miércoles, 11 de septiembre de 2013

Aventuras y desventuras de un pobre desgraciado I


La verdad es que tengo bastantes cosas que contar, pero entre el caloruzo que hace, los cortes de luz y ahora también los cortes de agua, no acabo de ponerme. Pero bueno, aquí os narro el tortuoso camino que me condujo a las vacaciones de verano.

 Después de mucho tiempo viviendo crónicas libianas, al principio del Ramadán se me presentaban unas vacaciones razonables: cuatro semanacas. Hice la maleta, me despedí de Hamza, Mohamed Al-Taxi, Maria Valquiria y compañía, y un viernes me dirigía feliz y contento al aeropuerto.

No iba solo. Me llevaban allí dos nuevos amigos que tengo, Ghaleb y Muataz.
Ghaleb es un dentista que odia cuando la gente tira la basura por el suelo, y que además usa los intermitentes mientras conduce. Vamos, que sabes que es libio porque lo pone en su pasaporte.

Muataz, por su parte, es uno de los nativos más particulares que he conocido: creyente a ultranza, cada dos palabras suelta siete proverbios mahometanos (hadith), pero la parte práctica de su filosofía religiosa la basa en Paulo Coelho y en el libro The Secret, resumible en la máxima mahometana (cómo no) tafa’alu bi-l-khairi tajidu, o lo que es lo mismo, piensa que lo que deseas se cumplirá, y se cumplirá.

El caso es que allá íbamos los tres en amor y compañía, conversando y escuchando la radio en el coche de Ghaleb. La temperatura era agradable, nos sobraba tiempo, yo me regocijaba pensando en la cañita que pensaba tomarme nada más entrar en Europa...

Ya en el aeropuerto, nos dirigimos hacia el mostrador para facturar mi maleta... o esa era nuestra intención, ya que en ningún mostrador ponía Roma, ciudad en la que tenía que hacer escala; unos jóvenes operarios nos sacaron de dudas.

-         Perdonad, ¿dónde se factura el equipaje para Roma?
-         ¿Roma? No hay ningún vuelo para Roma.
-         Pero yo tengo aquí un billete: Trípoli-Roma, a las dos de la tarde.
-         ¡Pero ese vuelo lleva una semana cancelado! Durante el Ramadán sólo sale el vuelo a Roma de la mañana, el de la tarde no.

No puedo explicar con palabras el bajón que me dio. Quizás este vídeo exprese mis sentimientos con más exactitud:




Mis amiguetes me cogieron por banda sin mucha ceremonia, y me llevaron a casa de Azuz. Azuz es un amigo suyo de toda la vida y, casualmente, el dueño de la agencia de viajes donde había yo comprado mi billete.

-         No te preocupes, Lorenzo – me decía Ghaleb -. Azuz lo arreglará todo en un momento.

Una vez allí, se hizo claro que Azuz no tenía ninguna prisa por arreglar nada. Durante un rato discutimos el tema, es cierto, pero la mayor parte del tiempo nos dedicamos a decirle rorrorró y a-jo a su hijo de tres meses.

Yo no le hice muchas monerías al niño, y es que, como podéis imaginar, mi estado anímico era de todo menos jovial. Andaba muy necesitado de vacaciones (Libia, sal de su cuerpo), y tenía muchas ganas de ver a la familia y los amigos. Cierto que no era tanta catástrofe perder un día, y en el fondo sabía que, de un modo u otro, al día siguiente estaría en España, pero semejante coitus interruptus me había dejado de un humor de perros. Y encima, por deferencia a mis amigos libios en pleno ayuno, ni un iracundo cigarrillo podía fumarme.

-         Bueno, Lorenzo – de nuevo Ghaleb -. Mañana coges el avión, no te preocupes. Y hoy cenas conmigo y con mi familia.

Al poco rato nos dirigíamos a las afueras de Trípoli, donde Azuz tiene una granja. Por el camino comencé a mentalizarme: bueno, sí, es una putada, pero el mal humor no va a solucionar nada. Trata de pasar un buen rato con los colegas.

En la granja nos recibieron el guardés (siempre he querido usar esa palabra) y cinco pastores alemanes. Dimos una vuelta por el lugar, y nos dedicamos a coger higos (¿?). Uno de los amigos, Naser, me decía come higos, tonto, que tú no tienes por qué ayunar, pero yo, como buen proto-musulmán, resistí la tentación.

