sábado, 19 de abril de 2014

Leptis Magna I



Después de haber visitado con Salah la Sierra de Nafusa, quedamos en que también nos daría un paseo por Leptis Magna, una de las ciudades romanas mejor conservadas del Mediterráneo. Sin embargo, el viaje corrió peligro antes de empezar.

Nos habíamos citado un viernes por la mañana en Plaza Argelia, pero nuestro guía no llegaba. Por fin llamó, y nos dijo que había escasez de gasolina (otra vez), por lo que estaba haciendo cola en la gasolinera más tiempo del esperado. Sin embargo, y con una simple hora de retraso, Salah pudo venir y nos pusimos en camino.




Las ruinas de Leptis Magna, conocida en libio como Lubda, se encuentran en la ciudad de Khums, y forman junto con las ruinas de Sabratah y Cyrene el tesoro grecorromano conservado en Libia.

El trayecto en coche de Trípoli a Khums es de los más bonitos que se pueden hacer cerca de la capital. Durante buena parte del viaje se bordea la costa, y poco a poco el terreno se ondula y se hace más agreste, pinos, romero y mimosa a ambos lados de la carretera. Cada pocos metros aparece un puesto de venta de miel y aceite de oliva, simples mesas de picnic con el género en exposición. También se ven algunas granjas italianas, detenidas en los años veinte o treinta, incluso siguen en pie algunos de los molinos que servían para sacar agua del pozo con la ayuda del viento. Verde, húmeda, esta zona casi no parece Libia.




Ya en Khums, Salah nos dio una vuelta por la ciudad nueva, y después nos llevó al recinto de las ruinas, donde antes de nada nos tomamos un café. Sentados en la terraza constatamos que nuestra visita coincidiría con un día nublado y ventoso, todos los clientes del bar apelotonados contra el frío.

Tras el (rápido e incómodo) café, nos lanzamos al paseo por Leptis Magna.

Leptis Magna nació hace algo más de 3.000 años como asentamiento fenicio, fue más adelante una pujante ciudad cartaginesa, y pasó a formar parte del Imperio Romano tras la 3ª Guerra Púnica (146 a. C.). Importante centro comercial de la antigüedad, entre otras cosas por su condición de puerta hacia las caravanas del Fezzan (sur de Libia), sufrió un declive paralelo al del imperio, fue ocupada por los vándalos en el siglo V, y los árabes se la encontraron prácticamente despoblada durante su expansión del siglo VII.

Después, Leptis Magna se convirtió en una sombra, y fue devorada por la arena. Dicen que sus estatuas aparecían y desaparecían por el capricho del viento, y que dieron más de un susto a viajeros y beduinos.

Tras una breve “excavación arqueológica” a cargo de los franceses, que a principios del siglo XVIII robaron lo que pudieron, fueron los italianos quienes, hace ya casi cien años, se tomaron en serio la tarea de rescatar la ciudad. Expropiaron con más o menos amabilidad las huertas con que los libios habían cubierto el lugar, y sacaron a la luz la, para algunos, más impresionante ciudad romana a orillas del Mediterráneo.

Y ahora que ya nos hemos situado: ¿cómo es la ciudad?

Los romanos organizaban sus ciudades en torno a un eje formado por dos calles dispuestas en forma de cruz: el Decumanus Maximus (este-oeste) y el Cardus Maximus (norte-sur). Por este último se accede a Leptis Magna desde la cafetería y el museo (hoy cerrado), y lo primero que uno ve al entrar es el Arco de Septimio Severo:






El arco no estaba así de pocholo cuando lo desenterraron, sino que era una especie de gigantesca mesa de piedra y tierra, apenas reconocible en ella la mano del hombre. Sin embargo, los arqueólogos tienen mucho ojo, y seguramente no dista mucho de su forma original.

¿Quién era Septimio Severo, ese que le da nombre al arco? Ni más ni menos que el único emperador romano proveniente de África, concretamente de Libia, de la propia Leptis Magna. Durante su mandato, como es de suponer, favoreció mucho a la ciudad, siendo la (infructuosa) construcción del puerto su mayor obra.

Después de admirar un rato el arco, y de recordar que hacía un frío del demonio, giramos a la derecha tomando el decumano.

A ambos lados de la calle se alzan varios metros de tierra: es la que se ha depositado sobre la ciudad a lo largo de los siglos, y bajo ella se hallan seguramente docenas de casas, tiendas y otros edificios, esperando su turno para ser excavados. Sí están a la vista las aceras, desgastadas sus esquinas por los miles y miles de carros que han tropezado con ellas.

