celebra en
viernes, y el jueves inmediatamente anterior se llama Mosen (o algo
así). En este día se prepara todo: se compra el cordero si es que aún no se ha comprado,
se hace acopio de bebidas, de pan y de arroz, se limpia la casa donde tendrá
lugar el evento, lo que se os ocurra. En principio es mejor comprar el cordero
antes, para evitar aglomeraciones, y también para no tener que conformarse con
lo que nadie ha querido, pero este año mucha gente ha esperado al jueves para
buscar un animal apropiado, con la esperanza de que le saliera más barato.
La guerra, una pequeña
sequía y unas lluvias torrenciales que hubo en invierno han mermado la
población de corderos libios, lo cual los ha encarecido bastante. Tanto es así,
que el gobierno provisional, fiel a su política de soltar dinero porque sí, ha
prometido mil dinares a cada familia (el motivo, y cito textualmente: porque
un cordero razonable no baja de los ochocientos dinares). La población ha
esperado al último momento para ver si así, ante el peligro de quedarse con
animales sin vender, los comerciantes rebajaban algo los precios.
No sé si ha funcionado
bien para todos, lo que está claro es que el jueves había corderos hasta en los
corderos. Todo el mundo hablaba de corderos, de dónde comprarlos y de qué
precios rondaban, por la calle no dejaban de pasear orgullosos compradores
luciendo su lanuda pieza, y hasta por la noche, en el ordenador del ciber, me
encontré con una foto abierta por el usuario anterior, la foto… de un cordero.
Un cordero casi me estampa saltando de una furgoneta frente a mi casa, y a
cordero olía toda mi calle.
Hamza, su padre y yo,
decididos a encontrar un animal grande, hermoso y por debajo de cuatrocientos
dinares, nos dirigimos al Mercado de las ovejas de Tajoura. Por la
carretera, obviamente, menudeaban los corderos, ya en maleteros, ya en
furgonetas. Una vez cerca del mercado, los veíamos llevados en carretilla, las
patas atadas, la cabeza colgando, como muertos de antemano.
El mercado es una
explanada de arena de playa (Tajoura está en la costa), donde los mercaderes
improvisan alambradas y meten dentro a sus animales. El ambiente me recordó a
esto:
Hay animales de todo tipo y de
toda procedencia: corderos blancos, negros, marrones, con o sin cuernos,
grandes y no tan grandes, somnolientos y violentos; corderos libios, sudaneses,
georgianos, rumanos, malteses y españoles (y por cierto, dicen que el español
es el mejor cordero del momento; no sé si tomarlo a bien o a mal). Me llamaron
la atención unos corderos enormes, con unas orejas larguísimas y un pelo lacio,
marrón, más que ovejas parecían pointer ingleses.
Escoger un cordero apto
no es fácil: ha de ser mayor de un año, ha de ser macho, no debe tener
verrugas, granos ni marcas en el cuello, sus cuernos no pueden formar un
círculo completo alrededor de las orejas… por otro lado, ha de estar sano y
tener abundante carne y lana, ya que no se dedicará solo a contentar a Dios,
sino que luego hay que comerlo y aprovechar su piel. Finalmente, está el
problema del precio: el regateo es habitual en la compra del cordero, pero no
se puede (o no se debe) regatear demasiado, porque estaríamos incurriendo en un
pecado; al fin y al cabo, el motivo de la compra es la adoración de Dios, y uno
debería ir con la idea de que no importa cuánto dinero gasta, sino que el
animal sea del agrado del creador.
Me llamó la atención
también la situación en sí. Vale que toda la carne que comemos proviene de
animales vivos a los que se mata para que nos los zampemos, pero verlo así, ver
un mercado dedicado al sacrificio, y ver a la gente discutiendo si tal o cual
cordero es apto no ya para el consumo, sino para la muerte… no deja de tener su
aquél, pasear entre tanta carne de matadero, esperando ignorante a ser elegida
y, al día siguiente, ejecutada. Comer o ser comido, es ley de vida, pero se me
antojan distintas la caza y la crianza, la violencia eventual cuando hace falta
y el genocidio premeditado. Igual deber ía hacerme vegetariano. O cazador.
Finalmente encontramos
un cordero apropiado: con tres frases concisas, el padre de Hamza rebajó su precio de
quinientos dinares a trescientos setenta y cinco. Le atamos las patas, lo
metimos al maletero y nos lo llevamos a la ciudad. Yo me sentaba detrás, y de
vez en cuando notaba las protestas del pobre bicho en la espalda.
Una vez en La Blanca
liberamos al animal, para atarlo después en el portal de Hamza, donde pasaría
aquella noche. La calle hervía de corderos, y los hombres, claro, no hablaban
de otra cosa, discutían precios y razas, y en el móvil se mostraban unos a
otros fotos de sus adquisiciones.
Mi jueves de Mosen transcurrió
sin más particulares. Por la noche me arrullaron los balidos de todos los
corderos del barrio, quizá temerosos del día siguiente. Antes de dormirme,
pensé en esta canción:
Pues yo casi que esta vez me conformo con lo que viste. Lo del sacrificio es una historia con "dos rombos" para vegetarianos como yo.
ResponderEliminarUn beso!
Yo me vi en la misma duda, aunque conociéndome, si tengo la oportunidad acabaré viendo el sangriento espectáculo, qué le vamos a hacer.
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