viernes, 30 de marzo de 2012

Primeras impresiones


Para un español, europeo, acostumbrado al catolicismo, a cosas como el alcohol, y a ver mujeres por la calle, es todo un shock llegar a Libia, África, país cien por cien musulmán, donde el alcohol está prohibido y en la calle sólo hay hombres; pero estas consideraciones llegan sólo después, porque al principio la sensación es de curiosidad, sí, pero también de inquietud constante, todo es motivo de duda y de preocupación.

¿Bebo el agua del grifo? ¿Me dará diarrea? ¿Moriré?

¿Entro en esa calle deficientemente iluminada? ¿Me hará alguien algo? ¿Moriré?

Esta inquietud dura poco, porque en Libia, como en tantos otros sitios, se muere con más facilidad que en España, pero no se muere así como así. Los libios (al menos los hombres tripolitanos, que es la parte que conozco y a la que referiré normalmente) son un pueblo sonriente y hospitalario, bromista, perezoso, tranquilo, disfrutan con los extranjeros porque tenemos mucho dinero, buenos equipos de fútbol y mujeres a mansalva, y les gusta acribillarte a preguntas para después llenarte la cabeza con lo suyo, con el Corán, con el té y el café, con lo que comen, con los sitios a los que van de picnic, con los hijos que tienen o que tendrán.

Después de la segunda impresión, la de la calurosa acogida, uno se acuerda de las mujeres, y la euforia se rebaja. Aquí no es que haya sexismo, es que la mujer no existe. Es útil, sí, para parir y para estar en casa organizando la limpieza y las comidas, pero por lo demás se la desprecia de manera brutal, lo más suave que se les dice es que no saben conducir bien.

Tras esta tercera impresión queda claro que no se ha cambiado de mundo. Es un mundo como todos los demás, con cosas buenas y cosas malas, con la diferencia de que este mundo está cambiando, cambia algo cada día, y esos cambios chocan con tradiciones de mil años y con una tiranía de cuarenta, y en medio estoy yo. Os invito a ver lo que va pasando.

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