Una vez abandonado el decumano, se toma la calle que lleva a las Termas de Adriano. Esta calle parece un extraño mercadillo, ya que en ella han amontonado columnas, capiteles, algún resto de escultura… en una especie de media pared, que seguramente sirvió para sentarse, quedan restos de frescos y mosaicos, marcados prosaicamente por los arqueólogos.

Esto debió ser mu bonito.


Todos los tipos de mármol que hay en Leptis Magna.


Finalmente llegamos a las termas, y ahí cree uno que va a empezar a ver romanos, docenas de romanos con toallas y togas, sudorosos o tiritando. Las termas están excepcionalmente bien conservadas, uno pensaría que han sido abandonadas tan sólo cincuenta años atrás. Pero no vimos romanos allí, sólo vimos una familia de argentinos (¡!), cuyo padre es, cómo no, entrenador de fútbol en un colegio de Trípoli.

No me voy a poner a explicaros cómo funcionaban las termas romanas; había un caldarium (agua caliente), un frigidarium (agua fría) y un tibidarium (agua templada). Si queréis una descripción más detallada, os recomiendo el cómic Astérix Gladiador, y de paso os echáis unas risas. También podéis acercaros a Segóbriga, donde hay unas termas muy majas y un montón de maravillas.


El día estaba feo, y las fotos lo sufren.

Esto era parte del frigidarium.

Aquí se aprecia el sistema de tuberías que soltaban vapor en el caldarium.


Se conserva parte de la decoración original.


De las termas llaman mucho la atención los aseos: una gran sala rectangular, las “tazas” adosadas a las paredes. Debía ser una curiosa estampa, cincuenta personas cagando en círculo, bajo ellos un alegre y cantarín río de caquitas.

Por razones obvias, esta sala carecía de techo ya en su época.

Toda Leptis Magna está surcada por tuberías, sistemas tan sencillos y, a la vez, tan elaborados, que uno no puede más que admirarse. El desagüe general de las termas está precisamente junto a los aseos.

El funcionamiento era el siguiente: por la mañana se llenaban de agua las distintas tinas. Al final del día se abrían sus compuertas y toda el agua sucia, aprovechando una intencionada inclinación del terreno, se dirigía hacia las letrinas, arrastrando así también los olorosos recuerdos que habían ido acumulándose ahí. Toda esta agua llegaba al colector general, que la conducía al mar.


Aquí defecaban Cayo, Marco y Tulio en animada charla.




Por aquí se marchaba la mierda mierdae.


Desde los aseos nos dirigimos al Nymphaeum o Ninfeo, un bonito templete dedicado a las ninfas de los ríos. Por lo visto, había allí mismo una fuente, un manantial, de ahí que el sitio estuviera dedicado a las diosas de los ríos y no a las del bosque o las del gin-tonic.

Sin embargo, no eran las ninfas las únicas protagonistas del lugar. Una enorme placa de mármol dedicada al emperador Septimio Severo se alza en el mismo sitio, y antaño también estaba su efigie inmortalizada en bronce.

¿Antaño? ¿Cuándo? ¿Qué pasa, se perdió? ¿La robaron?

La respuesta es que los vecinos de Khums la escondieron hace algún tiempo (creo que hace tres años), y guardan celosamente el secreto de su ubicación. 

Al parecer, algunos “barbudos” (estos señores tan religiosos y progresistas que abundan por aquí, Roucos con chilaba y pantalones pesqueros) amenazaron con destruir la estatua; no sé bien el motivo, aunque he oído que creían ver en ella la representación de algún dios profano, un ídolo, y en fin, ya sabemos que la idolatría es pecado a tope


Esta es la estatua en cuestión.


La población de Khums no opina que la preservación de su patrimonio sea algo pecaminoso, así que escondieron la estatua para que no sufriera daños. Esperemos que nadie la pierda o la venda sin querer.

Algo interesantísimo nos mostró Salah junto al Ninfeo: ¿os habéis preguntado alguna vez cómo tallaban los romanos tan bonitas decoraciones en frisos y capiteles, sin importar la dureza del mármol? Yo no, pero me lo explicaron igualmente, y me alegro.

Por si os llama la atención, os lo cuento. En realidad, se parece mucho a los recortes que hacíamos en el colegio con un puntero: primero se marcaba el dibujo de manera superficial, con pequeños arañazos, por decirlo así. Después, con un berbiquí se hacían sucesivos agujeros, lo cual debilitaba la resistencia del mármol (divide y vencerás), y una vez hecho esto, ya era fácil acabar el tallado a base de martillo y cincel.


No sé lo que querían representar con esto, pero el proceso se ve muy bien.