Esperaba encontrarme con la familia, pero me encontré con esto.


Al cabo de un rato comencé a sentir cómo el berrinche se me pasaba. Volvieron los chistes, los piques (los libios adoran insultarse en broma), y hasta pasé un buen rato jugando con los dichosos perros. Sin embargo, mi alegría no fue completa hasta que Ghaleb no anunció que nos íbamos a cenar: ¡eran las siete y, a lo tonto, desde el desayuno no había probado bocado!

Al irnos, Ghaleb habló un rato con el guardés. Nos despedimos, y luego pregunté:

-         Este hombre no es libio, ¿verdad?
-         No, es egipcio.
-         ¿Y vive en la granja?
-         Sí.
-         Vaya…
-         Lleva 16 años trabajando y viviendo en la granja.
-         ¿Y eso es todo lo que hace? ¿No quiere, yo qué sé, casarse o algo?
-         ¡Está casado y con hijos! Su familia vive en Egipto.
-         ¿Ah, sí? ¿Y cuándo los ve?
-         Eh… hará cinco o seis años desde la última vez que fue para allá.

Sentí una inmensa vergüenza, el disgusto que me había llevado por perder un día de mis vacaciones.

La cena fue en casa de los suegros de Ghaleb. Es el de Ghaleb un caso muy atípico ya que, siendo él árabe, está casado con una bereber, algo nada común en Libia. Rápidamente conocí a su suegro, un hombre muy simpático procedente de Djefrén, algo así como la capital bereber en el interior del país (la de la costa es Zuwara).

Lo paso fatal durante los preparativos de la cena ramadanesca, más conocida como desayuno por razones obvias. Los libios, que están más acostumbrados que yo a pasarse catorce horas sin comer, lo preparan todo bastante antes de que se oiga la llamada a la oración de la tarde (mughrub), y se pueda finalmente comer. Así, durante quince o veinte minutos me vi rodeado de leche, zumo, refrescos, dulces, dátiles, sopa, ensalada, cuscús, patatas rellenas y algo más que no recuerdo, mientras que, en lugar de comer cual gorrinos famélicos, hablábamos del tiempo y jugábamos con Ghufran, la encantadora hija de dos años de Ghaleb. Me sentía como un perro al que le han colocado un terrón de azúcar sobre la nariz.

De primero, cuscús con cordero.


Llegó la hora, comimos, salimos al patio a fumar... y se fue la luz. No es algo insólito, y en breve os daré más explicaciones sobre los cortes de electricidad.

El caso es que que hicimos la digestión a oscuras, entre plática y juegos con la hija de Ghaleb. También a oscuras conocí a su esposa. Como sabéis, cuando un libio invita a un hombre a su casa, este no verá ni una sola hembra mayor de tres años; pues bien, no sé si será porque Ghaleb es un tipo muy abierto, o si decidió que enseñar a su mujer a oscuras era prácticamente como no enseñarla, el caso es que pude conocerla. No sé qué cara tiene, pero es muy simpática.

En torno a las once me dejaron en mi casa, y aún tuve tiempo de vivir algo más. Llevaría diez minutos en el piso, cuando llamaron a la puerta; eran las vecinas de enfrente, que querían regalarme un tazón lleno de bsisa, mi dulce favorito en el mundo entero (más o menos). Se lo agradecí mucho, y se pusieron muy contentas.

Sabe mucho mejor de lo que sugiere la foto.

Y así terminó de hacerse bueno el refrán que, muy al caso, Ghaleb y Muataz me habían enseñado: kul tajira fiha jira, todo retraso encierra algo bueno.

Una gran mujer de mi pueblo lo vio de otra manera; esa misma noche le explicaba por qué no llegaría hasta el día siguiente, pero que esto no era tan grave, ya que así había pasado un buen rato con los amigos y me había llevado la alegría del regalo de mis vecinas, cosas que, de haber tomado el avión, no habría podido vivir. Su respuesta fue castizamente categórica:

-         ¡Que se metan el postre por el culo! ¡Tú tenías que estar aquí ya!

2 comentarios:

  1. No, si lo que no te pasa a ti... Vaya faena, pero me ha gustado ese dicho "todo retraso encierra algo bueno".
    Por aquí somos más del "¡Que se metan el postre por el culo! ¡Tú tenías que estar aquí ya!". ¡Qué le vamos a hacer!
    Un saludo desde Mallorca

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  2. Si lo que no te pase a ti... Me mola tu paisana!

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