20 de marzo
Vivo de prestado en casa de mi jefa hasta que
aparezca un piso en el que me pueda quedar; hoy tenemos cita con el dueño de
una inmobiliaria, es el dueño de tres pisos, vamos a verlos y a hablar del
precio. El grupo se compone de cuatro europeos y un libio, Mustafa, el
asistente de dirección del sitio donde trabajo. Sus funciones van desde la mera
administración a la seguramente más importante tarea de tratar con los nativos,
que llevan otro ritmo difícil de entender para los occidentales.
Llegamos puntuales a la cita; el futurible
casero tiene unos sesenta años, es algo calvo, lleva barba y unas gafas
gigantescas de lentes ahumadas. Nos ofrece café, que rechazamos, subimos a ver
los pisos, decidimos quedarnos con el de en medio. Hasta ahí bien.
Volvemos a la oficina, y nos vuelve a ofrecer
café, que pretendemos rechazar; Mustafa nos pide que aceptemos, porque si vamos
a hablar de negocios tenemos que aceptar la bebida que nos ofrecen.
Una vez en posesión de nuestros cappuccinos,
comienza la negociación. Por desgracia no entiendo nada, pero tengo ojos para
ver: tras una pausa dramática, Mustafa empieza a hablar y suelta una larga
parrafada, el otro le mira con comprensión, se lleva la mano al pecho y
contesta con cara de si-yo-te-contara, Mustafa contraataca llevándose la mano
al pecho y luego alzando los brazos al cielo, ambos ríen para inmediatamente
después ponerse muy serios, Mustafa me señala y le dice algo mientras hace el
gesto de tenerlos de corbata (aún no he descubierto si aquí significa lo
mismo), el otro contesta algo…
Pasan veinte minutos hablando, como
conclusión, el piso es mío y me rebajan cien dinares el alquiler mensual. Y así
se hace todo lo importante por aquí, según dicen, es probable que durante esos
veinte minutos solo hablaran cinco del piso, y los otros quince de la familia o
el tiempo. Aquí hay pocas cosas que se puedan hacer cuando uno quisiera, todo
tarda más. Hay un dicho libio: si quedamos a las ocho y a las diez no he
venido, espérame hasta las doce porque seguramente llegue a las dos.
De cualquier modo, tras pocos días en Trípoli
había conseguido un sitio donde vivir. O eso creía yo…
Lorenzo: es usted merecedor del Premio Don Ceregumio Lavaca.
ResponderEliminarMuchas gracias por hacerme reir tanto
Kubrick
No hay de que, gracias a usted por Espartaco y La Naranja Mecanica. Por cierto, que ha salido nueva novela del insigne chiflado, a ver si la traducen al libio y la puedo leer.
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