sábado, 21 de septiembre de 2013

Kabao maravillao

Va para mis amigos de Alcázar, por razones obvias.


Hace un par de semanas, Maria Valquiria y yo dedicamos el viernes a hacer turismo. Mi jefa sigue mostrando un punto de vista particular en lo que al trato con humanos se refiere, pero en honor a la verdad debo decir que se ha ido convirtiendo en una persona muy simpática, mucho más relajada, y eso me hace la vida más fácil.

El objetivo de nuestro viaje fue la ciudad bereber de Kabao, donde se encuentra uno de los mayores y mejor conservados Qasar de toda Libia.

Salimos temprano de Trípoli, ya que nos esperaban casi tres horas de viaje en coche. Es una de las desventajas de moverse por un país que es como España, Portugal, Francia, Alemania e Inglaterra juntos, cualquier desplazamiento se hace largo.

Lo primero que llama la atención al pasar por el sudoeste de Trípoli son las obras paradas, pequeñas ciudades a medio edificar. Al parecer son las barriadas que Gadafi comenzó a construir pensando en que su hijo, próximo a sucederle, pudiera subir al poder regalando pisitos y metiéndose al pueblo en el bolsillo. Las obras se detuvieron por razones obvias, y recuerdan a los mejores tiempos de Paco el pocero y el resto de sus amigos, aunque sin un país detrás dispuesto a hipotecarse de por vida (no en términos bancarios, al menos).

Tras entrar en la ondulada y marrón Sierra de Nafusa, hicimos nuestra primera parada en Qsar al-hajj, donde se encuentra el Qsar más antiguo del país. Qsar (en árabe قصر) significa palacio, y en castellano conservamos la palabra como alcázar. Sin embargo, no penséis que os voy a hablar de castillos medievales, asedios y troneras, porque lo que los bereberes libios llaman Qsar es… un banco.

Los “alcázares” bereberes eran simples depósitos de alimentos, grandes edificaciones circulares con los muros bien compartimentados, y cada compartimento propiedad de una familia. El alcázar en el que nos hallábamos data del siglo XII o XIII, y está, como todos ya, en desuso.


El alcázar desde fuera

Ventanuco y puerta

Otro ventanuco, la puerta abierta

En la ciudad de Kabao, sin embargo, el alcázar está abierto al público. Tras una breve parada cafetera, nos dirigimos hacia allá.

La ciudad vieja de Kabao me gustó todavía más que la de Jenaun, si bien ambas son muy parecidas. La gracia de la de Kabao es que está ubicada en una ladera, así que la proporción de viviendas excavadas en la roca es muy superior a las de edificación normal, menos pintorescas y (ojo al dato) peor conservadas. Sin embargo, no me salieron fotos que merezcan la pena, así que os pongo directamente las del alcázar. No son muchas, pero en fin...


El alcázar dominando la ciudad de Kabao.


Cada celda corresponde a una familia

Si tu almacén está arriba, subes apoyándote en los palos y los salientes

Una celda por dentro, al fondo tinaja de aceite

Molino de aceite

Molino manual, se usaba para hacer harina.

Letras bereber en una ladera.


Estando allí, en medio del abandono y el silencio, no me resultaba difícil imaginar el trasiego de gente durante, por ejemplo, los días previos a la mal llamada Fiesta del Cordero: los hombres subidos a seis metros de altura, las mujeres abajo, gritándoles cuánto trigo, cebada y aceite tenían que tomar, los niños saltando entre unos y otros, trepando como gatos por las empinadas paredes, rechazada la posibilidad de una caída. Hoy, el lugar es una plaza vacía, un recuerdo que pocos ya guardan en la retina.

El alcázar funcionaba exactamente igual que un banco, con la excepción de que era improbable que tus ahorros desaparecieran tras una operación bursátil de alto riesgo: un hombre se encargaba de vigilar el sitio, y lo abría una vez a la semana. Ese día, todo aquel que necesitara avituallarse acudía al lugar y se ponía a practicar el noble arte de la escalada.

No penséis que uno podía llegar y apoderarse del aceite y el cereal ajeno, no; los bereberes contaban con un sofisticado sistema para determinar qué celda pertenecía a qué familia:


Hoja de Excel bereber

Un señor mayor con el que coincidimos allí no supo explicarnos cómo funcionaba exactamente el pétreo casillero; yo imagino que, además de simbolizar cada agujero una de las celdas, el guardián del alcázar ponía en cada una un número de piedras o similar, que aumentaban o disminuían según la cantidad de alimentos que la familia en cuestión tenía almacenados.

Seguramente os haya llamado la atención el aspecto de fortaleza que tiene la edificación; efectivamente, además de un mero almacén, el alcázar de un pueblo era el último bastión defensivo en caso de un ataque, por lo cual solía construirse en el punto más alto de la población. Además, lo natural era la existencia de un pasadizo subterráneo que sirviera de vía de escape, en caso de que todo estuviera ya perdido.

Por más que buscamos, Maria Valquiria y yo no pudimos encontrarlo.

Cuando nos cansamos de triscar por el lugar, decidimos partir rumbo a Trípoli. En un principio pensábamos hacerlo por una ruta distinta a la que nos había llevado hasta allí, pero la carretera que queríamos tomar había sido cortada por la milicia de la zona o, mejor dicho, por una de las milicias de la zona. Nos vimos atrapados en medio de la nada, y lo único que sacamos en claro antes de tirar la toalla y tomar el camino conocido, fue ver un montón de estos:


¿Se quedó sin gasolina?

Un buen lugar para perderse... y acto seguido pegarse fuego.


Llegamos a Trípoli después de dar muchas vueltas, tomar a dos chavales que hacían dedo, pelearnos con un señor gasolinero y jugar subidos a un tanque. Casi podría decir que, esta vez, sí que estuve haciendo el bereber.


2 comentarios:

  1. Curioso el banco de alimentos! Muy chulas las fotos, y la excursión...aunque por la pinta de "the middle of nowhere", más vale no quedarse como el tanque

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    1. Ya, es un sitio muy chulo para visitar y poco amable si te quedas tirado...

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