Aquí estaban separando pétalos.


En el Ninfeo comienza la Calle de las Columnas, que se llama así porque estuvo bordeada por unas doscientas columnas de mármol verde. Hoy en día la avenida es poco fotogénica, pero impresiona ver las columnas vencidas a ambos lados, yaciendo como cuerpos de ballena o extraños troncos de árbol.


Restos del bosque de piedra en el desierto.


En la foto no se aprecia lo precioso que es el mármol verde.


A la izquierda de esta calle se alza una enorme basílica bizantina, de la que apenas se conserva el perímetro y un par de tumbas. Allí vivimos una de esas situaciones impagables que te ofrece Libia.

En una esquina había una pila bautismal, y Salah, considerando quizá que pertenecíamos a alguna cultura budista, se puso a explicarnos que los cristianos se hacen cristianos mediante el bautismo, el agua en la cabeza y demás; sí, un musulmán explicando concienzudamente a tres cristianos (bautizados) en qué consiste el rito del bautismo. Estuve tentado de explicarle a él en qué consiste el ramadán, pero me contuve.

Pasó algo más. No sé cómo será en otros países árabes, pero en Libia la gente intenta convertirte al islam siempre que puede. Y si no intentan convertirte, por lo menos te facilitan algún dato sobre su religión, hayas o no preguntado.

Siguiendo esa línea de actuación, y después de habernos ilustrados sobre los mecanismos bautismales (¿agua en la cabeza? ¡Lo que hay que oír!), Salah se quedó dubitativo, inquieto; finalmente pareció decidir que no podía guardárselo, y nos soltó como propina una pequeña explicación:

-      En el Islam el bautismo es más fácil. Cuando nace un niño, se le grita en la oreja ¡Allahu Akbar! (Dios es el más grande), y ya está, ya es musulmán.

Que te griten en el oído nada más nacer no me parece la mejor manera de conocer la Buena Nueva, pero en fin, más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la de otro.

Tras la basílica visitamos el foro. Para los romanos, que no usaban internet porque aún no había tarifas planas, el foro era el lugar donde se hacía vida social, y en él tenían lugar actividades políticas, comerciales, religiosas, en fin, era como la plaza mayor de las ciudades españolas.

La entrada a este foro era atípica y, a la vez, quizá previsible, ya que estaba construida a la manera egipcia, y decorada con motivos africanos, por ejemplo huevos de avestruz:




A Dalí le habría encantado el dintel.


Del foro queda una amplia explanada rodeada de muros, a un lado una gran escalinata que ya no conduce a ninguna parte, al otro la entrada a una vasta basílica. En los muros se aprecian los agujeros donde antaño se sostenían pesadas planchas de mármol, hoy robadas o esparcidas por el suelo.

Y es que el suelo del foro, como la calle de las termas, parece un gran mercadillo de rocas. Ahí se da cuenta uno de lo irreconocibles que son estos lugares cuando salen a la luz, y del ingente trabajo de reconstrucción, el inimaginable puzzle que los arqueólogos han de resolver para que nosotros, con ojos más hechos a ver que a adivinar, podamos apreciar la belleza que crearon pueblos ya extintos.


Brutal juego de LEGO.


¿¿¿Mercedes???


En el foro está el símbolo de Leptis: las gorgonas.

A un lado del foro, como ya he dicho, se halla una basílica; originalmente, en este edificio romano de planta rectangular se hallaban los juzgados, si bien a veces se usaba también como banco, mercado o lugar de culto. Saleh, por su parte, nos la describió como El Parlamento.

Tras la conversión del Imperio Romano al Cristianismo, sin embargo, las basílicas pasaron a utilizarse también como iglesias, así que en ellas se pueden ver mezclas muy simpáticas: en Leptis Magna, por ejemplo, conviven una enorme pila bautismal en forma de cruz griega, y decoraciones dedicadas a Hércules y Liber Pater, los dioses tutelares de la ciudad.


Vista alejada.


Vista cercana, aunque no por ello mejor.



Para bautizos masivos. Al fondo se ven los agujeros donde se anclaban las planchas de mármol que cubrían todo.


En el foro visitamos algo más: el bar. Una pequeña estancia con su barra y su parrilla, donde los romanos, más afortunados que yo, se inflaban a vino, cerveza y chuletas de cerdo.

Tras el bar, nuestro paseo nos llevaría al mar, al mercado, al teatro... pero todo eso lo dejo para otro día, de momento podéis contentaros con imaginarlo, quizás acompañando mentalmente a Salah por las calles muertas de Leptis, ¡salud! 



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